Capítulo 11: El Regreso de Aitana

1336 Words
El cielo sobre la ciudad estaba teñido de tonos dorados y anaranjados cuando Aitana Ferrer regresó, después de un año de exilio autoimpuesto. La mansión Alarcón, imponente en el centro de la colina, se erguía como un monumento a su poder recién adquirido. Desde el interior de la limusina que la llevaba, Aitana observaba los jardines bien cuidados y las luces que ya empezaban a encenderse, anunciando el gran banquete de bienvenida que su familia había preparado para ella. La ciudad que una vez la había visto como la esposa sumisa de Nicolás Valverde, ahora se preparaba para recibirla como algo completamente diferente. Aitana había asumido el control total del Grupo Alarcón, una fuerza económica con tentáculos en todas las industrias de la región. No solo había sobrevivido al embate de los traidores y las mentiras, sino que había prosperado. Y ahora, con un hijo en brazos, estaba lista para reclamar lo que era suyo. El pequeño, de apenas unos meses, dormía plácidamente en sus brazos mientras la limusina se acercaba a la entrada principal de la mansión. Aitana bajó la mirada hacia su hijo, el símbolo de todo lo que había logrado proteger, y sintió una mezcla de orgullo y determinación. Él era su futuro, y nadie le arrebataría lo que le pertenecía. Cuando las puertas se abrieron y Aitana salió del coche, el aire de la noche la envolvió con un frescor que la hizo sentir más viva que nunca. Vestida con un traje blanco elegante y sobrio, se veía radiante y poderosa. Su cabello, largo y brillante, caía en suaves ondas sobre sus hombros. El bebé, envuelto en una manta de seda azul, era la perfecta imagen de inocencia en contraste con la fortaleza de su madre. Dentro de la mansión, los murmullos cesaron cuando Aitana hizo su entrada. Todos los ojos estaban puestos en ella. La familia Alarcón, reunida en su esplendor, había preparado el banquete no solo como una bienvenida, sino como una declaración de poder. Aitana no era simplemente una Ferrer. Ahora, todos sabían quién era ella en realidad: la verdadera heredera de la familia Alarcón, la mujer que había superado todas las adversidades para tomar el control. Su tío, Alejandro Alarcón, la esperaba al pie de la gran escalera de mármol. Con su porte imponente y su expresión severa, Alejandro siempre había sido una figura de respeto y autoridad en la familia. Pero ahora, al verla, su rostro se suavizó. —Aitana —dijo, con una mezcla de orgullo y emoción en la voz—. Bienvenida a casa. Ella le devolvió una sonrisa tranquila y asintió. —Es bueno estar de vuelta, tío —respondió, caminando hacia él con paso firme. El salón principal estaba lleno de rostros conocidos, empresarios influyentes, miembros de la élite de la ciudad, todos ellos expectantes, evaluando a la nueva Aitana. Algunos la miraban con admiración, otros con cautela. Sabían que ya no era la misma mujer que había dejado la ciudad un año atrás. —Queridos amigos y familia —comenzó Alejandro, levantando una copa de vino—, esta noche celebramos el regreso de nuestra querida Aitana, quien ha demostrado ser digna del nombre Alarcón. Su liderazgo, su fortaleza y su inteligencia han llevado a esta familia a nuevas alturas. —Hizo una pausa, mirando a su sobrina con un brillo en los ojos—. Y hoy, la recibimos como la verdadera cabeza de esta familia. Los aplausos resonaron por toda la sala, pero Aitana mantuvo su expresión serena. Sabía que, aunque muchos la aclamaban, otros la temían. Y eso era exactamente lo que quería. Después del brindis, la gente comenzó a acercarse a ella. Algunos para felicitarla, otros para establecer nuevas alianzas. Aitana manejaba cada conversación con destreza, siempre con una sonrisa suave pero firme en el rostro. Su hijo seguía dormido en sus brazos, ajeno al mundo que giraba a su alrededor. —Señora Alarcón —la llamó una voz detrás de ella. Aitana se giró para ver a un hombre alto y delgado, con el rostro afilado y una sonrisa calculadora. Era Emilio Ramírez, un empresario con el que su familia había tenido tratos en el pasado. —Aitana está bien —dijo ella, manteniendo el tono informal pero autoritario. —Por supuesto, Aitana —respondió Emilio, inclinándose ligeramente—. Solo quería felicitarte personalmente por todo lo que has logrado. Estoy seguro de que bajo tu mando, el Grupo Alarcón alcanzará nuevas alturas. —Eso es lo que espero, Emilio —dijo Aitana con una sonrisa ligera—. Y gracias, tu apoyo es muy apreciado. A medida que avanzaba la noche, Aitana sintió que el poder que había acumulado durante ese año lejos de la ciudad se manifestaba en cada interacción. Había tomado el control del grupo Alarcón, pero también había tomado el control de su destino. Ya no era la esposa olvidada de Nicolás Valverde. Ahora, era una mujer que todos debían tener en cuenta. Pero mientras la celebración continuaba en la mansión, en un pequeño apartamento en el centro de la ciudad, Nicolás Valverde se encontraba en un estado completamente opuesto. El que alguna vez había sido el hombre más poderoso de la ciudad, ahora estaba solo, sentado en una silla desvencijada con una botella medio vacía de whisky en la mano. La habitación estaba oscura, con las persianas cerradas y solo la tenue luz de una lámpara iluminando su rostro abatido. Había perdido todo. La empresa Valverde, que alguna vez fue su orgullo y legado, había caído en ruinas tras malas decisiones y el asedio de sus enemigos. Pero lo peor de todo no era perder su riqueza. Lo peor era perder la ilusión de lo que una vez creyó real. Victoria Montenegro, la mujer que creía haber amado y que pensaba que lo había salvado de la muerte diez años atrás, había desaparecido de su vida después de una amarga confesión. —No fui yo, Nicolás —le había dicho Victoria, mirándolo con una mezcla de vergüenza y cansancio—. No fui yo quien te salvó en ese accidente. Te mentí. Usé esa mentira para acercarme a ti, para ganarme un lugar a tu lado… Por el estatus. —Sus palabras cayeron como una cuchilla fría—. Lo siento. Nicolás no había dicho nada en ese momento. La noticia lo había dejado paralizado. Todo lo que había construido en su mente, esa devoción hacia Victoria, se desmoronaba. ¿Cómo podía haber sido tan ciego? —¿Quién lo hizo entonces? —había preguntado en un susurro, pero Victoria ya se había ido, dejando detrás de sí un silencio doloroso. Ahora, en la soledad de su apartamento, Nicolás entendía lo que había perdido. No solo a Victoria, sino a Aitana. Ella había sido su verdadero salvavidas, la mujer que realmente se preocupó por él, y él la había traicionado. No podía evitar pensar en lo que habría sido si hubiera sabido la verdad antes. Pero era demasiado tarde para eso. Se llevó la botella a los labios y bebió, tratando de ahogar la culpa y la desesperación que lo consumían. Había perdido todo, incluso a sí mismo. Mientras tanto, en la mansión Alarcón, Aitana se mantenía firme, rodeada de poder y admiración. Sabía que Nicolás estaba en ruinas, y aunque una parte de ella sentía compasión por el hombre que alguna vez fue su esposo, ahora estaba enfocada en su futuro y en el de su hijo. Al final de la noche, cuando el banquete llegaba a su fin, Aitana se retiró a sus aposentos, donde la esperaba una cuna lujosamente adornada. Colocó al bebé cuidadosamente en ella y lo observó mientras dormía. —Este es nuestro mundo ahora, mi amor —susurró, acariciando suavemente la frente de su hijo—. Y lo protegeré, cueste lo que cueste. Con esa promesa en mente, Aitana cerró los ojos por primera vez en meses, sabiendo que, aunque la batalla apenas comenzaba, estaba lista para todo lo que el futuro le deparara.
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