Aitana llegó a la mansión a primeras horas del día, exhausta tanto física como emocionalmente. El trayecto de regreso fue en completo silencio. El rugido del motor de su Mercedes apenas rompía la quietud que sentía en su interior, una calma perturbadora que escondía la tormenta que había dejado atrás. Mientras el auto se deslizaba suavemente por el camino de entrada, Aitana miró a lo lejos la imponente mansión del Grupo Alarcón. El edificio, símbolo de poder y prestigio, ahora se sentía vacío sin su hijo. Al estacionar, Samuel ya la esperaba en la puerta principal, su expresión cargada de preocupación. Aitana lo notó al instante. Sabía que algo estaba mal por la manera en que él la observaba desde lejos, con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido. Cuando Aitana salió del coche, Samuel