La noche estaba completamente silenciosa, solo interrumpida por el leve sonido de los neumáticos de su Mercedes sobre la carretera. Aitana había tomado una decisión, una que no había sido fácil, pero que sabía que era la mejor opción para proteger a su hijo. Había dejado la casa del lago sin avisar a nadie, sin llevar ningún equipo de seguridad ni alertar a Samuel o a su personal de confianza. Esta vez, la protección debía ser aún más discreta, más sigilosa. No podía confiar ni siquiera en aquellos que la rodeaban. Su mirada se desvió brevemente hacia el asiento trasero, donde su hijo, de apenas unos meses, dormía tranquilo en su silla de bebé. Su pequeño cuerpo se movía ligeramente al compás del coche, y su respiración pausada llenaba el ambiente con un ritmo calmante que casi le daba pa