Aitana permanecía de pie frente a la chimenea, mirando el fuego danzar en el hogar, mientras sus pensamientos giraban alrededor de una sola figura: Nicolás. Sabía desde el principio que el hombre que había atropellado no era otro que él. El impacto inicial de encontrárselo en un estado tan vulnerable la había desconcertado, pero pronto su mente se enfocó en lo que significaba esa situación. Nicolás estaba jugando con fuego. Había intentado sacar provecho de su debilidad, exigiendo diez millones de dólares y el cese de cualquier ataque directo o indirecto contra él. Pero Aitana no se dejaría intimidar. Conocía a Nicolás mejor que él mismo pensaba. Sabía que detrás de esa demanda económica había un deseo mucho más profundo: recuperar lo que había perdido y, quizás, retomar algún tipo de pod