La tarde caía rápidamente sobre la ciudad, y el sol apenas iluminaba los últimos rincones del hospital cuando Aitana llegó al lugar. El aire era frío, cargado de tensión, pero Aitana caminaba con paso firme. Sabía exactamente lo que tenía que hacer. Nicolás la había subestimado una vez; no cometería el mismo error dos veces. Cuando entró en el hospital, los pasillos estaban casi vacíos, y el eco de sus tacones resonaba con cada paso que daba. Una enfermera la recibió en la entrada, pero Aitana apenas prestó atención a los formalismos. Su objetivo estaba claro: hablar con Nicolás directamente. —¿A qué habitación fue trasladado el paciente Valverde? —preguntó Aitana, cortante. La enfermera titubeó un segundo antes de indicarle el número de la habitación. Sabía quién era Aitana Alarcón; to