Capítulo 20: El Juego Sucio

1090 Words
Sofía observó a Nicolás con una mirada que alternaba entre la incredulidad y la furia. Su respiración era pesada, su mente trabajaba frenéticamente buscando una salida a lo que parecía un callejón sin salida. Nicolás había ido demasiado lejos. El silencio que siguió a sus últimas palabras fue insoportable. Nicolás la miraba con esa sonrisa de superioridad que tanto odiaba, como si ya hubiera ganado la partida. Sofía apretó los puños, tratando de no perder el control, pero sabía que estaba en una situación crítica. —No puedes estar hablando en serio —dijo finalmente, su voz baja pero peligrosa. Nicolás se acomodó en la cama del hospital, su expresión completamente relajada. Había esperado este momento durante días, y finalmente, estaba disfrutando de ver a Sofía fuera de balance. —Oh, créeme, estoy completamente serio, Sofía —dijo Nicolás con calma—. Cada palabra que has dicho desde que entraste por esa puerta está grabada. Y si te soy honesto, sería una pena que el mundo supiera cómo los Alarcón intentan silenciar sus problemas con amenazas veladas y mentiras. Sofía sintió como si la habitación comenzara a cerrarse a su alrededor. El aire se hizo más pesado, y su corazón latía con fuerza en sus oídos. No había previsto algo así, no de Nicolás. Siempre lo había considerado alguien con orgullo, tal vez, pero no un hombre que jugara tan sucio. —¿Dónde tienes esa grabación? —preguntó finalmente, intentando mantener su voz firme, aunque por dentro sentía el pánico. Nicolás sonrió y sacudió la cabeza lentamente, como si la pregunta le resultara graciosa. —Eso no importa, ¿verdad? Lo que importa es que ahora tienes una elección. Puedes firmar el acuerdo que te propuse, y todo este asunto desaparece. O puedes seguir resistiéndote y arriesgarte a que esta pequeña conversación llegue a los medios. Sofía sintió un nudo en el estómago. Los Alarcón no podían permitirse un escándalo de esta magnitud, no ahora, cuando Aitana acababa de asumir el control de todo. Las repercusiones serían devastadoras para la imagen pública de su hija y, por ende, para los negocios de la familia. —¿Qué demonios es lo que buscas, Nicolás? —gruñó Sofía, su voz cargada de rabia contenida—. ¿Dinero? ¿Venganza? Porque si piensas que puedes chantajearme y salir victorioso, te has equivocado de enemigo. Nicolás se inclinó hacia adelante en la cama, su mirada fija en la de Sofía. —No me subestimes, Sofía —dijo en un tono más frío—. Esto no es solo por dinero. Claro, diez millones es una cantidad generosa, pero lo que realmente quiero es recuperar lo que me fue arrebatado. Aitana me fue arrebatada, y ese niño... Si es mío, no dejaré que me lo quiten. El rostro de Sofía se endureció. Ahora era evidente que Nicolás estaba dispuesto a todo para llegar a Aitana y al niño. Pero no podía permitir que eso ocurriera. —Estás jugando con fuego, Nicolás —murmuró, su voz helada—. Aitana no te pertenece. Nunca lo hizo. Nicolás la observó en silencio por un momento antes de hablar. —Tal vez no —admitió—. Pero si ese niño es mío, entonces sí me pertenece. Y tú lo sabes. ¿O vas a seguir negándolo? —dijo, levantando una ceja desafiantemente. Sofía apretó la mandíbula, su mente trabajando frenéticamente para encontrar una salida. No podía negar para siempre la posibilidad de que Nicolás fuera el padre. Pero tampoco podía dejar que él la usara para obtener lo que quería. —No tienes ninguna prueba —dijo finalmente, su voz cortante—. Estás basando todo esto en suposiciones. Nicolás rió por lo bajo, un sonido amargo y sarcástico. —¿Pruebas? Las puedo obtener. Pero ¿quieres realmente llegar a eso, Sofía? Porque si es necesario, lo haré. Voy a pedir una prueba de paternidad y cuando se confirme lo que ya sospecho, no habrá nada que puedas hacer para detenerme. —Se inclinó un poco más, con los ojos brillando de determinación—. Y te aseguro que los Alarcón no podrán comprarme como hacen con todos los demás. Sofía sintió cómo la presión aumentaba. Este no era el juego que había esperado jugar, pero ahora estaba atrapada en él. Nicolás había planeado cada movimiento cuidadosamente, y ella había subestimado su determinación. Esto no era solo sobre dinero ni poder; esto era personal, muy personal. —Eres despreciable —soltó finalmente, incapaz de contener su ira por más tiempo—. No sé en qué clase de hombre te has convertido, Nicolás, pero te advierto que los Alarcón no se van a quedar cruzados de brazos mientras tú intentas destruirnos. Nicolás la miró fijamente, sin inmutarse por sus palabras. —Yo no los estoy destruyendo, Sofía. Tú y tu familia se están destruyendo a sí mismos. Y si no lo ves, entonces estás más ciega de lo que pensaba. Sofía lo miró con una mezcla de desprecio y furia, pero sabía que tenía que mantenerse fría. No podía permitirse más errores. —¿Quieres diez millones? —dijo finalmente, con una frialdad que solo los años en los negocios podían otorgarle—. Los tendrás. Pero no creas que esto ha terminado, Nicolás. Voy a asegurarme de que te arrepientas de cada decisión que has tomado. Nicolás sonrió nuevamente, satisfecho. —Ya veremos quién se arrepiente primero, Sofía. Pero por ahora, creo que hemos llegado a un acuerdo. Sofía tomó aire y giró hacia la puerta. Pero antes de salir, se detuvo y se volvió hacia él una vez más. —No vuelvas a subestimarnos, Nicolás. Si crees que esto te dará poder sobre Aitana, estás muy equivocado. Ella es mucho más fuerte de lo que imaginas. Y si el niño resulta ser tuyo, no creas que te hará falta para siempre. Nicolás la observó mientras se marchaba, pero las palabras de Sofía resonaron en su mente. Sabía que Aitana había cambiado, que ya no era la mujer dócil y dulce que él había conocido, pero algo en esas palabras lo inquietó. Aitana era más fuerte ahora, más poderosa. Y cuanto más pensaba en ella, más se daba cuenta de que la quería de vuelta, no solo por el niño, sino porque Aitana era lo único real que había tenido en su vida. Cuando Sofía cerró la puerta tras de sí, Nicolás suspiró y miró hacia la ventana. Había ganado esta batalla, pero sabía que la guerra estaba lejos de haber terminado.

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