Capítulo 14: El Pasado Frente a Ella

1196 Words
Sofía Alarcón se despertó esa mañana con la determinación de cerrar el asunto del accidente que había sacudido a su hija. Sabía que Aitana estaba agobiada por lo ocurrido, y no era de extrañar. El hombre que había resultado herido podría convertirse en un problema más grande si decidía presentar una demanda. No podían permitir que ese tipo de escándalos afectaran el nombre de los Alarcón, y mucho menos ahora que Aitana estaba más expuesta que nunca, tras tomar el control total del grupo familiar. Sofía se vistió cuidadosamente. Como siempre, lucía impecable, pero con un aire más severo de lo habitual. Sabía que aquel encuentro no sería fácil. Estaba decidida a hacer todo lo necesario para evitar cualquier complicación. El dinero y el poder eran herramientas útiles en situaciones como esta, y Sofía estaba acostumbrada a utilizarlas con precisión. Tomó su coche y condujo hasta el hospital privado donde estaba ingresado el hombre que Aitana había atropellado. Mientras avanzaba por las calles de la ciudad, su mente estaba enfocada en el objetivo. Solo necesitaba hablar con él, hacerle entender que los Alarcón lo compensarían generosamente, siempre y cuando aceptara su oferta y no intentara tomar medidas legales. Al llegar al hospital, Sofía se dirigió directamente al área de cuidados intensivos, donde la secretaria le informó en qué habitación se encontraba el paciente. Caminaba por los pasillos con una mezcla de autoridad y elegancia, como una reina que inspecciona su territorio. Cuando llegó a la habitación, se detuvo un momento frente a la puerta, ajustándose el abrigo antes de entrar. Al abrir la puerta y cruzar el umbral, el aire de la sala se sintió diferente. La luz del mediodía entraba por la ventana, iluminando la cama del paciente. Pero lo que Sofía vio cuando levantó la mirada la dejó paralizada. Ahí, tendido en la cama, con el rostro pálido y vendajes alrededor de la cabeza, estaba Nicolás Valverde. Su mente tardó unos segundos en procesar lo que sus ojos le estaban mostrando. Nicolás. El hombre que había destrozado a su hija. El mismo que había abandonado a Aitana, que la había humillado con esos fríos papeles de divorcio, y que la había dejado sola en el momento más vulnerable de su vida. El que, sin saberlo, la había abandonado cuando estaba embarazada. El aire se volvió pesado en la habitación, y Sofía sintió cómo la ira le subía desde el estómago hasta el pecho. Su sangre hervía al ver a Nicolás en esa cama, vulnerable, indefenso, como si el destino le hubiera jugado la más irónica de las bromas. Nicolás estaba despierto, aunque débil. Cuando vio a Sofía entrar, su mirada confundida intentó enfocarla. —Sofía… —dijo con voz ronca, apenas un susurro. Sofía dio unos pasos hacia él, su expresión rígida como el mármol, pero sus ojos ardían con una furia contenida. —No te atrevas a decir mi nombre —escupió, su voz afilada como un cuchillo—. No tienes derecho. Nicolás frunció el ceño, tratando de entender la magnitud de la hostilidad que emanaba de Sofía. Aún estaba desorientado por el accidente, y su cabeza apenas lograba conectarse con la realidad. Sin embargo, el rostro de Sofía le indicaba que no estaba frente a una simple visitante. —¿Qué… qué haces aquí? —logró preguntar, aún sin poder comprender del todo la situación. Sofía soltó una risa amarga, sarcástica, que llenó la habitación. —¿Qué hago aquí? Vine a resolver un asunto pendiente de mi hija. Pero parece que el destino ha decidido ponerme frente al mayor de los desgraciados —dijo, caminando lentamente alrededor de la cama—. El mismo hombre que destruyó a mi familia… y que ahora yace aquí, como si fuera una víctima. Es casi poético, ¿no te parece? Nicolás trató de moverse, pero un dolor agudo en su costado le impidió hacer más que un leve esfuerzo. —No sé de qué estás hablando… —balbuceó—. ¿Aitana? ¿Qué tiene que ver Aitana con esto? Sofía se inclinó hacia él, su rostro ahora a solo unos centímetros del suyo. Su expresión era implacable, pero su voz permaneció controlada, aunque cargada de un veneno palpable. —Aitana te atropelló anoche —dijo, deleitándose en las palabras—. Por un accidente. Qué irónico, ¿no? Tú que la atropellaste emocionalmente y la dejaste destrozada. El karma, Nicolás. Finalmente te alcanzó. Nicolás parpadeó, aturdido. El dolor físico mezclado con la confusión emocional lo dejó sin palabras por un momento. —Aitana… —repitió en un susurro, como si tratara de conectar los puntos—. Ella… fue ella quien me trajo aquí. Sofía lo miró con desprecio. Cada palabra de Nicolás parecía avivar aún más su resentimiento. —Claro que fue ella —replicó Sofía con frialdad—. Porque a pesar de todo lo que le hiciste, Aitana sigue siendo mejor que tú. Tiene compasión, tiene integridad, algo que tú nunca tendrás. Ella te trajo aquí para asegurarse de que recibieras atención médica, pero créeme, si fuera por mí, te habría dejado en la calle. Nicolás cerró los ojos, dejando que las palabras de Sofía lo golpearan. Sabía que había perdido a Aitana, pero escuchar la furia de su madre lo hizo darse cuenta de la verdadera profundidad del daño que había causado. Cada palabra de Sofía era una daga, y cada una de esas dagas iba directa a su corazón. —Sofía… lo lamento… —logró decir, su voz débil—. No puedo… no puedo cambiar lo que hice. Sofía se irguió, alejándose de él como si la proximidad de Nicolás la contaminara. —No, no puedes —dijo con severidad—. Pero eso no te exime de pagar por lo que hiciste. Aitana no merece ni una sola de tus disculpas vacías, Nicolás. Y ahora, lo único que puedes hacer es desaparecer de su vida para siempre. El silencio cayó en la habitación. El único sonido era el pitido constante de las máquinas que monitoreaban el estado de Nicolás. Sofía lo miró un último momento, como si estuviera memorizando la imagen de un hombre que alguna vez tuvo todo y ahora no tenía nada. —Te aseguro que te irás de aquí con el mejor tratamiento —dijo finalmente, su tono afilado—. No porque te lo merezcas, sino porque mi hija lo pidió. Pero no quiero volver a verte nunca más, Nicolás. Si tienes un mínimo de dignidad, te quedarás lejos de Aitana. Sin darle tiempo para responder, Sofía se dio la vuelta y caminó hacia la puerta. Antes de salir, se detuvo, sin volverse a mirarlo. —Esta es tu última oportunidad para redimirte, Nicolás. Si intentas arruinar la vida de Aitana una vez más, te aseguro que yo misma me encargaré de que no tengas dónde esconderte. Con esas palabras, Sofía salió de la habitación, dejando a Nicolás solo con sus pensamientos, abrumado por la realidad de su situación. El peso de sus decisiones del pasado lo aplastaba, y ahora, más que nunca, entendía el precio que había pagado por perder a la única mujer que realmente lo había amado.
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