Capítulo 15: La Revelación del Error

1151 Words
Nicolás se quedó tumbado en la cama del hospital, su mente hecha un caos mientras los recuerdos y las revelaciones de las últimas horas lo golpeaban como una ola imparable. Todavía sentía el peso de la mirada de Sofía Alarcón, el veneno en sus palabras, el odio palpable que parecía impregnar el aire cuando se dirigió a él. Nunca había sentido tanta repulsión proveniente de alguien. Pero lo que más lo desconcertaba, lo que lo mantenía en un estado de confusión total, era lo que había descubierto: Aitana no era la amante del patriarca de los Alarcón como él había creído todo este tiempo. No, ella era mucho más que eso. Aitana era la hija y heredera del imperio Alarcón. Un error tan catastrófico como incomprensible. ¿Cómo había llegado a pensar que Aitana no era más que una oportunista? Se había convencido de que su relación con ella había sido una estrategia, una jugada bien orquestada para mantener el favor del poderoso patriarca de los Alarcón. Siempre había pensado que Aitana simplemente había sido empujada a sus brazos por conveniencia, un arreglo para consolidar alianzas, para asegurarse un lugar de privilegio. Pero ahora, con la verdad desnuda ante él, se daba cuenta de cuán ciego había sido. Ella nunca fue una peón en este juego; ella era la reina. "¿Cómo pude ser tan estúpido?" pensó Nicolás, su frustración creciente mientras las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar. Había subestimado a Aitana, la había visto como un accesorio en su vida, cuando en realidad era la heredera de un imperio más grande del que él jamás podría haber soñado. Los Alarcón. Un apellido que evocaba poder, riqueza y una influencia que se extendía más allá de las fronteras del país. Y él, Nicolás Valverde, había estado tan atrapado en sus propias ambiciones, tan cegado por la imagen que había construido de sí mismo como el hombre más poderoso de la ciudad, que nunca se detuvo a preguntarse quién era realmente la mujer que se había casado con él. Había dejado que su orgullo y sus prejuicios lo dominaran, y ahora, ese orgullo le estaba pasando factura. Mientras yacía en la cama, sus pensamientos volvieron a Aitana. Recordaba la última vez que la vio antes del accidente, cuando ella lo había mirado con esos ojos llenos de decepción y dolor, mientras él le entregaba los papeles de divorcio sin una pizca de remordimiento. En aquel momento, estaba convencido de que estaba tomando la decisión correcta. Pensaba que Valeria, la mujer a la que creía amar, era su verdadero destino. Pero, ¿cómo pudo ser tan ciego? Las imágenes de Aitana se le agolpaban en la mente. La dulzura con la que lo trataba, la dedicación que siempre mostraba, su sonrisa que iluminaba cualquier lugar. Pero todo eso, en su arrogancia, lo había desechado, lo había visto como una debilidad. Y ahora, al recordar la noche del accidente, cuando despertó en el hospital y la vio por primera vez después de tanto tiempo, algo dentro de él se removió. Aitana se veía tan diferente. No era la mujer dócil que él había conocido durante su matrimonio. Se veía más poderosa, como si hubiera renacido de las cenizas que él había dejado tras el divorcio. Y en ese renacer, Aitana irradiaba una fuerza que lo desconcertaba. "No era solo que hubiera cambiado," pensó Nicolás, con los ojos entrecerrados. "Es que siempre fue así. Siempre fue poderosa. Fui yo quien no lo vio." Ahora la comprendía. Sofía Alarcón lo había tratado con tanto desprecio porque él había herido a su hija, no a cualquier mujer. Se había enfrentado al orgullo de una familia que nunca perdonaba y que siempre protegía a los suyos con uñas y dientes. Y Aitana, con todo ese poder, había elegido no destruirlo por lo que él había hecho. La magnitud de su error lo hacía sentir insignificante. Los pensamientos seguían invadiendo su mente como un torrente descontrolado. Recordó el rostro de Aitana cuando lo encontró inconsciente en la calle. Sus manos temblorosas mientras lo llevaba al hospital, la preocupación en su mirada, a pesar de todo lo que le había hecho. Ella no lo había dejado morir, no lo había abandonado como él había hecho con ella. No podía entender cómo alguien que había sido traicionado de la manera en que él la traicionó, aún podía actuar con tanta compasión. "¿Cómo no me di cuenta de su valor antes?" Se preguntó, sintiendo el peso de la culpa aplastarlo. El recuerdo de Aitana, en esa primera vez que la vio tras el accidente, no dejaba de perseguirlo. Ella se veía diferente, sí. Más hermosa que nunca, con una seguridad que antes no había percibido en ella. Como si su alma hubiera florecido, como si la mujer que alguna vez fue callada y complaciente ahora caminara con una luz que no podía ser apagada. Nicolás, en su delirio, había pensado que estaba viendo a un ángel, alguien irreal. Pero era ella. Aitana. Más fuerte, más independiente, más viva de lo que él jamás imaginó. Esa Aitana que ahora veía en su mente no era una simple esposa rechazada. Era una fuerza de la naturaleza, y él, al perderla, había perdido la mayor oportunidad de su vida. "Un ángel", pensó Nicolás, con una mezcla de tristeza y admiración. "La dejé ir y no me di cuenta de que era lo mejor que jamás tuve." El dolor de esa realización lo golpeó con una fuerza devastadora. Había apostado todo por un amor falso, por una ilusión, y en el proceso había destruido lo único que podría haber sido real en su vida. Valeria, la mujer que había idealizado, se había revelado como una mentira. Todo lo que había construido con ella se desmoronó en un instante cuando Valeria le confesó que nunca fue quien dijo ser, que había construido una farsa para aprovecharse de su estatus. Nicolás había sido un tonto al dejarse engañar. Y ahora, mientras yacía herido y solo en esa cama de hospital, la verdad lo golpeaba con una b********d que no podía ignorar. "Aitana es lo que siempre quise, y fui demasiado estúpido para darme cuenta." La puerta de la habitación se abrió ligeramente, interrumpiendo sus pensamientos. Una enfermera entró para revisar su estado, pero Nicolás apenas notó su presencia. Sus pensamientos seguían atrapados en Aitana, en todo lo que había perdido y en el error imperdonable que había cometido. Mientras la enfermera revisaba su pulso, Nicolás cerró los ojos y dejó que las lágrimas se acumularan detrás de sus párpados. Un hombre como él, que había sido orgulloso y arrogante, nunca admitiría fácilmente una derrota. Pero esto no era una simple derrota. Era la mayor pérdida de su vida. Aitana no era solo una mujer. Era su ángel caído. Y ahora, la había perdido para siempre.
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