La noche en la ciudad era un manto oscuro salpicado de luces, pequeñas guías en la inmensidad. Aitana Alarcón, tras el largo banquete de bienvenida, sintió un impulso incontrolable de salir, de escapar de las miradas y de la constante adulación que la rodeaba. Necesitaba respirar, sentir el viento en su rostro, lejos del peso del poder que ahora ostentaba. —Llévalo a la mansión, por favor —le dijo a la niñera, entregándole a su hijo con una suavidad que contrastaba con la firmeza en su voz. La niñera asintió, tomando al bebé con cuidado, y se alejó hacia la limusina que la llevaría de regreso. Aitana observó el vehículo desaparecer en la distancia antes de dirigirse a su Mercedes, un auto n***o y brillante que reflejaba la luna llena en su impecable superficie. Sin dudarlo, subió al coc