Los días posteriores a la fiesta del aniversario en la mansión Alarcón fueron una tormenta silenciosa para Nicolás Valverde. La rabia que había sentido en la fiesta aún lo consumía, pero debajo de su furia latía una creciente preocupación. Algo más profundo estaba ocurriendo, y no podía ignorarlo. Había comenzado con rumores sutiles en los pasillos de su empresa. Los socios y contactos con los que había trabajado durante años empezaron a ser más esquivos. Llamadas importantes se postergaban, reuniones se cancelaban sin explicaciones, y propuestas de negocios que parecían seguras se desvanecían como humo. Al principio, Nicolás pensó que era una simple coincidencia, una racha de mala suerte. Pero cuando los problemas se intensificaron, comprendió que algo más siniestro estaba sucediendo. L