Su imponente voz me impresiona increíblemente, por lo que atraigo mis rodillas hacia mi cuerpo. El hombre se acerca y me cubro con los brazos, haciéndome bolita y apretando los ojos, pero lo siento pasar por mi lado y volver a ponerse donde estaba. —¡Responde lo que te pregunté! —exclama cabreado. Intento abrir mis ojos, encontrándome con unos profundos y extraños ojos verdes, que me miran bajo un ceño muy fruncido. —S-soy… M-me ll-llamo P-paula —digo asustada, comprendiendo que es el hijo de la señora Mela, porque dijo que era su casa… Intento ponerme de pie y gruñe. —No te he dicho que te puedes levantar —bufa, malhumorado y lo único que quiero, es sobarme el trasero, que aún me duele por el golpe. Le frunzo el ceño, porque no me va a venir a intimidar, por mucho que la casa sea suya