Llegamos por fin a la mesa y Ester, con gracia y elegancia puso a la vista la botella. Tomé asiento en mi sitio y percibí la mirada de todos. Quise cerrar los ojos y suspirar hasta difuminar la vergüenza que me embargaba, pero me esforcé por no demostrar mis emociones y todavía no me explico por qué fue a Everest al primero que volteé a ver cuando fui a tomar mi copa. Este tenía su rostro ligeramente ladeado en mi dirección y me miraba de reojo, específicamente a la parte de mi cuello y el pecho. Dejé de mirarlo y paseé con disimulo, como quien no quiere la cosa, la mirada sobre los demás. Rodrig no me prestaba ni la más mínima atención, se limitaba a comer con aburrimiento, Ester sonreía y ya sentada le entregaba al señor del servicio la botella para que procediera a servirla