Ester Tarskovsky Harris.
Definitivamente todo esto era una especie de pesadilla, un mal chiste onírico, o simplemente una estación de tormenta. Al otro lado de la ventana de mi dormitorio caía tranquilamente la nieve de una forma casi indolente, con una calma desesperante y una indiferencia congelante. Todo lo contrario a la impotencia que quemaba en mi pecho, ¿es que debería haber estado feliz por ver volver a Edrick?, claro que sí, por supuesto que lo más razonable e inteligente sería estarlo, sin importar en qué circunstancias específicas. Pero no, yo no soy la protagonista perfecta de mi propia historia, tengo fisuras, soy una personalidad defectuosa, de modo que es natural, supongo, sentir celos por esa otra vida que adquirió mi esposo tras su despertar luego de haberse ahogado, sentir rabia hacia la situación que nos envuelve, sentir tristeza porque no logro conseguir que me ame como antes o siquiera que me recuerde y tener una gran depresión por sentir que estoy perdiendo otra vez las riendas del asunto; cuando en realidad nunca las tuve de nuevo, simplemente fue un roce débil que me inyectó ilusiones de volver a recuperar mi pasado y remendar desperfectos, que nunca estuvo en los planes del destino otorgarme de regreso el privilegio de sentirme completa.
Tuve ganas de levantarme del asiento en el que estaba, de un golpe a puño cerrado romper el cristal de la ventana, gritar desgarradamente y maldecir a los cuatro vientos hasta hacer que las aves salieran despavoridas desde la frondosidad de los árboles que conformaban el bosque alrededor de mi hogar. Tuve ganas de tomar la silla que antes hubiera dejado y sacudírsela a la pared para descargar mi rabia, de tomar cada adorno complementario en aquella habitación y sacudírselos al suelo; de tomar un cuchillo y hacer pedazo las sábanas de la cama hasta rajar el colchón. Miré fijamente al otro lado de la ventana, el día era claro, estábamos en el corazón del invierno y todo el suelo a cielo abierto estaba blanco, cubierto de nieve mientras las goteras en los bordes exteriores de cada nivel de la mansión, estaban convertidas en hielos que parecían esquirlas de una granada de cristal, todo lindo, todo tierno, pero por dentro yo no estaba tan purificada como ese tono que estaba teniendo el día más allá de la ventana que me separaba del frío. De hecho, tuve ganas de prenderle fuego a todo lo que me rodeaba, de quebrar los espejos y ordenar a todo el personal de seguridad que le impidieran la salida a Edrick; la fantasía de retenerlo en contra de su voluntad aquí en su casa, hasta que recuperara su memoria y aceptara de una vez que su vida estaba a mi lado.
Claro, todas esas cosas simplemente eran parte de mis cavilaciones, supuse que en un sano juicio y completo raciocinio no haría nada similar, pero como ser humano imperfecto tenía la licencia de considerar opciones no debidas. Suspiré y me recosté más cómodamente en aquella silla tipo mueble, apartando la vista de la claridad al otro lado del cristal enmarcado en madera lijada y barnizada, para posar la mirada en la criatura más hermosa que había visto en mi vida. Arya dormía plácidamente en su cuna justo a mi lado, boca arriba y con su pechito bajando y subiendo conforme a su respirar pausado; se me escapó una sonrisa floja y triste, ella era el principal motivo para razonar más acerca de mi vida y mis decisiones, ya que cada acto ejecutado por mí, fuese bajo la emoción que fuese, podría repercutir en ella. Ya no era yo una adolescente, era una adulta joven, una señora casada y con responsabilidades, así que eso me hacía frenar mis ocasionales impulsos y mantener la compostura frente a cada situación.
A cualquier persona con costumbres recatadas, remilgados y moralistas, esto se le haría una completa desfachatez, un descaro, una situación hilarante y digna de llevar a la protagonista a la hoguera; pero a decir verdad, tener únicamente a Élan y a Rodrig no era suficiente para mí, porque yo los amaba a los tres y perder a uno dolería tanto como perder a los otros. Sentí el picor en mis ojos y luego la humedad tras el empaño de la visión; también la parte interna de la nariz tuve una piquiña similar al de la alergia, pero eran solamente ganas de llorar y eso hice, solitaria, en silencio y con la cara inexpresiva, mientras mi mirada seguía al otro lado de la ventana. Amaba a Edrick y tenía miedo de volverme loca, suplicaba a esa parte racional de mí misma que me hiciera tomar las mejores decisiones. Tragué saliva, suspiré y sorbí por la nariz, desanimada y con la sensación de sentir mi cuerpo entumecido.
Élan Tarskovsky.
Supuse que tan distraída habría de estar Ester cuando tomó asiento frente a la ventana, ya que la puerta había quedado entreabierta y no me fue necesario girar el pomo para poder tener acceso visual hacia el interior de nuestro dormitorio; me bastó empujar un poco para poder observarla mejor, analizando su negra mata de cabello teñido, el reflejo que irradiaba de su blanca piel en completo contraste y las uñas de un rojo escarlata en sus flácidas manos sobre los reposabrazos.
Volví a considerar, todavía de pie, en silencio y sin al menos dar aviso de mi presencia, que era el esposo de la mujer más hermosa del mundo. Y para deducir eso no me basaba en los estándares habituales, no era ella la mujer con los pechos más grandes del mundo o con las piernas particularmente largas, aunque sí reconozco, sin atisbo de vergüenza, que tras el embarazo el trasero y los muslos se le habían convertido en lugares paradisiacamente rellenos, eso me tenía levitando dentro de una embriaguez perversa.
Nuestra hija, dentro de la cuna a un lado de mi mujer, seguía durmiendo, indudablemente el único momento en que la pequeña se mantenía en calma, ya que era endemoniadamente inquieta, renuente y con una extraña carencia de miedo que ya empezaba a darme mucho que pensar.
Escuché a Ester sorber por la nariz y me removí sobre el mismo sitio, incómodo, debatiéndome entre acercarme a ella o darle espacio, no me gustaba mirarla estresada, ya que últimamente había andado tensa y con na sequedad deshidratante. Claro, todo eso por el motivo obvio, el retorno de mi hermano. Todos debimos habernos alegrado y yo no estaba disgustado, un poco alucinado al principio pero ahora más racional, sin embargo el jueguito que superficialmente parecía tener Edrick ya me estaba tomando de las pelotas, debía darle un ultimátum, pero mi sentido lógico me decía que debía tenerle paciencia, no sólo a él por no tener culpa, sino a Ester, que seguramente sentía impotencia al mirar que Edrick insinuara tener a otra persona con la cual rehízo su vida muy lejos de aquí. Y eso claramente era envidia, Ester, a mi parecer estaba a punto de sacar las uñas, algo dentro de mi susurraba comentarios malignos con respecto a ella, algo me murmuraba con voz ronca y nasal que Ester pronto iba a mostrar un lado que no conocíamos en ella, por lo menos no yo. Así que me sentí a ciegas de repente, en vez de considerar que estaba casado con una mujer llena de sorpresas y reservas, más bien sentía que estaba compaginado con una desconocida. Y aunque no fuera yo precisamente el tipo de hombres que se desarmaban en ridículas frases románticas refiriéndose a las personas que apreciaba, yo me limité a aceptar que siempre iba a estar a su lado, apoyándola en las buenas, en las malas y en las que estuvieran realmente jodidas.
Carraspeé un poco y obtuve su atención inmediata, no antes de que con las falanges se secara las lágrimas de sus pómulos. > consideré cuando ella fijó sus ojos marrones en los míos.
—Élan —musitó ella con una sonrisa triste y forzada—. No te escuché llegar.
—No quería despertar a la niña —musité de regreso, manteniendo un tono que no sacara a Arya de su tranquilidad—. Me preocupa mirarte así. Sabes que puedes hablar conmigo y decirme lo que sea. No sólo soy tu cónyuge ante la ley, también tu compañero, tu amigo y lo que sea que necesites.
Estaba dando lentos y cuidadosos pasos hacia ella hasta situarme detrás de su asiento, colocar mis manos en sus hombros y depositarle un beso sobre la cabeza, inhalando el aroma de su cabello mientras mantenía mis ojos cerrados y sintiéndome en calma, manteniéndome allí y al mismo tiempo en una dulcería que mezclaba melocotones con chocolate.
—Gracias —musitó ella colocando una mano sobre una de las mías—. No quiero contar… nada en realidad, por ahora. Pero me hace sentir a gusto saber que cuento contigo.
—Siempre —concordé.
Largué la vista hacia el interior de la cuna, mi hija tenía una hermosa cabellera negra caoba y las manitos relajadas, admiré sus largas pestañas, aunque para mí todo de ella fuera particularmente hermoso. Ya me imaginaba yo a unos quince años desde ahora, ella ya sería mayor, pero yo no dejaría de tener la tutela y la responsabilidad de cuidarla, incluso no me detendría en reparos antes de sacudir de las solapas a cualquier jovenzuelo que anduviera por allí persiguiéndole las faldas.
Pero de nuevo regresé a mis pensamientos principales en ese momento.
—Comprendo lo que estás pensando acerca del acontecimiento con Edrick. Y lamento la situación, pero hay que ser racionales, Ester. Mantener cabeza fría y tener empatía, recuerda que no lo está haciendo a propósito —mantuvo silencio, un silencio peligroso porque percibí inexpresión en su rostro—. Si lo mantenemos retenido aquí podría llegar a interpretar eso como una especie de secuestro, Edrick no reacciona de la manera más inteligente ante las presiones, es posible de que empiece a tener sentimientos de culpa y se estrese incluso hasta más que tú.
—¿Y si son esa gente que los que lo tienen presionado? —planteó ella poniéndose de pie lentamente y girándose en torno a mí—. ¿Y si lo están manipulando? Aprovechándose de su gentileza y de la amnesia. Élan, Edrick pertenece a este lugar —declaró mirándome a los ojos fijamente y meneó la cabeza—, no es de donde sea que hubiera estado viviendo estos últimos tres años.
Suspiré, manteniendo la calma y sin dejar de tener contacto visual con ella.
—Ester, aunque muchas cosas son posible, no creo que precisamente le estén lavando el cerebro y si eso es lo que acontece entonces pronto lo sabremos y actuaremos, mientras tanto no deberíamos precipitarnos porque lo único que conseguiríamos sería espantarlo. Todo debe suceder en su debido momento, a las personas hay que darles su espacio siempre que sea necesario y si algún día recuerda lo que era antes, entonces volverá por su propio pie. Sólo tuvo amnesia, no tiene signos de haber perdido la razón.
Se removió incómoda, suspiró y se colocó las manos en la cintura, mirando por lo bajo antes de verme de nuevo.
—¿Cuánto crees que tarde en recordar su pasado?
Hubo un hueco silencio entre ambos.
—No lo sé, Ester —respondí con honestidad, no quería darle falsas esperanzas—. Tendría que tener estímulos con relación a su pasado; estímulos visuales, auditivos, olfativos, gustativos, sensitivos o incluso oníricos, pero eso no nos aseguraría nada. Incluso, existen casos de personas que nunca recuperaron su memoria tras un golpe en la cabeza.
Miré su garganta estremecerse un poco al tragar seco, se me hacía que estaba conteniendo la respiración, que mis palabras le habían dado un suspenso asfixiante a su momento. Meneó la cabeza vehemente, mirándome con advertencia.
—Edrick tiene que recordar, algo debe presentir. Su sexto sentido le habría dicho alguna cosa para que terminara regresando.
—Eso es un buen comienzo. Dijo que recordó nuestro apellido, con suerte podría recordar más, pero no tiene por qué ser ahora. Podría incluso tardar años.
Volvió a removerse incómoda en el mismo sitio.
—No tendré la paciencia que tarde años.
—Debes esforzarte —sugerí sin dejar a un lado la calma—. Debes mantenerte ocupada en otras cosas también, para que en tu mente no sólo se haga espacio para esto. No es nuestra culpa tampoco, pero la vida sigue y a veces debemos tomar decisiones importantes, incluso si estas no son de nuestro agrado.
La miré reflexionar. Esa era otra de las cosas que me gustaban de ella, sólo un porcentaje pequeño en su comportamiento era irracional, pero la mayoría de las veces se daba la tarea de pensar, de dejar el egoísmo a un lado y consideraba tomar decisiones en beneficio de las personas que apreciaba. Ester estaba lejos de ser dócil, simplemente era inteligente.
—Llamaré a la criada para que se haga cargo de la niña por esta tarde. Tú y yo debemos ir a dar la bienvenida a nuevos empleados que llegarán hoy.
La miré fruncir el ceño ligeramente, mirándome interrogativa y llena de incertidumbre.
—¿Desde cuándo le das la bienvenida a nuevos empleados?
—Bueno —exhalé e introduje las manos dentro de los bolsillos de mi pantalón en un gesto distraído—. Antes lo hacía Edrick. Hasta que regresó este, lo estabas haciendo tú y ahora que has andado un tanto distante de todo lo referente a las empresas, debo hacerlo yo, aunque reconozco que no es del todo mi fuerte, pero sé manejarme con esto. El asunto aquí es que estos dos empleados son importantes, uno de ellos es un alemán que servirá de imagen para la ensambladora de autos y será el modelo principal para la marca de ropa y maquillaje que inteligentemente emprendiste tú.
La miré asentir, entendiendo y dándome la razón.
—Ya. Recuerdo. Harriet me puso al tanto de esto hace dos días. Es bastante lo que nos costará este modelo, pero por lo que se analizó previamente, le sumará publicidad a las empresas. Pero… ¿Cuál es ese otro empleado? Sólo se me informó del modelo.
—La otra persona es una mujer—contesté recordando la recomendación que me dieron de esta—. Es la tutora que tendrá mi madre ahora, ya que la anterior piensa retirarse para hacerse cargo de problemas familiares. Nathaly Rodríguez es una colombiana políglota que estará disponible para atender su empleo las veinticuatro horas, durante los siete días de la semana. Además de tener el conocimiento necesario acerca psicología y prácticas avaladas respecto a terapias con pacientes. Debo estar presente para ponerla al tanto de lo necesario para su eficiente desenvolvimiento.
Nathaly Rodríguez.
Me asomé por la puerta abierta del ostentoso avión privado de la empresa Tarskovsky y el frío golpeó mi cara, sentí los globos oculares congelados mientras la blanca nieve me encandilaba con su claridad, incluso el cristal de mis gafas se empañó, así que tuve que quitármelas para limpiarlas con un pañuelito que guardaba en el bolsillo delantero de mi bléiser n***o.
—Me han enviado a ser de ayuda para usted —habló un joven pelicastaño subiendo por las escaleras—. Si me lo permite, tomaré sus maletas.
Me apresuré a colocarme las gafas para mirarlo con más atención, era un chico, de algunos diecisiete y se mostraba muy formal.
—Cargaré estas dos, pero todavía quedan otras tres adentro —le dije amablemente.
Se mostró incómodo y deslizó las palmas sobre las solapas de su saco.
—No se preocupe, señora. No tiene que cargar nada, me han empleado para este tipo de cosas, por favor, camine hasta el auto, la llevaré a la mansión Tarskovsky.
Me limité a asentir, no quería parecer irrespetuosa, terriblemente terca y mucho menos provocar un motivo para que los jefes le llamaran la atención a este empleado por no cumplir a cabalidad para lo que fue contratado.
—Permítame —dijo y le dejé acceso a las maletas cuya gasa había sostenido en mis manos.
—Gracias —musité.
Comencé a descender por las escaleras, escuchando el toc-toc de mis tacones al tocar el suelo y sintiendo escalofríos cuando una briza traviesa me revolvió un poco los cabellos. Todavía con mi negra bufanda puesta podía sentir la humedad haciéndoseme en la nuca, quizá eran los nervios que me hacía sudar.
Ahora iba a trabajar no sólo para un caso importante que durante unos cuantos meses fue centro de noticias en la prensa amarillista en todo el continente americano, sino que se trataba de la madre de un empresario billonario de Estados Unidos.
Caminé por fin sobre suelo firme y ya el chófer me esperaba con la puerta derecha trasera abierta para que yo subiera. Saludé en inglés, como debía ser y monté, este saludó de regreso antes de cerrar la puerta y volviera hacia el asiento delantero, mientras el chico ubicaba en el maletero mi equipaje, volviendo a subir las escaleras a por lo que faltaba.
Aproveché para mirar disimuladamente todo lo que rodeaba el auto, nada más que un espacio asfaltado y despejado que seguramente era un aeropuerto privado, porque los cinco aviones pequeños que miré a unos cuantos metros, apagados, tenían el nombre Tarskovsky estampado por los lados.
Escuché pocos segundos después el zumbido de un avión cada vez más cercano y lo miré aterrizar bastante cerca, a quedando lateral a el auto dentro del que yo estaba. Este otro avión era una réplica del que me había traído hasta acá, al menos por fuera. Volví a mirar hacia el parabrisas para ver por allí las escaleras del avión en que había llegado yo y apenas el jovencito acababa de entrar de nuevo para buscar el resto de mis cosas, el chófer por su parte seguía en silencio, con una mano sobre el volante y la mirada sobre alguna especie de manual en forma de libretilla.
Aprovechando esa falta de comunicación y el tiempo que se tomaba el maletero en terminar su tarea, yo miré hacia el avión que acababa de llegar y para conseguir esto sólo me bastaba con mover la cabeza hacia la derecha y atravesar la vista por el ahumado cristal de la ventana. Noté que llegó otro auto como el que me mantenía dentro y otro joven bajó de ese, seguramente otro maletero; la puerta se abrió hacia abajo, exponiendo una cantidad de peldaños blancos que conformaban la escalera por donde bajaría un joven hombre que entonces comenzaba a asomarse con una actitud segura, grácil e indiferente.