Louisa sentió el calor elevándose desde sus pies hasta sus mejillas. Conocía su cuerpo más que nadie y sabía perfectamente que con sólo su presencia, el señor Leonardo podía hacerla perder el juicio, sin embargo, no lo permitió, comenzaba a enfadarse por los miles y un intento por seducirla, y aunque sentía la misma química que irradiaba, no podía permitírselo. Miró a sus alrededores, y lo más cercano que tenía era el baño. —¿Y qué dices? —volvió a preguntar Leonardo cuando no recibió ninguna respuesta. —Me iré a bañar —adelanta su paso hasta la puerta del baño—, mi madre dice que después de un viaje, tomar un buen baño es como la cereza del postre. Cerró la puerta detrás de ella y se acercó al espejo. Detestó por unos segundos haberlo dejado plantado en la habitación, pero no esta