—Hola, ¿tú debes ser Louisa González? —dijo Leonardo al extenderle la mano.
—Sí —asintió Louisa—. Buenos días, señor Espinoza.
—Llámame Leonardo —la mira fijamente—, ¿no pretenderá dejarme con la mano extendida?
—Lo siento —estrecha su mano con la de él.
—Bien —respondíó al saludo—, así está mucho mejor.
Luego de la breve presentación Leonardo le enseña a Louisa su nuevo escritorio, que está ubicado junto al de él. Ella saca su computadora portátil de su bolso y la conecta directamente al toma corriente. Un breve y aturdido escalofrió la recorría cada vez que Leonardo la miraba, por lo que le costaba concentrarse en el trabajo.
—¿Es nueva su computadora? —preguntó Leonardo para aliviar la tensión.
—Sí, no hace mucho la compré —respondió sin mirarlo—. ¿Usted mencionó que toda la información se encontraba en una memoria flash USB?
—Sí, está guardada en el primer cajón de la derecha —continúa leyendo sus correos—. Cada archivo contiene su propias indicaciones, al principio será tedioso, pero luego se acostumbrará —la mira sin parpadear—. Si tiene alguna duda hágamela saber.
Leonardo le guiña el ojo y ella se sonroja. No podía dejar de pensar en él, por lo que miraba constantemente el reloj de la pared hasta que marcara la hora de almuerzo. Había quedado con Amanda para ir juntas a uno de los mejores restaurantes de Guayaquil que les había recomendado sus mamás.
—Después de la hora de almuerzo hablaremos sobre unas modificaciones en los últimos archivos que mandaste a mi correo —la mira de pies a cabeza.
—Claro —Louisa guarda su celular en el bolso para dirigirse a la salida.
—Tuz primeros documentos fueron muy precisos y claros —soba la espalda de Louisa—, pero en los dos últimos noté algunas incongruencias que me gustaría que los leyéramos de nuevo.
—Es usted muy amable.
—Tranquila, estos errores en el primer día de trabajo son muy comunes.
Ambos ingresan al ascensor, Leonardo marca el botón de planta baja, mientras que Louisa el del parqueadero.
—¿No comerá dentro del edificio, señorita Louisa?
—Me temo que no —saca su celular y revisa los mensajes de Amanda—. Iré con una amiga a un restaurante cerca de aquí. ¿Usted también comerá afuera?
—Sí, veo que no le gusta caminar —acotó Leonardo.
—Nos gusta caminar, pero como somos nuevas en la ciudad, preferimos conducir —guarda el celular en el bolso cuando el ascensor se detuvo—. ¿Qué está pasando?
—De seguro es solo una falla —Leonardo presiona otra vez el botón de planta baja, pero no responde.
—Esto no puede estar pasando…
Louisa comienza a desesperarse y su respiración se entrecorta mientras se sostenía de las paredes del ascensor. Las luces se apagan.
—Señor —dijo Louisa en voz baja.
—Louisa estaremos bien, por favor trate de tranquilizarse.
—No puedo ni siquiera verlo…
—Louisa…—saca su celular del bolsillo e ilumina el ascensor.
—Leonardo…
—¿Se encuentra bien? —preguntó Leonardo al verla sentada con sus rodillas en el pecho.
—No puedo…
La abraza y coloca su cabeza sobre su pecho, mientras le sobaba la espalda. Louisa le devuelve el abrazo con mayor fuerza.
—Pronto vendrán por nosotros…
—¿Y si no lo hacen?
—Lo harán.
—¿Cree que seamos los únicos estancados en un ascensor?
—No lo creo Louisa, solo debemos tranquilizarnos y esperar.
Leonardo eleva la quijada de Louisa y se pierde en los pequeños ojos azules que apenas veía con la linterna. Sonríe sin aparente razón y coloca un mechón de cabello detrás de su oreja. Ambos se miran y él interrúmpe la tensión con un tierno beso en la comisura de sus labios. Confundida y aturdida lo aparta y coloca su frente en su lugar.
—Louisa… —besa con mayor fuerza la frente de ella—, una chica muy inteligente, pero a la vez tan frágil.
—Señor usted no me conoce.
—No es necesario.
—Es preferible que mantengamos la distancia, si no le importa —se aleja y se dirige hasta el otro extremo del ascensor.
—No Louisa —la detiene del brazo suavemente.
—No insista, me siento muy incómoda cerca de usted.
—No debería sentirse de esa forma —la coge de las manos y la obliga a que lo mire—. Louisa nunca lo entendería.
Un fuerte golpe contra la puerta del ascensor los interrumpe. Leonardo la rodea con sus brazos y ella cubre su rostro en su pecho.
—¿Jefe, puede oírme? —preguntó Clara.
—La puedo oír, Louisa está conmigo.
—Esperen ahí.
—Louisa será la primera en subir —coloca sus manos en sus mejillas—, yo te ayudaré a tomar impulso y los bomberos desde el otro la ayudarán a cruzar.
—¿Y usted? —preguntó Louisa.
—Iré después.
—No creo que pueda…
—Estaré bien. Te cargaré en mi espalda.
La coloca sobre su espalda y se acerca más a la puerta para que Louisa pudiera sostenerse del mano del bombero. La ayudan a pasar al otro lado. Leonardo coge impulso y apoya sus brazos sobre la superficie. Su estatura de uno noventa y cinco le permitía muchas cosas.
—Señor me alegro que se encuentre bien —dijo Clara.
—Gracias Loui… —se detiene en seco al notar que no era su voz—. Clara muchas gracias. ¿Dónde está Louisa?
—Todo el edificio se quedó sin luz, le insistimos que se quedara con nosotros, pero no obedeció y salió corriendo.
—¿Cómo lo permitieron? —preguntó enfadado—. Es muy peligroso.
—Lo siento señor, estaba más preocupada por usted en que lo pudieran ayudar.
—Que no vuelva a pasar —comienza a buscarla por todos lados—. Clara hazte cargo hasta lo que regrese.
Todas las oficinas tenían sus puertas abiertas, pero no había nadie. Una de ellas tenía la puerta entre abierta y cerrada, miró a los lados e intentó marcarle a su número, un leve sonido de celular captó su atención.
—Louisa, por fin la encuentro — se sienta junto a ella en el piso—. No tenía que correr ¿en qué estaba pensando?.
—De todas formas iba a estar bien, ¿por qué se preocupa por mí?
—Solo me preocupo por cada uno de mis colaboradores.
—Si es así, puede regresar con Clara, yo estaré bien, solo necesito unos minutos a solas.
—Esta no es nuestra oficina así que la ordeno que venga conmigo y nos reunamos con todos.
—Si tanto insiste.
La ayuda a levantarse del piso y ambos se dirigen donde estaban Clara y los bomberos.
—¿Los demás se encuentran bien, Clara? —preguntó Leonardo.
—Están bien, algunos esperan en la oficina hasta que regrese la luz y otros ya se encontraban fuera del edificio.
—Llevaré a la señorita Louisa a su hora de almuerzo.
—¿Qué? —preguntó Louisa anonadada.
—Estamos en el segundo piso, bajaremos por las escaleras.
—¿No cree que sea mejor esperar hasta que todo esté bien? —insistió Clara.
—Por favor Clara, me llama la celular si ocurre algo más.