Días después Thomas se encontraba en una de las cafeterías retiradas de la ciudad, junto a él se encontraba el abogado, ambos esperaban que llegara Tania.
Cuando los azules ojos de Thomas la vieron llegar, se levantó lentamente, ella lucía un vestido blanco ajustado en la cintura, suelto de esta hacía abajo. Los tirantes que lo sostenía eran grueso, iban desde debajo de los senos hasta el cuello, detrás de este se amarraban en un lazo.
Se quedó mirándola anonado, pues ella siempre se vestía sencillo, pero lucía esplendorosa, era la primera vez que se detenía a contemplarla como mujer y no como amiga.
Saliendo del trance, procedió a saludarla, por consiguiente, a sacar la silla para que tomara asiento.
Mientras los dos jóvenes se miraban, el abogado aclaró la garganta y dijo—. ¿Están seguros de querer divorciarse?
Thomas estaba seguro de lo que quería y debía hacer, por ello fue el primero en asentir. Quería dejar libre a Tania para que buscara su felicidad con alguien que la amara, no podía seguirla atando a él porque se sentía bien con ella, esperando que con eso pudiera borrar aquel amor que tenía clavado en su pecho.
El abogado sacó de su maletín una carpeta, la abrió y empezó a leer lo que estaba escrito—. Antes de divorciarme, quiero acreditar una cuenta bancaria con medio millón de dólares a mi aún esposa, Tania Aksai, y la propiedad en la que moramos estos dos meses, y todo lo que está en ella.
Tania, escuchaba atentamente cada palabra que el abogado decía. Aunque no tenía ningún peso en sus bolsillos, más que lo que ganaba en el trabajo que se había conseguido, decidió rechazar esa oferta.
Sus rizadas pestañas se levantaron para conectar su mirada con la de Thomas. Este no la estaba mirando, contemplaba al abogado, pero cuando su aún esposa habló, dirigió la mirada en su dirección.
—No necesito nada de lo que está en ese papel.
—Tania...
—Escucha —lo interrumpió—. Ya lo hablamos, ya te dije que no necesito nada de las cosas que mencionas ahí, solo dime donde debo firmar y acabemos con esto de una vez.
Thomas quería que ella tuviera con que respaldarse en la vida, estaba dejándole la mitad de su fortuna, la casa que su padre había comprado para ellos y un coche en el que pudiera movilizarse, pero ella parecía no querer nada.
A la mesa se sumó Jade. La presencia de esa mujer tomó por sorpresa a las tres personas, más que todo a Thomas—. ¿Qué haces aquí? —Jade le acarició el rostro y con una sonrisa musitó.
—Fue casualidad que con mis amigas llegáramos a este lugar —miró a Tania, le regaló una sonrisa que por fuera parecía amigable, pero por dentro era de victoria.
El corazón de Tania dolió mientras veía a la pareja saludarse con un beso. Su mirada la apartó, posándola en el abogado, a quien le regaló una sonrisa.
Quería engañar al abogado, pero esté vio a través de esa mirada dolor.
—Y tú mi amor, ¿qué haces aquí?
La incomodidad abrumó a Tania, quien solicitó al abogado—. Por favor, el documento donde debo firmar —este miró a Thomas, en esa mirada, Tania le arrebató la carpeta y buscó donde debía realizar la firma. Lo hizo tan rápido que no le dio tiempo a Thomas de detenerla.
Tania se levantó y dijo—. No quiero nada de lo que me ofreces, gracias por todo —sin más se dio la vuelta y se alejó a toda prisa. A penas se giró dejando la espalda a ellos, las lágrimas empezaron a rodar.
Apretó los labios tratando de contener el llanto, pero los ojos se dilataron tan rápido que gotas grandes descendieron de estos dejando un río en sus mejillas.
Ella amaba a Thomas, no sabía desde cuándo y cómo fue que se enamoró, ya que ambos eran idénticos, pero su corazón latía fuerte cuando se reunía con Thomas, a diferencia de Dylan. A este solo lo veía como un amigo. Sus sentimientos permanecieron ocultos porque creía que no estaba a la altura de alguien como él. Ella era solo una campesina, mientras él era hijo de un gran empresario.
Eran de dos mundos distintos, donde jamás podrían compenetrar. Solo podía aspirar a una amistad. Y por esa amistad decidió casarse con él para ayudarlo a sanar, llenándose con la mínima esperanza que quizás en el tiempo que convivieran, podía surgir algo. No obstante, otra mujer llegó y no le dio tiempo a llegar al corazón de Thomas.
¿Cómo pudo ser tan ingenua e imaginar que alguien cómo él podría poner sus ojos en ella?
Eso solo ocurría en las telenovelas y los cuentos, pero no en la vida real. Muchas veces ni en estos ocurría que un príncipe se enamorara de una plebeya.
Tania subió al taxi sintiéndose morir, quería llorar con fuerzas, gritarle al mundo cuanto dolor sentía dentro, pues el hombre del cual se había enamorado no correspondía a su amor.
El pecho le dolía, le dolía hasta la otra vida, sentía punzadas que la traspasaban. Nunca pensó que amar doliera tanto, pensó que el amor era bonito, algo que te llenaba por completo, que te hacía sentir las sensaciones más hermosas de la vida. Pero a ella no le permitieron sentirse amada, de ninguna forma, ni por sus padres, ni por el hombre al cual le había entregado su corazón.
Su experiencia en el amor había sido tan dolorosa, que no volvería a entregar el corazón a nadie sin estar segura de que ese sentimiento también fuese correspondido.
Tania llegó al departamento donde se estaba quedando. Lo compartía con una chica de la universidad, a quien consideraba amiga, por el poco tiempo que llevaban conociéndose, quien había sido un apoyo desde el día uno.
Mientras unos lloraban, otros celebraban que al fin esa persona quedaba para ellos. Jade llenó dos copas, con una ensanchada sonrisa se acercó a Nash y le entregó, está la felicitó por haber logrado separar a Tania de Thomas, pero aún le faltaba que fuera aceptada por la familia Mancini.
—Soy un encanto de mujer, cualquiera que me conozca queda encantado conmigo, los Mancini no serán la excepción.
—Es que esta gente es como rara, ellos adoran a esa cosa con patas. Mira, me llevaron a esa casa para que tenga un acercamiento con tu amante.
—No soy su amante, acaba de divorciarse.
—Pero fuiste su amante —Jade frunció los labios—. El caso es que cuando él decidió casarse con ella, no se opusieron, antes estaban feliz de que fuera esa la esposa. Eso fue muy denigrante para mí, prácticamente me humillaron.
—Eso no pasará conmigo.
Estaba segura de que sería aceptada por los Mancini y adorada por todos ellos, pues los padres siempre quieren la felicidad de los hijos, si ella era la felicidad de Thomas, tenían que aceptarla.