Sirvió leche caliente a la niña y a Jaela un té muy cargado, sin dejar de hablar ni un momento. Se mostró muy curiosa respecto a por qué iban al castillo, y fue Kathy quien se lo dijo: −¡Voy a ver a mi papá y él me regalará un pony y un perro que serán míos, sólo míos! −¿Tu papá?− exclamó la mujer con asombro−.¡Entonces tú debes de ser la pequeña Lady Katherine! ¡Dios mío la de veces que me he preguntado qué habría sido de ti! Después de esto, las palabras empezaron a salir de su boca como un torrente incontenible respecto a la Condesa, la niña, sus propias opiniones, los rumores que corrieron, los comentarios de la gente del contorno... Jaela acabó por sentirse mareada de oírla. Afortunadamente no tenía nada que decir, sino limitarse a escuchar. Supo así que nadie pudo imaginarse, cua