− ¡Eres mío! Su voz continuó oyéndose mientras se alejaba por el vestíbulo. Las tres personas que se habían quedado en el Estudio parecían petrificadas por la sorpresa. Por fin el Conde, comprendiendo que debía ir a ver lo que sucedía, salió del estudio. Cruzó el vestíbulo, salió por la puerta principal y se detuvo en lo alto de la escalinata. Desde allí vio que Sybil Matherson se alejaba en un calesín tirado por dos caballos. Aquel vehículo no le pertenecía a ella, sino al Comisario; pero había saltado al pescante, tomando las riendas y golpeando a los caballos con el látigo, sin que el caballerango, que conversaba con uno de los lacayos al pie de la escalinata, pudiera evitarlo. Ahora, viendo que le era imposible retener el carruaje que tenía a su cuidado, el caballerango se limitaba