Capítulo 3

1157 Words
Finalmente esa pastelería del centro la terminó contratando para manejar la caja e intimidar a aquellos que no quisieran pagar. Cló no era precisamente fan de los dulces pero su hermana mayor se desvivía por esos manjares increíblemente empalagosos. Los dueños, unos humanos como tantos de aquella ciudad, eran una pareja de ancianos que estaban cansados de enfrentarse a un grupo de muchachitos que venían casi a diario, llevaban varias cosas, pero pagaban menos de la mitad. A media tarde de su primer día de trabajo, Cló los vio venir, riendo sin prestar demasiada atención a que detrás de la caja registradora ya no estaban los tiernos ancianitos, sino que ella, joven y desafiante, los esperaba con una burlesca sonrisa en el rostro. Oh, sí, se iba a divertir demasiado. "Uno es un lobo", se dijo antes de erguirse mejor. Apenas el grupo estuvo dentro, el joven lobo se quedó parado, congelado, en la entrada. Esa felina lo observaba sin una pizca de temor y eso lo estaba poniendo de mal humor. —Buenos días — saludó ella demasiado entusiasmada. —Buenos días — respondió el que parecía ser el líder del grupo mientras posaba uno de sus antebrazos en el mostrador de vidrio —. ¿Eres nueva? —indagó con galantería. Ella lo intentó, realmente lo intentó, pero no pudo evitar rodar los ojos. —¿Me has visto antes aquí? — preguntó acercándose al joven mientras extendía esa extraña sonrisa hacia el costado. El muchachito tragó pesado. Algo dentro de él le gritaba peligro, pero no estaba seguro por qué ya que esa mujer no se veía intimidante. Bueno, tal vez sí, tal vez era demasiado intimidante. —Queremos una tarta de manzana y tres de esas masas rellenas de chocolate— indicó el joven lobo que se mantenía alejado. —Por supuesto — respondió ella irguiéndose en el acto —. Serían cuarenta pers— indicó con una sonrisa. —¡¿Cuarenta?! — exclamó el lobo —. Es una estafa. —Hay una pastelería tres cuadras más abajo — le indicó sin dejar de sonreír. El joven can se acercó a ella rápidamente, inclinándose sobre el mostrador para hablarle más de cerca. —Escucha, minina, mejor danos lo que queremos sino… —¿Sino que? — La voz rasposa y profunda del cobrizo que los observaba desde la puerta los puso en alerta. —Señor Oliviera. Yo le decía… —Niño, o pagas, o te marchas. Decide — lo interrumpió. —Vamos — susurró al resto del grupo y rápidamente los muchachitos salieron del local. —¡Vaya que sus jóvenes son atrevidos! — exclamó en cuanto estuvo a solas con ese imponente hombre. Ella no era pequeña, su metro setenta y tres la respaldaba, pero al lado de ese enorme hombre parecía una niña. —Quiero un lemon pay, por favor —respondió en cambio Bruno y depositó un billete de cien pers en el mostrador. —¿Sabes que hay más expresiones que la de no haber ido al baño por días? — murmuró bajito mientras preparaba el pedido, segura de que él la había escuchado. —¿Cómo la ha tratado la ciudad? — preguntó el cobrizo sin responder a su pregunta. —Bien. Los ancianos son amables — dijo sonriendo, señalando la cocina donde la anciana pareja preparaba los manjares que ella vendía en el frente. —Me alegro — se limitó a responder sin cambiar su expresión. A Cló no le quedó más que reír, ese hombre realmente era un caso perdido en cuanto a la demostración de sentimientos. —La próxima vez, si sonríes, tal vez te crea — indicó depositando el postre y el vuelto sobre la mesada. —Eso es por las molestias — expresó devolviendo los billetes a la mesa antes de girarse y salir de allí. Era tan estúpido, jamás en su maldita vida había comido un lemon pay, y ahora caminaba con uno en la mano, y por el que había pagado demasiado, sin saber muy bien que hacer con esa mierda. "Bien, a Luca le gustará ", pensó y se encaminó hacia la oficina del Beta. Pasaría por allí, le dejaría esa porquería que compró y seguiría rumbo hacia su trabajo en la estación de policías. Después de todo, aunque fuese un ejecutor, en la ciudad tenía un trabajo tan común como el de ser detective de la policía. De algo debía ganarse la vida y ser parte de los que aplican la ley no era una novedad en su rutina. Así le resultaba más sencillo. —-------- Luego de veinte minutos de escuchar a su Alfa reírse de él, y luego treinta más de que el Beta continuará con sus bromas, pudo dejar las oficinas de la manada y dirigirse a su trabajo oficial para el resto del mundo. Ni bien puso un pie en la oficina Davne entró, moviendo demasiado sus caderas y mordiendo esos labios carnosos. El suspiro de pesadez le salió sin querer. —Oliviera, ¿cómo está? — preguntó su jefa apoyando sus trabajados glúteos en el borde del escritorio. Él observó esas piernas largas que se apreciaban gracias a la falda tubo que se ajustaba perfectamente a las curvas de aquel femenino cuerpo. Siguió subiendo la mirada hasta las caderas, amplias y fáciles de sujetar. Su vista se clavó unos segundos en esa estrecha cintura y esos pechos llenos. Finalmente llegó hasta su rostro que lo miraba cargado de deseo. ¿Hace cuántos años se le insinuaba?¿Tres?¿Cuatro? Ya ni sabía. —¿Necesita algo? — preguntó sonando aburrido. —En serio creo que eres gay — dijo intentando que sonara como un insulto. —¿Necesita algo?— repitió. —Ayer en la noche una banda de sujetos causó destrozos en las instalaciones deportivas de la ciudad. Nadie vio nada, pero lo poco que pudimos recolectar es que no presentaban… características normales — El cobrizo sabía que la mujer, siendo quien manejaba a la policía de la ciudad, estaba al tanto de que existían varios seres conviviendo en esa zona. Si bien ella era humana, conocía los detalles de la manada de lobos que controlaba a la ciudad y ayudaba al cobrizo a ocultar los incidentes que seres sobrenaturales causaban. —¿De qué tipo eran?— preguntó sin cambiar su expresión. —Ese es el problema. No se asemeja a lo que hemos visto. Aquí tienes la información completa. Por supuesto solo yo tengo una copia de esto — explicó entregando un pendrive. Bruno la observó antes de asentir y tomar el dispositivo. Él sabía que su jefa resguardada la información en una caja fuerte, pero su Alfa le había ordenado no dejar nada en manos de los humanos, por lo que debería infiltrarse en la noche para quitar el dispositivo original y reemplazarlo por otro vacío. No era una tarea complicada, lo había hecho miles de veces.
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