En serio que su pene le estaba causando demasiado incomodidad. Si solo todos fueran lobos lo entenderían, pero ellos vivían mezclados con los humanos y estos lo mirarían como un pervertido. Encima Nia se había reído de él durante un buen tiempo cuando debió explicarle por teléfono el porqué no llegaría a la oficina.
—Si quieres la secuestro y te la llevo hasta tu casa — le había dicho la Alfa. Él solo rodó los ojos.
—Maldita sea, Nia. Deja de reírte como una demente. Esto duele como el infierno.
Desde el día anterior, cuando esa bonita felina dejó su oficina, el Beta se mantuvo con una insistente erección que no se calmaba ni masturbándose (algo que ya había hecho unas cinco veces). Su lobo le mandaba una y otra vez imágenes de aquella muchacha.
—Compañero, necesito que me des un respiro — suplicó a su otra mitad.
—Debemos buscarla y así nos quedaremos tranquilos — le respondió con simpleza. Como si fuese tan fácil llevar a una minina hasta su casa. Ella jamás creería que no le iba a arrancar la garganta en cuanto bajara la guardia.
—Por lo menos dame una hora libre de esto — rogó señalando a su pene.
— Búscala y tenemos un trato — respondió su soberbio lobo.
Al Beta no le quedaban más opciones que volver al baño y darse, una vez más, placer a él mismo, mientras su otra mitad le proyectaba imágenes de esa bella castaña completamente desnuda. Ni sabía de dónde sacaba tanta información para que la imagen fuese tan real, pero debía admitir que era lo suficientemente convincente y caliente como para que su pene espasmara emocionado.
Ya un poco más aliviado, se dedicó a cumplir con lo pactado con su lobo. Sabía que si no lo hacía pasaría el resto del día completamente duro y realmente aquello no le daba la más mínima gracia. Encontró el número de Aly entre los registros que dejó en la entrada y, sin pensarlo demasiado, la llamó. Al tercer timbre ella atendió.
—Diga — escuchó su suave voz y sintió como su lobo se regocijaba de satisfacción.
—¿Señorita Nioks?— preguntó sintiéndose estúpido.
—Con ella habla — susurró la muchacha.
—Le habla el Beta Sanz — Silencio al otro lado —. Yo quería saber si no ha tenido problemas con la manada — Y se golpeó la frente por lo idiota de su pregunta. Sintió que ella se rió bajito pero luego de aclararse la garganta contestó:
—Todo ha ido muy bien. Gracias por preguntar — respondió divertida, mostrándose tan confiada que a Luca le costó reaccionar.
—Me alegro realmente — agregó sin saber qué más decir.
—Señor Sanz, ¿haremos de cuenta que me llama para asegurarse de mi bienestar o me preguntará realmente lo que quiere preguntar?— Y ahí estaba el carácter directo que siempre le habían contado de las felinas. Las lobas eran más tímidas y menos lanzadas, pero las felinas, ellas eran un asunto completamente diferente.
—Ya veo — respondió rascando su cabeza —. ¿Me acompañaría a cenar esta noche? — preguntó.
—Me encantaría, señor Sanz. Salgo a las veinte de mi trabajo. Lo espero aquí. Decida usted el lugar porque es quien mejor conoce la ciudad—. Sí, realmente las felinas eran directas con lo que querían.
—Muy bien. Espero que le gusten las pastas — dijo recordando aquel restaurante tan sabroso.
—A donde quiera llevarme por mí está bien — respondió dejando esa posibilidad abierta, esa que él esperaba.
—Nos vemos a las veinte entonces — susurró.
—Hasta pronto — respondió la castaña antes de cortar.
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Cló salió de su aburrido trabajo agotada y con calor, tarareando bajito una canción caminaba por esas calles que aún no conocía demasiado bien. Su teléfono empezó a sonar y tardó tanto en encontrarlo dentro de su gigantesco bolso que la llamada se cortó. Cuando por fin tuvo el aparato en su mano pudo ver que Aly la había intentado contactar. Asustada porque cualquier cosa le podría haber sucedido a su hermana mientras ella jugaba a las escondidas con su teléfono, le devolvió la llamada al instante.
—Aly — dijo apenas su hermana atendió.
—Cló, necesito que me hagas el mayor favor de mi vida — Cló torció el gesto, ella pensaba que ya lo estaba haciendo, pero bueno, cuestión de perspectivas.
—Dime.
—Trae a mi trabajo ese bonito vestido azul y los zapatos bajos, los negros. También mi estuche de maquillaje y ese bonito colín con el moño celeste.
—¿Para qué?
—Yo...emmm… tal vez tenga una cita con el Beta Sanz — dijo antes de apartar el teléfono de su oreja, segura de que su hermana le gritaría toda la santa biblia.
—¿Qué demonios, Aly? — respondió demasiado tranquila mientras se tomaba el puente de la nariz.
—Eso. Hazme el favor, Cló. Juro que te lo devolveré. Cocino por un mes completo — propuso.
—Que sean dos.
—Dos serán— respondió rápidamente.
A las diecinueve Cló se encontraba en la entrada de ese centro de investigación, esperando que su hermana bajara para tomar la bolsa que le había traído.
—Eres la mejor— dijo la mayor plantando un fuerte beso en la mejilla de su hermana.
—Sí, sí. Ahora dime si ese guardia está ocupado — susurró señalando a un humano moreno que miraba hacia el exterior del pulcro edificio.
—Cló, no creo que le vaya a gustar a tu hombre — susurró la mayor observando al guardia. La verdad que era bastante guapo. Si las cosas no salían como lo esperaba con el Beta ese iba a ser un buen sustituto.
—Tranquila, solo estoy mirando. Además Arton debe seguir con su vida — susurró.
Aly observó cierto dolor a su hermanita y asintió, de todos modos ella no se refería a ese hombre de cabello oscuro y ojos azules, no se refería a él para nada.
—Debo irme. Deséame suerte — pidió antes de volver a besarla y girarse para entrar nuevamente al edificio.
Cló observó unos segundos más al guapo guardia y luego decidió que, ya que su hermana no estaría en casa, ella podría salir a buscar aquello por lo que estaba en ese lugar. Colocó la capucha sobre su cabeza y empezó a trotar hacia su dúplex, sintiendo cómo la lluvia caía suave sobre su campera, mientras que sus pasos resonaban en el piso mojado y su mente trazaba el mejor plan posible.
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A las veinte el morocho estaba esperándola en la puerta de su trabajo, completamente irresistible y tan imponente como la primera vez que lo vió.
—Ahora te comportas — advirtió Aly a su otra parte que decidió mantenerse en silencio. No sabía si tomar aquello como algo bueno o algo malo, terriblemente malo.
—Buenas noches, Beta Sanz — saludó la castaña una vez que estuvo a unos cuantos pasos de él.
La noche estaba fresca y la leona llevaba apenas un abrigo liviano, por lo que el Beta decidió acercarse, dándole un poco de su propio calor, consciente de que los felinos detestaban el frío y, por nada del mundo, deseaba que la preciosa mujercita temblara a causa de la baja temperatura del ambiente.
—Buenas noches, señorita — respondió él con una arrebatadora sonrisa.
—Nos calienta solo con esa sonrisa — dijo la leona ronroneando con deseo.
—A ti todos te calientan — la regañó su otra mitad.
—Sí, pero él es de las ligas mayores — suspiró como una adolescente enamorada.
—¿Vamos? — preguntó la castaña sintiendo la intensa mirada del lobo sobre ella.
—Vamos — aceptó el hombre señalando el vehículo n***o estacionado a su espalda.
El restaurante era lujoso pero bastante económico para los bolsillos de Aly, bolsillos que estaban cada vez menos rebosantes de dinero gracias a las miles de reformas que Cló propuso para el hogar, todas con el mismo objetivo: resguardar su seguridad.
Aly estaba encantada con todo y se lo dejaba saber a su acompañante con tierna espontaneidad. Él estaba encantado con ella, embobado y su lobo interior no dejaba de suspirar como un niño pequeño.
—Es preciosa— susurró el lobo.
—Claro que lo es —asintió él.
La cena pasó entre charlas y risas, pero al momento de la despedida el lobo no iba a dejar que ella se fuera sin más, por lo que rápidamente tomó el mando de la conciencia y los ojos del morocho cambiaron de ese color almendra a uno mucho más oscuro, más profundo.
—Creo que no hemos tenido oportunidad de pedirte que nos acompañes a casa — dijo el lobo tan directo como acostumbraba.
Bueno, era definitivo, Luca solo se quería tirar debajo de un camión en ese preciso momento. ¿Es que acaso su lobo no sabía nada de seducción?. ¡Claro que no!, si él siempre se encargaba de conseguirles algunas parejas para pasar la noche.
—Oh. Directo. Como me gusta — respondió la felina luego de comprender a qué se debía ese cambio en el color de los ojos.
—No vamos a mentir cuando lo único que hemos pensado desde la primera vez que las vimos es en tenerlas solo para nosotros — susurró el lobo muy cerca de su oreja.
—Si nos negamos, en este preciso momento hago que nos desnudemos en la calle y corramos como desquiciadas por la avenida principal — amenazó la leona.
—No pensaba negarme — la tranquilizó.
—Entonces vamos — susurró bajito comenzando a caminar hacia la camioneta del Beta, sabiendo que el lobo igual la escucharía.
No les llevó demasiado tiempo recorrer las calles de la ciudad hasta alejarse un poco, llegando a una zona donde las casas estaban bastante separadas y con un frondoso bosque rodeándolas. Aly supuso, que al igual que en su manada, las casas de los cambiaformas se mantenían a una prudente distancia por varias razones. La primera era que resultaban bastante ruidosos a la hora de tener sexo y los vecinos se asustaría si de repente el muchacho del piso de arriba comenzaba a aullar y gruñir como un animal. Era mejor ahorrarle el mal trago a todos y simplemente alejarse. La segunda es que de esa forma podían dejar a su animal libre un ratito sin miradas indiscretas o personas que llamaran a control animal.
La casa del Beta era sencillamente elegante. Con paredes grises en distintos tonos, el exterior adelantaba lo moderno del interior. Como era de esperarse, una vez en la sala, el lujo y la sencillez le dejaron en claro que aquel lobo tenía un gusto exquisito.
—Por eso nos eligió— se regodeó la felina interior con su habitual soberbia.
—Lo que digas — simplemente respondió Aly.
La leona no dio más de dos pasos dentro de la sala cuando él la atrapó entre sus brazos, uniendo sus labios con los de ella en un beso suave. Lentamente el morocho la tomó de la barbilla y con la lengua la invitó a abrir su boca para él. Ella, gustosa, accedió. Dejó que él la degustara, que mordiera sus labios carnosos y rosados. Lo dejó hacer porque quería conocer su capacidad como amante. Evaluarlo antes que nada. De a poco lo despegó de su deliciosa boca para mirarlo a los ojos oscuros y dilatados, muy diferentes a los de los felinos que se tornaba más claros y las pupilas se rasgaban.
—No puedes morderme — le indicó completamente seria. Él asintió como niño pequeño. —Luca, es importante. No lo puedes hacer — Y el puchero que el lobo hizo tocó una fibra muy profunda en el interior de la mujer que comenzó a devorarlo con hambre.
De a poco se movieron a la habitación, donde él la depositó con suavidad sobre su amplio colchón. Aly no pudo dejar de observar que solo una fina sábana se encontraba sobre la cama. Supuso que gracias al calor corporal natural de esos canes es que no necesitaban mucho más, ella, en cambio, ya tenía una mullida manta sobre su cama, lista para darle calor mientras dormía.
Luca la trajo a la realidad cuando mordisqueó suavemente su oreja, haciéndola excitar al instante. Bien, ese era su punto débil y aquel experto lobo lo comprendió al instante, sonriendo satisfecho contra el cuello de la mujer.
—Vamos a demostrarle lo que podemos hacer — invitó el humano al lobo que se negaba a devolver el control.
Sin esperar más continuó bajando, mordiendo, besando y lamiendo toda la piel que encontraba a su paso. Aly gemía suavemente mientras que él ya podía oler la humedad que desprendía, anunciándole que estaba más que preparada para recibirlo. Con calma Luca sacó un preservativo de la pequeña mesita que se encontraba al lado de la cama y, luego de colocarlo en su lugar, se hundió en la castaña. La leona ronroneó con fuerza ante la invasión mientras una sonrisa satisfecha cruzaba los labios del lobo que comenzó a mecerse con maestría sobre su pareja. Ella lo volvía loco, loco de placer, loco de amor, simplemente loco. Luca simplemente estaba demasiado hundido en sus sentimientos, en absorber hasta lo último de aquella experiencia, y es por eso que no pudo detener a su otra parte cuando clavó sus colmillos en el costado izquierdo de la leona.
Aly, asustada y adolorida, apretó los hombros del lobo con fuerza. ¡Eso le había dolido como la mierda!
—¡¿Qué carajos?! — gritó realmente furiosa.
El lobo, acobardado por la furia que desprendía su bella chica, decidió esconderse en lo profundo de la mente del hombre.
—Genial. Ahora me dejas solo — regañó el morocho a su otra parte.
Aly, por su parte, lo empujó con una fuerza sorprendente, enviándolo lejos de su cuerpo, apartándolo con odio evidente. ¡Vaya que esas lecciones con su hermana habían servido! Rápidamente se envolvió en la suave sábana y caminó directo al baño. Se encerró dando un portazo, respirando con fuerza, tratando de controlar a su leona que pujaba por salir y arrancarle la cabeza al imbécil. ¡Mierda! Ella le había dejado claro que no podía morderla.
Luca, fuera, caminaba histéricamente por el pasillo. Podía oler claramente la furia de la mujer y no sabía qué hacer, Aly había hecho un único pedido que él decidió pasárselo por el centro del culo. Era un imbécil y no se opondría si la castaña le arrancaba un brazo a modo de venganza, después de todo si no lo hacía ella, Nia seguro le cortaba las pelotas. ¡Oh, Dios… Nia! Esa mujer lo iba a arrastrar hasta el infierno, aseguró en su cabeza y tembló con un poco de miedo.
Pasados diez interminables minutos la puerta del baño se abrió y a Luca no le costó reconocer que la leona estaba al mando. Los ojos amarillos de la felina se clavaron en él y brillaron con furia. El aire se le atascó en la garganta y debió tragar lento. ¡Carajo, lo estaba calentado como la mierda esa mujer enfadada!. Algo mal debía haber con él…
—Se quitan del camino — gruñó la castaña con una voz más rasposa.
—Yo… lo siento — susurró intentando seguirla.
Luca pudo ver a la mujer buscar su ropa, colocársela y calzar sus zapatillas, mientras que llamaba a alguien. No quiso preguntar pero supuso que llamaría a la otra muchacha, la que era su hermana. ¡Hijo de una gran perra! Bruno seguro lo colgaba de un pie por una semana entera, en pelotas, en medio del bosque, mientras lo cubría con miel en el culo para que las abejas hicieran de las suyas.
—Aly — la voz femenina de Cló llenó la habitación.
—Ven a buscarnos. Ya te mandamos la dirección — simplemente respondió la leona y cortó la llamada.
—Aly, yo… espera. No es seguro que te vayas — le pidió sin acercarse, estaba seguro que la castaña le mordería el pescuezo en cuanto tuviera la oportunidad.
—No se acerquen a nosotras — lo señaló mientras pasaba a su lado, destilando odio y furia. Esa muchacha podía ser tímida, pero enojada parecía una guerrera.
—Deja, por lo menos, que te lleve a casa — suplicó y un quejido lastimoso salió del centro de su pecho.
—Fueron malos perros. Ahora estamos muy enojadas — sentenció la mujer que ya estaba saliendo de la casa.
—Aly — volvió a intentar.
—Sabemos cuidarnos — respondió sin mirarlo y cerró con fuerza la puerta de salida.
Carajo, esperaba que Cló no tardara sino estaría en un grave problema. Ella no sabía una mierda de peleas y mucho menos de defenderse si varios la abordaban.
Por suerte la camioneta de Cló llegó como si escapara del mismísimo infierno. Se detuvo lo justo para que ella subiera y salió disparada a toda velocidad. Ni pudo apoyar bien su culo en el asiento que Cló ya estaba matándola con su mirada.
—No nos digas nada. Les dijimos que no lo podían hacer — dijo sin siquiera mirarla.