Rodrigo se levantó y caminó rumbo a las cuadras. Victoria lo vio alejarse con el corazón en un puño. ¿Por qué no podían llevarse bien? ¿Qué había hecho ahora, acaso decir que no permitiría que su mamá se muriera era algo malo?
La joven miró la hora en su celular. Apenas daban las cinco de la mañana. Allí no tenía señal, por lo que no podía llamar a su mamá ni a su novio. Por la mañana le preguntaría a Norma de dónde podía hacer una llamada. Al venir le pareció ver un pueblito, pero no estaba segura si allí habría algo de modernidad. Se puso en pie, pero se mareó y tuvo que volver a sentarse y respirar hondo. Se sintió mal de pronto sin explicación.
―Maldito estrés ―farfulló enojada.
Una vez recompuesta, se levantó y entró directo a la cocina, Rodrigo había dejado un trozo de pan preparado, así que se sirvió un café y se comió el sándwich. Al terminar, dejó todo en la mesa, tal cual, se fue directo a su habitación, se sentía rara, esperaba no enfermar. Eso sí sería humillante.
Rodrigo volvió a la casa cerca de las tres de la tarde.
―¿Y Victoria?
―No la he visto y no quise ir a molestarla, creo que anoche las cosas no terminaron muy bien.
―¿Por qué? ¿Discutieron?
―No, no, es solo que ella quiere un acuerdo y usted no la ha escuchado, además, me dijo que usted la humilló públicamente delante de los peones y eso no se hace.
―Sí, me equivoqué ―admitió sin culpa.
―¿Y qué hará al respecto?
―Hablaré con ella.
El hombre salió de la cocina y corrió escaleras arriba.
Victoria despertó con el sonido de los fuertes y firmes pasos de Rodrigo. Luego, tres golpes en la puerta.
―Pase ―dijo levantándose.
El hombre abrió y se quedó en el umbral, desconcertado. Su invitada estaba con un diminuto pijama. Una pantaleta corta y una camiseta sin mangas, casi transparente.
―Victoria ―articuló con dificultad.
―¿Qué desea?
El hombre tragó saliva.
―Quiero hablar contigo.
―Escucho.
―Será mejor que bajes, te espero en la sala.
―Si quiere ―respondió ella encogiéndose de hombros.
El hombre la escaneó de pies a cabeza.
―La espero abajo.
―Claro. Me quito esto y bajo.
La mujer jugaba con él y él lo sabía, aun así, no podía evitar caer en sus redes y la imagen en su cabeza de ella sin ropa, lo dejaba sin aliento.
―¿Quiere que me desvista delante de usted? ―consultó ella con descaro.
―Por supuesto que no ―repuso él con molestia y salió del cuarto antes que se abalanzara sobre ella para quitarle la ropa él mismo.
Victoria se dejó caer en la cama. Su respiración era agitada y las piernas le temblaban como gelatina. Sonrió. Si ella se sintió incómoda, él no lo hizo mejor. Fue muy notorio su desconcierto al verla así. Bajó y en la cocina escuchó las voces de Rodrigo y su abuela y se dirigió hasta allí.
―No lo sé, abuela, espero que no. Victoria se ve una buena chica ―lo escuchó decir.
―Gracias ―respondió la aludida entrando a la cocina, parecía relajada.
―¿Estaba escuchando detrás de las paredes? ―soltó él.
―No, escuché lo último que dijiste de mí a p**o de no sé qué. Tengo hambre, ¿puedo comer algo?
La anciana se levantó y sacó del horno un plato listo, todavía caliente. Victoria se sentó a comer sin importarle nada.
―Bueno, yo voy a ir a arreglarme ―informó la abuela, saliendo de la cocina.
―¿Se puede saber qué hablaban de mí?
―Nada importante.
―¿Qué querías decirme?
Ahora, Rodrigo se sentó frente a ella y la miró fijamente.
―¿Qué es eso de que vas a ir a la trilla con Marcos?
―Él me dijo que podía llevarme si tú no querías.
―Yo no he dicho que no quiera.
―Tampoco me invitaste.
―Di por hecho que irías con nosotros.
―No me preguntaste si quería ir.
―¿Te quedarías sola?
Ella guardó silencio. Claro que no se quedaría sola en esa inmensa casa.
―Puedo decirle a Marcos que siempre te lleve si no quieres ir conmigo.
Victoria alzó la vista para encontrarse con la del hombre.
―¿No te molesta?
―No ―contestó con sequedad.
―¿Ustedes van a ir los dos solos?
―Elsa nos llevará ―contestó Rodrigo.
―¿Quién es Elsa?
―No la conoces.
―¿Tu polola?
―¡No! Es como mi hermana.
El alivio se notó en el rostro femenino.
―¿Vas conmigo o le confirmo a Marcos?
―No. Voy con ustedes. ¿Está bien si voy así?
―Cualquier cosa será mejor que ese diminuto pijama que usas ―bromeó con una sonrisa irónica.
―Estaba en mi pieza y venía despertando, ¿qué querías? No suelo dormir con traje de fiesta. ¿Voy así o me cambio?
Rodrigo la miró de pies a cabeza. Tenía unas zapatillas de lona, un jeans ajustado, demasiado para su gusto, o mejor dicho, para que otros la miraran, y una blusa delgada de colores.
―Tienes que llevar algo de ropa de abrigo, una chaqueta será suficiente.
―Obvio, soy friolenta.
―El resto está bien.
Ella siguió comiendo en silencio. Rodrigo no apartó la mirada de ella, que parecía no darse cuenta de la presencia masculina, aunque no se podía pasar por alto la descarga de testosterona de parte de ese hombre. Al terminar, alzó la vista y se encontró con la fija de él.
―¿Hay algún lugar por aquí cerca que tenga teléfono? Tengo que llamar a mi mamá y a mi pololo y no tengo señal en el celular.
―¿Pololo?
―Sí, ¿por qué? ¿Crees que no puedo tener alguien que me quiera?
―Precisamente...
―Bueno, lamento decepcionarte, pero sí, en la capital los hombres se pelean por mí ―mintió.
―Me imagino ―murmuró con sorna.
―Bueno, ¿hay o no? Cuando llegué me pareció ver un pueblito cerca, pero no estoy segura.
―Sí, efectivamente hay un pueblo cerca, pero no se preocupe, aquí hay teléfono, en el despacho de mi papá y en la sala está el anexo, puedes ocupar cualquiera de los dos. Supongo que llamarás a tu mamá primero.
―Por supuesto, pero la llamaré después que termine de arreglarme.
―La llama y nos vamos.
Ella esbozó una sonrisa, los celos del hombre estaban a flor de piel y se le notaba.
―También quiero hablar con Misael.
―Mañana habla con él, no creo que sea tan importante.
―Si está tan apurado, debería decirle a Marcos...
―Ya dijo que se iría con nosotros ―recordó él con sorna.
―Está bien. Solo llamaré a mi mamá, mañana llamo a mi pololo cuando no estés y pueda explayarme por completo con él.
Él apretó la mandíbula y entrecerró los ojos.
―Voy a buscar mi chaqueta ―dijo con una sonrisa sarcástica y caminó con paso coqueto hacia las escaleras.
Rodrigo no pudo evitar desearla, sin embargo, al verla bajar, no pudo evitar que la mandíbula casi se le desencajara, se había aplicado un poco de maquillaje, pero sus labios se los había pintado con un brillo que los hacía parecer más grandes y húmedos, más... besables.
―¿Vamos? ―preguntó ella con liviandad, pasando por su lado.
―¿Y tu mamá? ―consultó él.
―Me llegó un mensaje de texto avisándome que iba a salir, así que no la puedo llamar.
―Entonces, vamos.
Afuera los esperaba una camioneta y sobre ella, una mujer un poco mayor que Rodrigo al volante.
―Menos mal, Rodri, toda la vida atrasado, debía saber que hoy no iba a ser distinto.
―Deja de retarme y vamos, que una trilla nos espera.
La pareja se subió en el asiento trasero, la abuela ya estaba instalada en el asiento del copiloto.
Las cuadras de campo son mucho más largas que las de ciudad. El vecino no era tan vecino después de todo. Estaba bien alejado.
Rodrigo miraba de vez en cuando a la joven sentada a su lado, que también lo miraba a ratos. En un momento, ambas miradas se cruzaron y una luz de entendimiento cruzó entre ellos. Él alargó un poco su mano en el asiento y rozó sus dedos con los de ella. Ella no quitó su mano, al contrario, sus dedos se enlazaron a los de él. Se miraron. No necesitaron decir nada. El resto del camino lo siguieron así, de la mano, como dos adolescentes que se debían esconder de sus padres. De pronto, él apretó la mano femenina y ella buscó su mirada, le pareció que él quería decirle algo, pero se calló.
Al llegar, la fiesta estaba en pleno apogeo, las mujeres preparaban mucha comida y los hombres, o estaban en el campo de trigo o bebiendo algún vino y conversando. Marcos se acercó a los recién llegados, saludó a Rodrigo que se fue de inmediato, a la abuela y a Elsa, que se fueron a ayudar a unas mujeres con la comida.
―Yo creí que ya no vendría ―le dijo Marcos a Victoria.
―Estuve a punto de no venir.
―Me alegra que se haya decidido a acompañarnos. ¿Quiere comer algo?
―No, no, gracias, recién almorcé.
―Aquí hay que venir sin comer.
―Sí, ya me di cuenta ―respondió algo divertida al ver la enorme cantidad de comida en el lugar.
―Más tarde se viene la fiesta, ¿bailas?
―Algo.
―¿Me guardas un baile?
―Claro. ―Victoria le sonrió condescendiente.
De reojo, ella vio a Rodrigo caminar hacia otro sector y lo siguió con la mirada. Iba muy bien ataviado con un traje de huaso elegante. Se subió de un salto a un hermoso caballo n***o y lo hizo cabalgar hasta donde se encontraban varios caballos sin jinete y unos pocos con hombres montados. Ellos comenzaron a arriarlos en medio de aplausos y gritos. En un minuto, las miradas de Victoria y Rodrigo se cruzaron y él le sonrió haciéndole un saludo con su sombrero. Ella le correspondió con una débil sonrisa y sus mejillas llenas de color.
Al pasar la tarde, Victoria tuvo que admitir que aquel era un espectáculo digno de contemplar, no solo por los hombres a caballo, que eran cuento aparte, sino por todo lo demás también. Las personas alegres que compartían, los niños que jugaban a ser vaqueros y las niñas que no quedaban atrás y competían con los niños de igual a igual. Las jóvenes que se juntaban en grupos para admirar a los hombres y coquetear tímidamente con ellos. Y ellos que se lucían ante ellas como pavos reales mostrando sus plumas.
―¿Aburrida? ―Rodrigo llegó por detrás y le habló al oído.
―No.
―¿Segura?
―Segura, no estoy aburrida, al contrario, es muy lindo todo.
―Te lo dije, hay que vivirlo, contarlo no es igual.
―Nada de lo que se diga podría representar lo que es esto realmente.
―Ya va a empezar el baile, espero que me concedas la primera pieza.
Ella se volvió y quedó muy cerca de él.
―¿Es idea mía o me estás coqueteando? ―preguntó de frentón, sin enojo.
―No podría, eres mi hermana ―respondió divertido.
―Ni lo menciones ―replicó ella recordando sus propias palabras.
―¿Vas a bailar conmigo o no?
―¿Y no se enojarán las chicas que andan detrás de ti?
―¿Qué chicas?
―Hay varias que están embobadas contigo.
―¿Y tú?
―¿Yo qué? ―enrojeció suavemente.
―¿Estás embobada conmigo? ―Acercó sus labios a los de ella. Ahora sí Victoria enrojeció.
―No digas tonterías.
―¿Son tonterías? ―Rozó su nariz con la de ella.
―Rodrigo... no ―articuló con dificultad con la respiración entrecortada.
Él apoyó su frente en la de ella y resopló.
―Debo ir por un trago.
―Yo también necesito uno.
―Rodrigo, lo busca Teresa, está esperándolo de hace mucho rato ―habló Norma con desagrado, apareciendo junto a ellos.
―¿Qué quiere ahora?
―Quiere estar con usted, es lo que corresponde ―sentenció la abuela.
―No, abuela, no es lo que corresponde.
―Lo es. Esto está hablado y sacramentado. Vaya y no ande haciendo cosas que no le corresponden a un verdadero hombre.
―Esto es lo que no corresponde.
―Usted debe estar con ella y punto.
―Ya lo verán, usted y todos, Teresa no es lo que aparenta.
―Pero es la madre de su hijo y merece respeto.
―Claro, la madre de mi hijo.
Sin decir más, se fue donde la mujer que en cuanto lo vio, se abrazó a él, sin embargo, él no correspondió a su abrazo. Victoria no entendía nada. ¿Por qué no le dijo que iba a tener un hijo? ¿Acaso quería jugar con ella?
De pronto, la ampolleta se le encendió. Lo que Rodrigo quería era conquistarla, quitarle todo, y luego botarla como un traste viejo. Ese era su fin. Por eso tan preocupado de ella, tan dócil. Lo único que quería era aprovecharse de ella.
―Ustedes no pueden estar juntos ―comentó la abuela.
―Nunca estaría con él ―respondió.
―No fue lo que yo vi.
―Dígale eso a su nieto que me persigue, a mí no me interesa estar con él.
Marcos se dio cuenta de la expresión de enojo de las dos mujeres y se imaginó de inmediato lo que estaba ocurriendo, por lo que en dos zancadas llegó hasta donde ellas.
―¿Quieres bailar? ―habló a la joven.
Victoria se afirmó del grueso brazo masculino y caminó alejándose de la abuela de Rodrigo.
―No sé bailar esto ―respondió ya lejos del oído de la anciana.
―¿Qué quieres hacer?
―¿Quiero fumar y caminar?
―¿Es una pregunta o un deseo?
―Un deseo.
Marcos le ofreció un cigarrillo y se lo encendió, luego, le ofreció su brazo de nuevo para que ella se tomara de él.
―¿Qué pasó? ¿Te enteraste de lo del hijo del patrón?
―Sí, me enteré.
―¿Eso te puso triste?
―No estoy triste.
―Te cambió la cara.
―Pero no por eso.
―¿Entonces?
―Es la abuela de Rodrigo, el primer día que llegué parecía muy amable, incluso me trató mejor que su nieto, pero ahora...
―Ahora está molesta porque el patrón no quiere hacerse cargo del hijo que le encajó Teresa.
―¿Que le encajó?
―Sí, todos sabemos que ella se le ofrecía en bandeja y él nunca quiso acostarse con ella. A él no le gustaba. Fue el único que no se la llevó a la cama.
―¿Qué quieres decir con eso?
―Que el hijo puede ser de cualquiera de los que estamos aquí.
―Guau.
―Menos del patrón. Yo no creo que ese hijo sea de él.
Ella resopló.
―¿Estás enamorada de él?
―¡No!
―No parece que sea verdad.
―¡Claro que no estoy enamorada de Rodrigo! Primero, apenas lo conozco; segundo, no me gusta; tercero, yo tengo pololo.
―¿En la capital?
―Así es.
―¿Llevan mucho tiempo?
―La verdad es que no, casi dos meses.
―Eso no significa nada.
―¿A qué te refieres?
―A que si recién llevan poco más de un mes, pueden terminar en cualquier momento.
―Yaaaa...
―Y que si te llegas a venir, él no será competencia.
―¿Competencia?
―Y que puedo entrar en carrera para ganar un espacio en tu vida. Ahora que el patrón no está, más posibilidades tengo de ganar.
―Hablas de mí como si yo fuera un trofeo.
―El premio mayor, ¿nunca te han dicho lo linda que eres?
―Sí, todos los días ―ironizó.
―Es verdad, eres muy linda.
―Tal vez, pero eso no significa que yo sea un premio o un trofeo a competir.
―Por supuesto que no, pero cualquier hombre estaría orgulloso de estar contigo.
Victoria no contestó, no quería ser grosera, pero no le había gustado nada la forma en la que se había referido a ella.
―Así somos aquí. Las mujeres se ganan ―explicó Marcos.
―En la capital se conquistan ―replicó ella―. Me dio hambre, ¿volvamos?
Se levantaron a un tiempo, el pie de ella se hundió en la tierra y casi cae, Marcos la tomó de ambos brazos con fuerza, para sostenerla.
―¿Estás bien?
―Sí, sí, gracias.
―Eres linda, Victoria, con razón el patrón se enamoró de ti.
―No digas tonterías, Marcos.
―Y tú de él. Siempre él se lleva las de ganar, ¿no? Es él el de la estrella ganadora.
―Marcos...
―Está bien, no te preocupes.
El hombre le dio un beso en la frente. Victoria no comprendió la actitud de su acompañante y no quiso darle importancia. Se encaminó de vuelta a la fiesta, Marcos se quedó atrás. No la siguió. Solo que Victoria no se dio cuenta de aquello.