La decisión ya estaba tomada. Ella había ido a ese lugar a conversar con Rodrigo y proponerle un trato donde él le diera mensualmente una pequeña cantidad y ellos podrían quedarse con todo, incluso, ella se podría haber hecho cargo en la ciudad de algunos negocios para alivianarle el trabajo, pero si él no había querido escucharla, no seguiría rogándole, ahora ella tomaría su lugar como dueña y él, o se quedaba como un empleado más, como el capataz de la hacienda, o se iba. Así de simple.
Cuando Rodrigo llegó, ella se encontraba en el pórtico sentada en el sillón balancín, donde habían estado la noche anterior. Se detuvo un instante y la observó, pero ella siguió fumando su cigarrillo sin voltear a mirarlo.
―Victoria...
―¿Sí?
―Creo que debemos conversar.
―Sí, debemos ―contestó en tono seco.
―Lo que pasó hoy...
Se levantó, apagó su cigarro y se paró cerca de él, no tan cerca para que su altura no la cohibiera y sus hormonas no se alteraran.
―Debemos hablar de esta hacienda, de la herencia ―sentenció con firmeza―. Me cansé de rogar un poco de atención, una conversación civilizada. Yo sabía, cuando recibí la noticia que mi padre había muerto y que por no dejar testamento yo era la heredera de todo lo suyo, que había otra familia, que había un “hijastro” ―recalcó la palabra a propósito para hacerlo sentir mal―, un hombre que había pasado toda su vida aquí, trabajando codo a codo con mi padre y no iba a ser yo quien le quitara todo, pero usted no quiso escuchar mi propuesta, yo lo único que quería era que me ayudara con algún dinero mensual para costear los medicamentos de mi mamá, que se enfermó de tanto trabajar por culpa de mi padre ausente. Nada más. Yo no quería sacarlos de aquí ni quitarles lo que les corresponde por derecho propio. Pero ahora...
―Ahora ¿qué?
―Ahora, como me aburrí, como usted en un solo día echó por tierra todos mis buenos propósitos, no seré tan benevolente.
―¿A qué te refieres?
―A que ahora me haré dueña de esta hacienda, seré la administradora...
―¿Administradora?
―Soy contadora, bien puedo hacerme cargo de todo esto.
―Usted no tiene idea de manejar un fundo.
―Puedo aprender.
―Este siempre fue tu fin, ¿verdad? Viniste a adueñarte de lo que no te corresponde, de todo lo que no es tuyo ―apostilló de mal modo.
―No es así, si tomé esta decisión fue porque tú no me hiciste caso y desde que llegué no has hecho otra cosa que humillarme.
―Así es como lo ves.
―Así es como es.
Rodrigo asintió lentamente con la cabeza de modo amenazante.
―Yo no quería que las cosas terminaran así ―se justificó ella sin saber bien por qué.
―Siempre quisiste que terminaran así.
―No, yo llegué con una buena actitud ―replicó―, usted fue quien no me abrió la puerta, quien no me recibió como lo esperaba, anoche apagó todo sabiendo que yo no conocía la casa, no sabía dónde estaban los interruptores, no conocía este lugar, ¡era mi primera noche! Ni siquiera le importó si a mí me da miedo la oscuridad, simplemente me dejó sola en un lugar extraño
Él bajó la cabeza, avergonzado.
―Sí, me equivoqué en eso, lo siento.
―En eso y en todo. Ahora no sirven sus disculpas, ni siquiera está arrepentido, por la mañana usted se comportó muy mal conmigo también, ni siquiera fue capaz de despertarme como la gente, simplemente hizo unos ruidos horrorosos que me hicieron despertar sobresaltada, me obligó a ir con usted, me llevó con un montón de hombres que me miraban como si hubieran salido recién de la cárcel y...
Se acercó a ella y puso sus manos en sus hombros.
―Lo siento, sé que no debí hacerlo.
―Ya le dije que sus disculpas ya no sirven.
―Entonces no vale la pena que me disculpe.
La soltó y ella se sintió vacía por un momento.
―Ya veremos qué hará para manejar esto ―espetó y se metió a la casa.
Victoria se volvió a sentar en el balancín. Tal vez su madre tenía razón y no debía involucrarse con esa gente, al contrario, Rodrigo era su enemigo, era quien le había robado todo y quería seguir haciéndolo.
Ese día no se volvieron a ver. En la noche, Rodrigo no bajó a cenar y la comida se le volvió amarga a Victoria. Su personalidad no era así, no le gustaba estar mal con los demás. La abuela de Rodrigo estaba callada, triste quizás, tal vez su nieto habló con ella acerca de sus nuevos propósitos.
Terminada la comida, la joven se levantó y lavó la loza a pesar de las protestas de la abuela y al terminar, miró a la mujer que tenía su mirada en la nada.
―Buenas noches, señora Norma ―se despidió sin saber qué decir.
―Niña, quiero hablar con usted.
―Claro, dígame.
―¿Quiere un café?
―Está bien. ―Al parecer esto iba para largo y difícil.
La joven se ofreció a prepararlo.
―Usted dirá ―dijo cuando ya se sentaron con sendas tazas en sus manos.
―¿A qué viene de verdad? ―consultó la abuela sin rodeos.
―Señora Norma, yo no quería quitarles nada. Yo tengo mi trabajo en la capital, pedí el día de hoy y el lunes libre, mientras antes llegara a un acuerdo con ustedes, era mejor para mí. Si él me daba solo un poco de dinero mensual para los remedios de mi mamá, ustedes se quedaban con todo lo demás, yo no iba a pedir nada más, los remedios son caros y con mi sueldo, aunque no nos falta, se hace pesado todos los meses costearlos, de hecho, yo iba a vender mi auto...
―¿Qué tiene su mamá?
―Ella tiene cáncer.
―Cáncer... ―murmuró sorprendida.
―Sí, por eso quería hablar con él, por eso no puedo quedarme más tiempo aquí, por eso quería ese acuerdo, pero su nieto es un cabeza dura y no quiere nada.
―¿Qué va a hacer?
―Él no me deja otra alternativa, tendré que tomar mi puesto de dueña, yo necesito el dinero, necesito salvar a mi mamá.
―Entiendo.
―Yo no quiero que ustedes se vayan, de verdad, yo no quiero tampoco que ustedes pierdan todo por lo que han trabajado, juro que no era mi intención llegar a esto.
―Lo sé, sé que mi nieto no se ha comportado de la mejor forma con usted, pero entiéndalo, por favor, él tiene miedo de perder todo de la noche a la mañana. Él estudió agronomía, es cierto, pero este ha sido su único trabajo, él mantiene esta hacienda como si fuera propia y siempre se imaginó terminar sus días en este lugar, que sus hijos siguieran su camino, como él siguió los de su padre.
―Padrastro ―corrigió sin pensar.
La anciana la miró con lástima.
―Su vida es este lugar ―insistió con calma.
―Ya le dije, yo no quería que esto pasara.
―Pero pasó ―dijo con tono de censura.
―¿Qué quiere que haga?
―Intentar hablar con él.
―¿Otra vez?
―Yo le dije que esperara, que él no estaba dispuesto a hablar todavía, que debía esperar a que él se calmara.
―Pero yo no puedo atenerme a lo que él disponga, una cosa es que yo pueda esperar, pero usted bien sabe que él no solo no me ha querido oír, también me ha humillado, hoy delante de todos esos hombres me dejó en vergüenza dos veces. Yo no puedo aceptar que él me trate así. Además, yo debo volver a mi casa con mi mamá, ella está sola.
―Lo sé, yo tampoco estoy de acuerdo en lo que él hace. La verdad es que me da mucha pena ver cómo se tratan, no me gustan los enfrentamientos y mi nieto es un hombre justo; aunque lo entiendo, no puedo comprender que reaccione de esta manera. Mucho menos con usted, una mujer.
Victoria no supo qué decir, al parecer era cierto que él no era del tipo maltratador y cuando él quiso hablar, ella no quiso, no aceptó, parecían dos niños, cuando uno quería, el otro no, y si continuaban así se formaría un círculo vicioso de nunca acabar.
―Piénselo, Victoria, tal vez no necesitará seguir trabajando si llegan a un buen acuerdo con mi nieto, pero él necesita tiempo, tanto para digerir la muerte de su padre como la pérdida de todo lo que consideraba suyo. Tome en cuenta que aunque no fuera hijo legal de José, él lo amaba como a un padre y su muerte está muy reciente y ha sufrido mucho por ello y ahora, más encima, tiene que lidiar con la pérdida de su hogar. Piénselo, niña, por favor.
La abuela se fue a acostar dejando a una pensativa Victoria en la cocina, En eso la abuela tenía razón y Victoria lo entendió. La muerte de su papá había sido hacía apenas unas semanas y, aunque Rodrigo no fuera su hijo legal y sanguíneo, se había criado con él. Pensó en sí misma y Juan Carlos. Conocía la sensación. Pero...
Salió de allí y se fue al pórtico. Se sentó en el balancín y encendió un cigarrillo. Las estrellas brillaban con fuerza en el cielo, no había luna, o no la veía, sin embargo, las copas de los árboles se iluminaban como si fueran perlas que habían caído suaves en sus ramas. El lugar era precioso con su aroma a vegetación, a tierra, a fruta; sus colores, matices en verde que no tenía idea que existían, las rosas y flores de lindas tonalidades...
En su cabeza dio muchas vueltas a lo sucedido en el día y en todo lo que estaba sucediendo en su vida, en lo mal que la recibió y trató Rodrigo; en su madre, que quería que lo dejara en la calle y ella pensó en más de una oportunidad hacerlo, pero sabía que no sería capaz; en Rodrigo, comprendió que la razón del enojo de su anfitrión era miedo, miedo a perder todo por lo que había luchado toda su vida y por una extraña que ni siquiera conoció a su padre, que por el simple hecho de llevar su apellido se había hecho dueña de todo. Ella lo comprendía muy bien, solo que no le gustaba el modo en que la trataba; pensó también en Misael, era un buen tipo con quien lo pasaba muy bien, no salían mucho ya que la enfermedad de su madre no le dejaba mucho tiempo, en realidad, la mujer no estaba mal ni postrada en cama, pero a veces se sentía tan mal que Victoria tenía que quedarse con ella y no salir pues no podía quedarse sola, por lo que muchas veces, Misael se quedaba con ellas, aunque de vez en cuando le reclamaba que siempre que iban a salir, su mamá se enfermaba misteriosamente, lo cual ella ya lo había notado, sin embargo, desechaba aquellas ideas, nadie juega con la salud y nadie, en su sano juicio, usa una enfermedad para manipular a otra persona. Eso, para Victoria, lo hacían solo las personas locas y su mamá no lo estaba, claro que no.
Su mente saltó a Marcos, el hombre que había hecho de niñera de ella dos veces en un solo día. Era una vergüenza que Rodrigo la haya expuesto ante esos hombres, que la haya ridiculizado frente a todos sus trabajadores. No podía ni debía seguir aguantando ese trato. Ese hombre no podía creerse dueño de todo y de todos, incluso de ella misma. Ella había ido a hacer un trato, si él no quería, entonces no lo habría y ella se adueñaría de todo. Una extraña ráfaga de viento suave le provocó escalofríos en su columna vertebral al pensar aquello.
―Creo que a mi papá no le gustó que pensara esto ―musitó casi inaudiblemente y con algo de susto.
―¿Se quedó aquí toda la noche? ―La voz de Rodrigo la hizo saltar de su asiento―. Lo siento, no quería asustarla.
―No me asustó, solo me pilló desprevenida ―mintió―. ¿Qué quiere?
―¿Podemos conversar?
―¿De qué?
―De nuestra situación.
―Usted dirá.
―Victoria, podemos llegar a un acuerdo.
―Eso quise desde el principio.
―Aún hay tiempo.
Victoria suspiró. Eso quería, ella no quería robar lo que no le pertenecía, por más que la ley le dijera que todo aquello le pertenecía, ella sabía que no era cierto. Su padre jamás hubiera compartido con ella ese lugar. Si no lo hizo en vida, ¿lo querría en muerte? ¿Le agradaría la idea de que su verdadero hijo, su hijo nacido del corazón, fuera echado o despojado de sus bienes? No lo creía. Una nueva ráfaga de viento rozó su pelo, sin embargo, esta vez, fue más suave y sin temor incluido.
―Victoria... ―la habló como si la hubiese estado hablando desde antes, lo que la hizo despertar de sus pensamientos y al mirarlo, se dio cuenta que estaba arrodillado frente a ella.
―Yo quiero un acuerdo con usted, siempre lo he querido ―musitó la joven.
―Hable, diga lo que usted tiene para ofrecer.
―Mi mamá tiene cáncer.
Él quedó de piedra.
―¿Qué necesita?
―Dinero para su tratamiento, era todo lo que esperaba, los medicamentos no son baratos y mi sueldo ya no alcanza, he tenido que hacer un hoyo para tapar otro y ya no puedo seguir endeudándome más. Para mí sería fácil tomar mi herencia y vender todo para salir de mis deudas, pero no creo que sea justo con ustedes. Si mi papá se hubiese hecho cargo alguna vez de mí o de mi mamá...
―¿Cuánto es lo que necesitas?
―Mucho.
―¿Cuánto es mucho?
―Tengo una deuda de dos millones en un banco y de uno en otro. Ya no puedo seguir pagando, no sé cuánto debo de esos préstamos, ya ni quiero mirar los recibos, sigo pagando, pero un mes p**o uno y al siguiente el otro... Ya no puedo seguir costeando el tratamiento. El problema es que mi mamá cada día empeora más.
Una lágrima bajó por su mejilla. Rodrigo la atrapó con su dedo.
―No es tanto; dinero tenía tu papá en el banco como para pagar esas deudas y más.
―No quiero que ella se muera, es lo único que tengo.
Ya no quiso ser valiente, ya no quería seguir manteniendo esa imagen, pensar en perder a su mamá la hacía fuerte, pero también era su máxima debilidad.
―Son las dos solas.
―Sí, somos amigas, compañeras, ella es mi todo.
Rodrigo entrecerró los ojos y una nube de tristeza pasó por ellos. El mismo sentimiento y relación compartía él con su padre.
―Yo no voy a dejar que mi mamá se muera por falta de dinero. Yo no quiero que ella se muera ―sentenció la joven.
―Nadie quiere que se muera su mamá ―replicó él, molesto ante las palabras de Victoria.