Rodrigo miró al suelo, se sentía frustrado, tenso. A fin de cuentas, Victoria tenía razón, mal que mal, ella era la dueña y señora de ese lugar y tenía todo el derecho a manejarlo como ella lo quisiera. Pero debía admitir que le dolía saber que para ella trabajar la tierra era una ofensa.
―Bueno, si no quiere ensuciar sus lindas manos, puede volver a la casa, la enviaré con alguien ―mencionó con frialdad.
―Puedo irme sola.
―Si quiere perderse...
Ella tragó saliva.
Él entró de vuelta a la caballeriza y la empujó suavemente con él.
―Necesito alguien que acompañe a la señorita Fernández a la casa ―anunció en voz alta.
―Yo la llevo si quiere ―ofreció un trabajador que parecía más simpático que el resto y al que parecía no molestarle la presencia de la joven en ese lugar.
―Está bien, Marcos, llévala y luego te vas al río, arrearemos al ganado hasta los pastizales.
―Sí, patrón. Vamos, señorita.
La joven lo siguió sin despedirse de nadie, la ponía nerviosa estar entre tantos hombres. Escuchó a Rodrigo dar unas órdenes de ir no sé a dónde, los peones se pusieron en campaña de inmediato, le seguían como perritos falderos.
―¿Quiere irse caminando o a caballo? ―le consultó el joven que la llevaría.
―Caminando ―respondió de inmediato.
La noche seguía oscura y el joven no tenía linterna, Victoria pensó en si él se sabría bien el camino o se perderían, aunque, claro, tampoco era tan difícil llegar.
―Señorita, ¿le puedo hacer una pregunta? ―le habló él con algo de timidez, interrumpiendo sus temores.
―Claro.
―¿Es verdad que usted va a echar al patrón de aquí?
―¿Quién dijo eso? ―preguntó.
―Son las cosas que se dicen por aquí, usted sabe que en lugares como este, todo se sabe.
―No es verdad, al menos no es ese mi propósito.
―Entonces, ¿a qué vino?
―No creo que eso sea de su incumbencia ―replicó ella con tono autoritario.
El hombre, más alto que ella, de brazos fuertes y pelo rizado, asintió con la cabeza y desaprobó con su gesto.
―Lo es, pues de eso depende mi trabajo y quiero saber a qué atenerme ―afirmó él.
―Nadie se va a quedar sin trabajo, así es que quédese tranquilo, Marcos. Si su patrón me escuchara todo se solucionaría mucho más rápido.
Continuaron el camino en silencio.
―No me di cuenta que había una bifurcación ―comentó ella a medio camino.
―Es que de allá no se ve ―le indicó el lugar hacia donde se dirigían―. El camino puede parecer recto, pero no lo es.
En esas oraciones se basó la conversación. Ambos parecían incómodos con el otro.
―Muchas gracias ―agradeció ella cuando llegaron―. Y no se preocupe, que no es mi intención echar a nadie de aquí, pero creo que tampoco me puedo quedar sin nada, igual me toca parte de esto. Y eso es lo que su jefe no quiere entender.
―Nadie va a entender que le quieran quitar sus cosas, su vida.
―Ya le dije que no es esa mi intención.
―Hasta luego, señorita ―se despidió en tono seco, quitándose el sombrero.
Se dio la vuelta para irse, pero se devolvió de inmediato.
―Entiéndanos, esta es nuestra vida, aquí crecimos, esto es todo lo que tenemos. Yo soy un poco distinto a los demás en el sentido en que me gusta escuchar las dos versiones, pero ellos creen que usted quiere sacarnos a patadas de aquí ―explicó el joven con sinceridad.
―Creen que soy una desalmada.
―Una ladrona ―aclaró con cierta culpa.
―No lo soy ―se defendió ella con tristeza, bajando la mirada.
Un corto silencio se hizo hasta que él puso su enorme mano callosa en el hombro femenino.
―No se sienta mal, todo sale a la luz y pronto todos podremos ver sus verdaderas intenciones.
―Ojalá.
―Mañana hay una fiesta en el fundo vecino, dígale al patrón que la lleve y si no, me avisa y yo la paso a buscar.
―Gracias, lo haré ―mintió sarcástica, ¿de verdad creía que ella quería ir a una fiesta con Rodrigo?
―¿Usted conoce la trilla?
―No, la verdad es que no.
―Mañana la conocerá.
―Gracias.
Trilla. ¿Qué era eso? Se preguntó. En alguna oportunidad había escuchado algo así, pero ni recordaba de dónde ni de qué trataba. De todas maneras, le dio curiosidad por saber y conocer cómo lo festejaban en ese lugar, pero no le diría nada a Rodrigo, si él le ofrecía asistir, aceptaría, aunque dudaba mucho que lo hiciera.
A media tarde, después de almuerzo y mientras la abuela de Rodrigo dormía la siesta, salió a dar un paseo por los alrededores para conocer el lugar. Era una hacienda grande, hermosa, con mucha vegetación. El sol no quemaba, pero daba un agradable calor. Llegó a la orilla de un río, caminó por el sendero aledaño hasta ver a los hombres que trabajaban el campo y un poco más lejos, otros que cuidaban de los rebaños. Allí estaba Rodrigo. Caminó hacia él, pensó que allí, en su trabajo, en lo que lo apasionaba, podía estar un poco más receptivo a lo que ella pudiera decir, sin embargo, él, en cuanto la vio, se acercó y tomándola de un brazo, la sacó de allí y la llevó aparte, donde unos árboles los cubrían de los demás.
―¿Y usted? ―espetó él casi con furia.
―Andaba dando una vuelta y llegué hasta aquí.
―¿Quería ver el tamaño de su propiedad?
―No, yo solo... quería conocer. ―Por primera vez, sintió que ese hombre la intimidaba y se asustó, se veía más molesto que en la mañana.
Él suavizó su expresión.
―Ahora ya conoce, ¿qué más quiere?
―Hablar con usted y llegar a un acuerdo con respecto a la herencia de mi papá.
―¿Aquí?
―¿Qué tiene de malo?
―De acuerdo. Hable.
―Quiero llegar a un acuerdo que nos deje satisfechos a ambos.
―Dudo mucho que usted pueda dejarme satisfecho ―respondió en un doble sentido que la estremeció.
―Si no quiere llegar a acuerdo conmigo, sabe que tendrá que irse.
―Yo no voy a ser su empleado si eso es lo que quiere.
―No se trata de eso.
Unos hombres gritaron porque una de las vacas se había caído al río. Rodrigo corrió a ayudar a sus hombres a levantar el animal. Ella se sintió fuera de lugar. No sabía qué hacer, si irse o quedarse. Se afirmó de un árbol y lo miró trabajar junto a los hombres. Era una ardua labor y ella presumió que él ya no volvería para hablarla. Cuando lograron sacar el enorme animal, lo dejaron en el pasto y lo atendieron. Rodrigo se quitó la camisa y se volvió a agachar a ver a la vaca. De pronto, miró en la dirección de la nueva dueña que miraba embelesada el espectáculo, se levantó y caminó con decisión hacia ella con una mirada que la atemorizó más si era posible.
―Ya ves, no tienes idea del trabajo del campo, no tienes idea de animales, de tierras, de nada. No deberías estar aquí, si lo estás fue solo por un error de mi papá, de lo contrario, todo sería mío.
―Pero no lo hizo y esto ahora es completamente mío.
―Anda a atender la vaquilla, entonces, a ver si sabes lo que hay que hacer.
Victoria respiró hondo, sentía que ese hombre lo único que quería era humillarla.
―Para eso hay gente ¿no? Gente especializada que sabe del trabajo.
―Claro, y tú vienes a eso, ¿no? A que la gente trabaje para ti mientras tú recibes el dinero sentada en tu escritorio.
―La mayoría de los empresarios lo hacen así.
―Pues no aquí, aquí todos somos iguales y todos trabajamos a la par.
―Bueno, pues usted lo hará así, no yo.
―Mire, Victoria, si usted no vino a ayudar, será mejor que se largue, no la quiero cerca de mí, mucho menos cuando tengo que concentrarme en hacer mi trabajo.
―Pues no me moveré, usted no es mi dueño y esta hacienda es mía, aquí hago lo que quiero y si quiero vigilar el trabajo que hacen, nadie puede impedírmelo. Y si a usted no le gusta, la puerta es bien ancha para que se largue de aquí.
―Su abogado me dijo que el próximo viernes debía abandonar mi hacienda, falta una semana todavía, así que no me moveré antes de eso.
―¿Quiere que lo saque por la fuerza?
―Inténtelo ―dijo y se estiró, pareció crecer más todavía, amedrentándola con ese cuerpo esculpido a base de trabajo y sacrificio.
―Puedo llamar a la fuerza pública ―logró articular con dificultad.
Él esbozó una sonrisa irónica.
―La fuerza aquí, por si no lo sabías, soy yo, Victoria.
―¿Qué quiere decir?
―Quiero decir que tú pesas menos que un paquete de cabritas en este lugar, si quieres echarme, tendrás que hacerlo tú personalmente.
Se acercó mucho y quedó con su cara casi pegada a la de ella, con sus labios casi unidos a los femeninos. Victoria no se movió, no quería demostrarle que era una cobarde que nunca había sabido enfrentarse a nadie, aunque supuso que su respiración agitada la delataba.
―Acepte un consejo, váyase de aquí, y no hablo de este lugar, hablo de este fundo, hablo de esta ciudad y de esta región. Vuélvase a su capital, a sus comodidades, a su internet, a su vida virtual, a su novio...
¡Novio! No había llamado a Misael desde que llegó, ni siquiera se había acordado que tenía novio y ese era un momento muy malo para recordar.
―Aquí la vida es real, el trabajo es real, la gente es real, no como allá de donde usted viene.
Alzó su mirada hasta la de Rodrigo y luego la bajó hasta sus labios que estaban semiabiertos y exhalaban un aroma a café y menta y sus pensamientos se fueron en otra dirección muy distinta a la conversación que sostenían, imaginando que en vez de odiarla, la protegía con su fuerza.
―Debe irse ―susurró él con voz ronca.
―¿Y si no quiero? ―replicó ella con un nudo en la garganta.
―No respondo por lo que vaya a pasar.
―Yo... Yo solo quería llegar a un acuerdo con usted y... ―jadeó, ese hombre exudaba testosterona por todos los poros.
―Te vas a ir a la casa y espero que no te vuelvas a aparecer por aquí, puedo soportarte en la casa, un rato, pero no voy a aceptar que vengas a vigilar mi trabajo.
―No vine a eso ―dijo como en un ruego.
―Así me siento y a mí nadie me controla, menos tú, que no tienes derecho de estar aquí.
―El orgullo te ciega, Rodrigo, esto no debería ser así.
―¿Así? ¿Cómo debería ser según tú?
―Deberíamos poder conversar como dos personas civilizadas.
―Pues contigo me cuesta mucho comportarme como una persona civilizada, despiertas en mí todos los instintos animales que ni sabía tenía antes de conocerte.
Su garganta se apretó y todo su ser se agitó.
―Ándate de aquí, Victoria, antes que cometa una locura; si quieres hablar, lo haremos, pero en otro momento. No ahora.
Ella respiró con dificultad.
―¿De verdad? ¿Hablaremos? ―en su voz sonó la esperanza.
Rozó sus labios con los de ella y los ojos de la joven se cerraron automáticamente, sintiendo y esperando...
―No debiste venir ―susurró antes de separarse de la mujer y caminar de vuelta donde sus empleados.
Ella abrió los ojos y se sintió estúpida, ese hombre quería humillarla y ella se entregaba en bandeja para que lo hiciera.
Marcos fue el encargado de llevarla de vuelta a la casa. Otra vez.
Ella se quiso negar, si había llegado hasta allí, de seguro podía devolverse, sin embargo, no hubo pero que valiera, la llevaría de vuelta a la “casa grande”, como la llamaban allí, tal como su patrón lo había ordenado.
―¿Va a ir mañana? ―preguntó a mitad de camino.
―No sé todavía ―respondió de mal modo.
―Seguro que lo pasará muy bien, habrá mucha comida y vino navegado, además de bailoteo, obvio.
―Claro, me imagino.
―Vaya, si quiere yo la paso a buscar, a las cinco nos vamos a ir todos para allá.
―¿Sabes qué? Bueno, te espero a las cinco, ¿queda muy lejos?
―No, si es el fundo de al lado, una cuadra más allá. En todo caso, tengo una moto, ¿le gustan?
―¿Las motos?
―Sí, no es lo más moderno y seguro en la capital hay mejores, pero aquí sirve.
―Bueno, mañana te espero. Nunca he andado en moto, así que será toda una experiencia.
―Tiene que ir con ropa abrigada, sí, porque en las noches hace frío por acá y más en la moto.
―Está bien. Gracias.
Ya habían llegado a la casa y Victoria se alegró por ello.
―Nos vemos mañana, señorita. ―Se sacó el sombrero y le hizo una reverencia con la cabeza antes de retirarse.
―Muchas gracias, Marcos, por la molestia.
―De nada, no me molesta ser su “niñero” ―bromeó.
―No necesito niñero ―replicó ella en el mismo tono.
―No es lo que piensa el patrón.
―¿Crees que alguna vez se le pase lo “cabezotas”?
El hombre rio con genuina diversión.
―Jamás señorita. ―Se sacó su sombrero―. Nos vemos cuando vuelva a estar en peligro de perderse otra vez.
Victoria lo observó al marcharse. Marcos era un tipo muy atractivo, para qué decir una cosa por otra, aunque si era sincera con ella misma, todos allí eran lindos, o casi todos, además de fortachones, hombres acostumbrados al trabajo duro. Y Rodrigo...
Se tocó los labios, solo los había rozado, ni siquiera fue un beso, pero sus labios los sintió calientes, dulces.
Sacudió la cabeza, necesitaba sacarse a ese hombre de la cabeza, no se suponía que fuera así, ella tenía un novio y no podía, nada más haber llegado, pensar en otro hombre. Misael no se lo merecía. Decidió que Rodrigo no se volvería a acercar a ella de ese modo, por más que fuera atractivo, fuerte, macho. No. Ella estaba con Misael, él era quien le gustaba. No Rodrigo, un tipo arrogante y que se creía dueño de lo que a ella le pertenecía por ley y por sangre. En ese momento se prometió no aguantar más sus desplantes y se haría dueña de todo. De todo. Y si él y su abuela se querían quedar, pues que se aguantaran su presencia, ella era la dueña y ellos unos allegados a los que permitía que se quedaran. Revisaría las cuentas, cada peso le tendría que ser informado. Ahora, Rodrigo Montero sabría quién era Victoria Fernández Subercaseaux.