Capítulo 8

1171 Words
No le dije a mi familia sobre mi encuentro con el faraón, pues si lo hacía probablemente ahora mi hermano me prohibiría ir rotundamente al palacio. Así que seguía con mi vida de siempre, eso sí… mucho más alerta que antes. En ese tiempo desarrollé bien mi escritura, a pesar de estar pendiente de cualquier paso que podía sentir al otro lado de la puerta. De todas formas eso no impedía que yo estuviera contenta por mi progreso en la escritura y pronto podría contar todo lo que veía plasmándolo por escrito. Mi hermano Imhotep (así era su nombre), también estaba muy contento por mi avance en la escritura y estaba contagiado por mi emoción. – Felicidades hermana, ya puedes empezar a escribir la vida en este hermoso reino. – Gracias hermano. Él parecía, dentro de mi familia, ser el único que podía comprender mis ideas, que para el resto de mis familiares eran revolucionarias o bien no las comprendía en su totalidad. Satisfecha por mi trabajo decidí tomar un descanso y hablar animadamente con mi hermano, momento de descuido que tronchó mi existencia. Pues mientras yo hablaba animadamente con mi hermano, apareció de imprevisto un personaje que dio vuelta mi día. El faraón había llegado y cuando habló… ya se encontraba dentro. Fue realmente increíble lo que había pasado, después de estar alerta todo este tiempo, en el momento que bajé la guardia… El destino me había jugado una mala pasada… En ese momento, solo atiné a subirme la capucha, pero qué más da… de nada serviría ya me había visto aunque de espaldas… Pero pronto tendría que darme la vuelta y verlo, quería saber cómo me las arreglaría para salir de esta… Obviamente que lo primero que preguntó fue quién era, intercambiamos miradas con mi hermano y él le dijo: – Es mi aprendiz – dijo tragando saliva. – ¿Tienes una aprendiz mujer? – preguntó confundido. – Si… pero no es para ocupar mi puesto, ella solo quiere aprender a leer y a escribir. – Entiendo… Yo todavía yacía a espaldas del faraón, ya alejada de mi hermano y mirando hacia una estantería, con el corazón a mil y escuchando atentamente lo que hablaban, sintiendo unos nervios… peor que cuando tenía que dar un examen en mi otra vida. No sabía si me estaba mirando, pero sentía su mirada clavada a mis espaldas. – Me gustaría que te dieras la vuelta y me mostraras tu rostro, para si responder esta pregunta… ¿Cuál es tu nombre? – dijo el faraón con voz aterciopelada. Demoré en darme la vuelta, no quería, sabía que esto no iba a terminar bien. Más el faraón dijo nuevamente en un tono más serio: – ¿Sabes que es de mala educación darle la espalda a tu soberano? No me hagas repetir lo que ya sabes que debes hacer. Lamentablemente no podía estar más tiempo así, de lo contrario, terminaría siendo ejecutada. Tenía que tener presente que era el faraón y se consideraba de muy mal gusto, de muy mala manera, darle la espalda al soberano. Me di la vuelta pero no me saqué la capucha… – Por favor, sácate la capucha de tu capa que no me deja ver tu rostro. Despacio comencé a sacarla y al ver mi rostro, se sorprendió. Obviamente era la mujer que anteriormente había visto… – Tú… - me dijo, dejando esa palabra en el aire. Mi hermano que estaba realmente confundido por la manera que había respondido el faraón me miró y preguntó: – ¿Se conocen? Quien le respondió fue el faraón… – Así es Imhotep, conocí a la joven hace unos días. Había tenido un pequeño percance con sus papiros y ayudé a recogerlos. Solo uno me ayudó a recoger, pero ese… marcó mi destino. Mi hermano me dedicó una mirada de reproche, realmente no era el momento de que me reprochara lo que había sucedido, ahora debíamos encontrar soluciones y dejar de claro que todo pasó por un simple accidente, no porque lo busqué. Imhotep, entendiendo mi mirada de fastidio, desvió su mirada de mí y se centró en el faraón que me preguntó nuevamente. – Ahora que ya nos vemos la cara, responde lo que te pregunté. ¿Cuál es tu nombre? Miré a mi hermano y exhalé un suspiro, en un principio no parecía estar interesado en mí, pero eso bien puede ser una actuación para que no sean tan obvias sus intenciones. – Mi nombre es Nefertina – dije con la voz entrecortada. – Nefertina… tienes un hermoso nombre. – Gracias… Miró a mi hermano y le preguntó: – No es porque me interese – dijo haciéndose el desentendido – ¿Pero qué relación tienes tú con ella? Imhotep tragó saliva, ahora no le quedaba de otra que decirle la verdad… – Es mi hermana – dijo rápidamente. El faraón mostró una sonrisa a medio hacer y luego su mirada se dirigió a mí para hablarme… – Pero dime Nefertina… bien me dijo tu hermano que eras su aprendiz, pues con él quieres aprender a escribir y leer, ¿no? – Así es… – dije con mi mirada clavada a mis pies. – ¿Por qué quieres hacerlo? Los puestos administrativos del gobierno son solo para hombres, por más que aprendas a escribir… no podrás pertenecer a uno de ellos. – No lo hago para ocupar un puesto en el gobierno, sino para mi propio beneficio. – ¿A sí? Me interesa saber, sino te molesta contármelo. – Quiero aprender a escribir, para plasmar por escrito como es la vida en Egipto y tener en mi poder, esa documentación para poder contarle a las futuras generaciones como es vivir aquí. No estaba segura que él me entendiera a lo que quería llegar, pero en un momento de reflexión por él, afirmando con la cabeza que lo había comprendido me dijo: – La verdad es una buena idea la que tienes en mente, pero para saber como es la vida en Egipto, no solo tienes que tomar el pueblo para explicarlo, sino también tendrías que escribir acerca de cómo es la vida en el palacio. Por un lado tenía razón, eso no lo había pensado. Si quería tener un equilibrio en mi información debía aprender acerca del palacio también. Solo pensarlo me dio escalofríos, esto me daba mala espina, pero había que reconocer que tenía razón. – Supongo que sí – dije arrollando mis hombros. Él me quedó mirando pensativo por un momento y sonrió: – Pero bueno… eso tendrás que verlo a medida que avances en tu idea. Se acercó a mí, tomó mi mano y la besó. – Fue un placer conocerte, estoy seguro que nos veremos nuevamente muy pronto. Saludó a mi hermano antes de irse y dirigiéndose a la puerta, a medio camino, se detuvo y dándose vuelta en sus propios talones, miró a mi hermano y dijo: – Dile a tu padre que me vaya a ver a la sala del trono luego, tengo algo que decirle...
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