—Recuérdeles que lo embellezcan en memoria de su madre—aconsejó Arabella—, tengo entendido que todos en el Castillo la amaban y respetaban. —Eso haré— prometió él—, era una persona muy bella… maravillosa. Dio un suspiro y miró hacia el gran Castillo que se erguía detrás de ellos, como si esperara un saludo de su madre desde la ventana o que ella se acercara a su encuentro por el prado. —La echa mucho de menos, ¿verdad? —Por supuesto— afirmó con voz ronca. Arabella comprendió que el Marqués aún lloraba en silencio a su madre, por esa causa no podía hablar de sus sentimientos. —¡Qué niñita tan graciosa eres!— dijo de pronto, como si tratara de cambiar de tema—, no me puedo imaginar hablando con otros niños como lo he hecho contigo. ¿Qué edad tienes? —No soy lo bastante grande como para