En esta ocasión Karl se tomó todo el tiempo del mundo para llegar al palacio real. Él iba caminando sin prisa por aquel camino un tanto boscoso, incluso se sentó bajo un árbol de tronco delgado y con desgano veía su mano lastimada, le resultaba curioso que fuera la misma mano de la cicatriz que se hizo hace tres años cuando intentó escapar de la cárcel, su pobre mano llevaba todo lo malo que le sucedía, como haber querido parar una espada de plata con ella, amortiguar esa peligrosa caída, y ahora la habían atravesado con una daga de plata. —Es porque siempre hago todo con la mano izquierda, tengo que comenzar a usar mi otra mano —murmura Karl comenzando a abrir y cerrar su mano lastimada, pero al hacerlo le dolió en gran manera —¡Ahh! —chilló el joven, pero como siempre no botó ni una sol