—¿Subiremos a un yate? —preguntó Riley.
Knox le elevó dos velocidades al huevo y Riley se sostuvo del fornido brazo de Knox y cerró los ojos. La excitación bajaba por sus muslos y era evidente para todos sus hombres. Riley continuaba cubriéndose los hombros con el saco de Knox, por lo que su humedad era excitante para los hombres de Knox. Algunos deseaban tener una mujer como ella en su cama, y otros se preguntaban si fuesen igual de ricos que Knox, también tendrían una como ella. Riley encorvó los dedos de la mano sobre el brazo de Knox. Deseaba tanto que la cogiera, que el dolor era incontrolable. La excitación pasó el umbral de satisfacción y alcanzó el dolor tanto en sus pezones como en su vientre.
—Dije silencio —graznó Knox mirándola retorcerse.
Riley inclinó su cabeza sobre su brazo y gimió sobre su camisa. Riley le suplicó que la cogiera, que la tocara, que la penetrara con sus dedos o al menos la dejara tocarse para saciar la excitación, pero Maddox se lo impidió y le dijo que su juego apenas comenzaba. Los pezones de Riley estaban tan endurecidos, que vibraba solo con el roce del saco de su amo. Y cuando un nuevo goteo se desprendió de su v****a, Knox apagó el huevo unos minutos. Disfrutaba mucho torturándola de formas sexuales.
Knox la enderezó y le dijo que subiera al yate. Knox planeaba llevarla la isla Lanai, ubicada en Hawái. Knox contaba con varias propiedades en Hawái, sin embargo, prefirió que se quedasen en un resort a la orilla de la playa. El lugar era precioso, Knox lo visitó un par de veces por negocios. Todo estaba perfectamente enlistado en el itinerario, comenzando por el ingreso al yate que los llevaría hasta la pequeña isla. Riley subió los escalones hasta la parte superior del yate, donde se encontraba un hombre de cabello oscuro y traje blanco, quien saludó a Knox con educación.
—Gran Jefe, bienvenido a bordo —dijo—. ¿Es su esposa?
Knox asintió con la cabeza.
—Pon a andar los motores —ordenó Knox—. Iremos a la isla.
El hombre, quien Riley leyó en su gafete como capitán Norton, asintió con la cabeza e hizo el saludo militar como si Knox fuese un comandante en jefe al que debía obedecer.
—Lo que ordene, señor —dijo al encender los motores.
Knox empujó a Riley por el coxis para que caminara a la zona inferior donde se encontraba la habitación principal y un par más para el personal. El yate era blanco con el nombre Maddox en enormes letras doradas y cursivas. Toda la madera se veía pulida, al igual que el piso. Era un espectáculo de yate, así como la enorme cama cuando Maddox cerró la puerta. Maddox le quitó el saco de los hombros y descubrió su cuerpo. Aun llevaba los guantes blancos, así como el liguero. Knox arrojó el saco sobre uno de los sofás que comprendían un juego de tres junto a una pequeña mesa.
Maddox colocó sus dedos sobre el hombro de Riley y comenzó a descender por su brazo hasta el hueco de su cintura. Riley temblaba ante el toque del hombre, y cuando volvió a encender el huevo, Riley sollozó por lo bajo y apretó sus muslos para contener la excitación que no paraba de hacerla retorcerse. El yate se movía y la sensación de estar flotando en el agua era asquerosa en el estómago, sin embargo, cuando Knox se acercó a su oreja, Riley sintió cada vello de su piel erizarse ante su voz gutural.
—No aprietes los muslos —dijo él sobre su oreja.
Riley mordió su labio inferior para no gemir.
—Dijiste que solo lo usarías si hablaba —soltó Riley.
—Y hablaste —dijo él alzándole una velocidad más.
Riley respiraba con dificultad, sus muslos estaban tan empapados que Maddox podía ahogarse entre ellos y sus labios estaban pálidos de morderlos para evitar gemir con fuerza. Knox miró como su trasero temblaba y sus rodillas comenzaban a ceder. Un ligero mador impregnaba la frente de Riley y sus uñas se clavaban en sus palmas. Debía obedecerlo en completo silencio, y que Riley lo intentase con tanta fuerza, era exquisito para Maddox.
—Piernas separadas, nena —dijo al apretar sus caderas y rozar su pene en su trasero—. Quiero ver qué tan excitada te encuentras.
Riley sintió como los gruesos dedos de Maddox la guiaban a la cama boca abajo y separaban sus muslos. Su clítoris estaba más que hinchado, al igual que sus labios, y la abertura en su v****a se ensanchaba un poco más con cada vibración. El cordón del huevo se encontraba resbaloso y Riley solo quería que la tortura terminara. Knox tiró del huevo y Riley sintió alivio cuando la vibración terminó. Maddox siempre viajaba con sus juguetes de mano, por lo que arrojó el huevo sobre la cama y lo cambió por un vibrador con estimulación y succión de clítoris. Riley pensó que la tortura terminaba, pero apenas empezaba cuando sintió la succión en su clítoris y la dolorosa penetración del vibrador.
—Y pensar que solo tuve que doblegar a tu padre para tenerte ante mí, abierta, excitada, con tu cuerpo suplicándome ser cogido —dijo Knox mirándola retorcerse y gemir mientras tiraba de la sábana—. Solo bastó que te llevase a mi habitación para descubrir que toda esa modestia y obediencia era excitación contenida.
Maddox la dejó retorcerse abierta de piernas en la cama, mientras él preparaba lo que sería el verdadero juego previo para su nena. Maddox extrajo un columpio de cuerda que colgó de un tubo que pendía del techo. Su yate estaba equipado para todas sus necesidades, y el columpio era una de ellas. Mientras Riley mordía la sábana y la cama se empapaba con su excitación casi alcanzando su primer orgasmo, Maddox terminó de colocarlo. Riley, aun con el vibrador en su cuerpo, sintió como Maddox la elevaba y ataba sus muñecas con las muñequeras de cuero y colocaba las otras en sus tobillos. Maddox la abrió de piernas y bajó una de las tiras para que su cuerpo quedase inclinado hacia atrás, abierto como una uve, con el cabello rozando el suelo.
—¿Para qué es todo esto? —preguntó.
Él colocó una mano en su estómago y la rodó hasta su vientre.
—Para que no te muevas —dijo sintiendo como su pene endurecido palpitaba por correrse dentro de ella.
Riley no podía moverse, su espalda estaba curvada y su cabeza caía hacia atrás. Maddox usó sus dedos para recorrer la piel de Riley, mientras acariciaba entre sus muslos, aumentando su excitación. Riley apenas lograba pensar cuando los dedos de Maddox llegaron a su boca y Riley los saboreó con necesidad. Maddox tiró de su cinturón y lo arrojó al suelo. Hizo lo mismo con su pantalón cuando se lo quitó y soltó su pene erecto y grueso. Riley lo miró por primera vez y su vientre se contrajo aún más fuerte. Era más grande de los que veía en las películas de su padre, y estaba tan cerca que casi podía saborear la punta goteante.
—¿Serás rudo conmigo? —preguntó Riley.
Maddox tiró de su labio inferior y miró el sudor en su frente.
—Seré tan rudo contigo, nena, que nunca desearás otro hombre dentro de ti —aseguró Maddox girando para enfrentarla.
Maddox se quitó la camisa de botones y le mostró los endurecidos pectorales y la barra de chocolate en su estómago. Maddox era una maldita tentación en un traje costoso y en los dedos que no dejaban de trabajar su cuerpo y hacerla gemir.
—No tienes palabra de seguridad, así que no pienses que porque es nuestra primera vez, me detendré aunque me lo pidas —dijo lamiendo el sudor que se retenía en su ombligo—. Quiero marcarte como mía, Riley Cyrus, hasta que no puedas sostenerte en pie y no pienses en nadie que no sea tu maldito amo.
Maddox alcanzó el control de velocidades y la subió un poco más. Al no poder moverse, y con las piernas abiertas como una equis, su cuerpo era un festín para el hambriento de Maddox.
—Comenzaremos lento, y aumentaremos —dijo Maddox.
Riley sintió como Maddox la rondaba igual que un animal salvaje buscando una presa para cenar. Usó otro succionador para tirar de sus pezones y hacerla gemir. Riley movía la cintura ansiosa. Ella jamás había tenido un orgasmo, por lo que contuvo esa sensación de orinar hasta lo más profundo. Con cada vibración, succión y lamida de Maddox se tornaba más insoportable de contener. Maddox no se acercó a su boca, pero su pene rozó los labios de Riley y los humedeció con varias gotas de semen. Riley lamió sus labios y le suplicó que terminara la tortura, que no lo soportaba más. Estaba tan excitada, que su cuerpo eran nervios.
—¿Qué quieres que haga, nena? —preguntó Maddox.
Riley abrió los ojos para encontrarlo masajeando su pene. Knox movía su mano llena de los fluidos de Riley sobre su pene. Resbalaba con tanta facilidad, que casi pudo imaginar lo que sentiría al hundirlo dentro de ella. Riley miró como su pene resplandecía y sus ojos se encontraban dilatados. Él estaba tan excitado como ella, pero quería demostrarle que él era el amo.
—Cógeme —suplicó Riley—. Cógeme duro.
Eso era lo que Maddox ansiaba con todas sus fuerzas. Su pene lo pedía, la entrada de Riley lo pedía, sus malditos pezones lo pedían.
—Es pronto —dijo Maddox—. Quiero que te empapes por mí.
—No lo soporto —chilló ella con lágrimas corriendo por los costados de sus ojos de tanto contener el orgasmo—. No puedo soportarlo. Por favor, señor. Haré lo que quieras.
Maddox movió la mano más rápido sobre su pene y apretó los dientes a medida que más líquido brotaba de su glande.
—Quiero que cierres la puta boca y disfrutes al máximo —dijo.
Riley descansó cuando Maddox le sacó el vibrador y pasó los dedos por su humedad. El vibrador tenía un leve rastro de sangre, pero a Maddox le importó poco, cambiando el antiguo por uno que tenía dos cabezas y era del color de la pasión que los envolvía.
—¿Alguien tomó tu culo? —preguntó Maddox.
Riley se asustó ante la pregunta.
—No —susurró temblorosa.
Maddox usó lubricante en el consolador y tiró de la cinta que sostenía a Riley para que sus piernas se elevaran y su culo se expusiera. El líquido trasparente de su excitación alcanzaba su trasero, y Knox, como un hombre sin contemplaciones, aplicó lubricante en dos de sus dedos y los usó para masajear su abertura. Riley, a ese punto, no sabía lo que sentía, ni lo que podía causarle temor. Era suya, era su sumisa, una que debía obedecer.
—Para el disfrute, es mejor que te relajes —dijo conduciendo el consolador a la entrada de su culo y empujándolo al fondo.
—¡Dios! —soltó Riley seguido de un quejido doloroso.
Riley apretó los ojos y sintió como el consolador escocía su interior. Era enorme, y ella jamás tuvo un anal. Sentía un dolor que la abrazaba por completo, así como un escozor en la entrada.
—Dios no esta aquí —dijo Knox empujando el otro en la entrada de su v****a—. Solo somos nosotros y tu excitación.
Las piernas de Riley temblaron, igual que su voz, cuando Maddox se inclinó para lamer desde la punta del consolador, hasta su clítoris. Riley no evitó gemir fuerte, clavar las uñas en sus palmas y tensarse cuando él lamió tan fuerte su clítoris, que Riley no soportó la tensión en su coxis y dejó que el orgasmo se abriese camino. Su cuerpo entero tembló bajo la lengua de Maddox y un grito rasgó la garganta de Riley cuando pensó que su vejiga había reventado. No salió líquido, solo excitación y un temblor que abrazó todo su cuerpo como uno de los abrigos de Maddox. Él continuó lamiendo, cuando ella lo miró y el morbo aumentó. Nadie jamás había colocado su lengua entre sus piernas, y que Maddox lo hiciera con furia y con una mirada de enojo, reventaba su deseo.
Maddox, al sentir que no soportaría un minuto más sin sentirse dentro de su v****a apretada, la bajó del columpio, la empujó a la cama boca abajo y elevó su trasero al tiempo que lamía desde su cuello hasta su coxis. Maddox la colocó de rodillas, con el cabello enredado en su puño apretado. Riley estaba preparada para que sucediera lo que él quisiera, y al arrancar el consolador y hacerla gritar por la rudeza con la que la tomaba, la penetró con tanta fuerza que Riley desprendió la sábana de la cama cuando gritó.
—¡Qué buen culo! —gimió Knox palmeándolo y empujándose fuertemente una vez más—. Eres tan suave, sedosa, moldeable. Estás tan apretada, nena, que me harás correrme fuertemente.
Riley sintió como el pene palpitante de Maddox la embestía con rudeza, con odio, con enojo. Knox tiró de su cabello y su cabeza se inclinó sobre su espalda. Knox empujaba el frágil cuerpo de Riley con cada embestida. La cama se movió de lugar, las uñas de Riley se clavaron en el colchón y la presión contra la cama hizo que los pezones de Riley dolieran. Por un instante, por el placer que la invadía, Riley perdió el conocimiento. Su cuerpo se tornó del color del papel y Knox no dudó para penetrarla con más rapidez. Riley estaba adormecida por el orgasmo que Knox le dio, uno seguido del otro. Fueron múltiples cuando frotó su clítoris y mordió su hombro. Riley, cuando el temblor comenzó a subir por sus pies, recostó su frente en la cama y arqueó la espalda para que él llegara más profundo. Lo disfrutaba tanto, que sí vio los ángeles.
—Te quiero perversa, nena. Te quiero convertida en una diosa —gruñó Knox penetrándola con más dureza—. Te enseñaré cómo me gusta coger, y la forma en la que amo coger a mis sumisas.
Riley no supo lo que Knox hizo, pero cuando cambió sus movimientos, ella sintió que alcanzaría de nuevo un orgasmo, y después que lo probó, no quería que eso se detuviera.
—¡Más! ¡Más rápido! —le suplicó Riley—. ¡Oh mi Dios!
El sudor cubría sus cuerpos, el chapoteo sonaba mejor que una sonata de Beethoven y los dedos de Knox se resbalaban de la cintura de su esposa. Knox salió de ella, la giró y la sentó sobre sus piernas para que lo cabalgara. Riley se movió por instinto, con las manos en el pecho de Knox. Fue lento, y él no lo quería lento, así que sujetando la parte trasera del cuello de Riley, la elevó y bajó de forma salvaje. Riley llevó su mano hasta el cuello de Maddox y él se mordió el labio inferior cuando ella lo apretó. Sus ojos se encontraron a medida que Riley saltaba desesperada sobre él.
—Dime que no pare —gruñó Maddox penetrándola.
Riley lo miró a los ojos.
—No pares, no pares. —Echó la cabeza hacia atrás cuando él apretó sus muslos y la elevó y bajó más rápido—. ¡Por favor!
Knox volvió a girar y la arrojó de espaldas a la cama.
—No pararé hasta que no resistas más —gruñó Maddox.
Riley miró como Maddox atrapaba sus tobillos, cerraba sus piernas y volvía a penetrarla. Riley volvió a arquear la espalda. En esa posición Riley se sentía el doble de apretada, resbalosa, y podía contemplar su cuerpo por completo, así como podía taladrar su clítoris como tanto amaba hacerlo. La sensación, la lujuria, la perversión y el morbo que los envolvió esa noche, fue mejor de lo que Riley pensó que sería su primera vez con Knox. Knox era la clase de pervertido que no velaba solo por su satisfacción, sino que acababa cuando su sumisa estaba casi muerta. El cuerpo de Riley quedó marcado, mordido, arañado y adolorido, cuando caída la madrugada, se tendieron en la cama.
Las sábanas estaban en el suelo, al igual que las almohadas. Sus cuerpos eran un conjunto de fluidos corporales, y las sábanas estaban cubiertas por el semen de Knox y la humedad de Riley. Knox era un hombre que adoraba coger, pero eso que hizo con Riley, lo habría hecho en una orgía con dos o más mujeres. Que Riley lo soportase sin rechistar y sin desmayarse, era un reto cumplido. Knox la marcó como su esposa de una forma en la que Riley apenas podía imaginar compartir con alguien más.
—¿Se acabó? —preguntó ella mirando a un lado.
El cuerpo de Riley se encontraba boca abajo, con la cabeza de lado. Le dolían todas las extremidades y el cuero cabelludo. Knox miró su perfecto trasero y lo palmeó, haciéndola removerse.
—Es apenas el comienzo —aseguró Maddox.
Knox la arrastró por un brazo y la colocó sobre él. Riley era peso plumo, y él podía moverla con tanta facilidad, así como su pene endurecido se hundió en su v****a. Riley arrastró las uñas por el pecho de Knox y movió la cintura adelante y atrás, antes de que él le enseñara la forma en la que ambos alcanzarían el clímax. Fue una noche de bodas memorable, húmeda, excitante, repetible el resto de la jodida noche y que no hizo a Riley Cyrus arrepentirse de tener un maldito esposo perverso en su cama para siempre.