Riley, quien estaba desnuda sobre el asiento de cuero italiano, deslizó la mirada por las primeras líneas del contrato. Era bastante legible y sencillo de entender. Básicamente Knox la compraba como una más de sus mujeres con las que cogería, a excepción, que esa vez Riley era dueña de algo más que una noche a la semana con Knox. El contrato estipulaba que todo lo que fuese “ilegal” dentro del mismo, sería sentenciado con un castigo que solo Knox elegiría y al que Riley no tenía derecho de objetar. También especificaba la clase de vida s****l que llevarían, así como los juguetes, los intercambios e incluso los lugares que Knox frecuentaba a los que era invitada su nueva esposa a acompañarlo.
—¿Swinger? —preguntó Riley—. ¿Es en serio?
Knox no era un hombre celoso, jamás lo fue, y aunque Riley llevaba un jodido anillo que pesaba más que su dedo en su mano izquierda, él no la atraparía como una mosca. Quería que Riley explorara, se conociera y aprendiera que el libertinaje y el sexo no era un pecado. Disfrutar del buen sexo era beneficioso para el organismo, la mente por supuesto, y el corazón. Mientras no hubiera sentimientos encontrados, todo estaría perfecto.
—De ambas partes —dijo él elevando la copa de champaña—. No quiero una relación monógama, ni que te aburras de mí, por supuesto, el hombre que elijas, deberá ser filtrado por mí.
Riley dejó caer el contrato sobre la mesa que los separaba.
—Supongo que ese filtro no lo pasaría ninguno de tus hombres —replicó ella con el dedo bajo su mentón—. Eres demasiado vanidoso y orgulloso como para compartir a tu esposa.
Maddox miró el cuerpo desnudo de Riley y pensó que aunque esa regla no existiera, tampoco la compartiría con uno de sus hombres. Él tenía razón, él era demasiado orgulloso, prepotente y dictatorial, que la idea de que uno de sus hombres la cogiera, era propio de un asesinato sin indulgencia. A Maddox no le gustaba compartir con ellos a ninguna de sus sumisas, y menos a su esposa.
—Esa regla no tiene excepciones, nena. Sin importar lo mucho que te excites pensando en uno de mis hombres, están prohibidos.
Riley mantuvo su rostro inexpresivo. Ella sabía que los hombres de Maddox no lo defraudarían, ni por toda la tentación de Riley. De igual forma no le importaba. Con la probada que Maddox le dio, no creyó necesario compartir su cuerpo con nadie más. El problema era que Maddox la arrastraría a desearlo tanto como un ahogado desea respirar fuera del agua. Su cuerpo lo pediría inconsciente, así como se vería tentada a romper sus malditas reglas con más de uno de esos hombres prohibidos por Knox.
Riley miró los asientos abarcados por los enormes verdugos envueltos en trajes costosos. Los hombres de Knox jamás lo dejaban solo. Él estipuló que no quería contratiempos en su vida, y menos en su luna de miel. Lo que Maddox quería, lo tenía, y la protección solo era un medio para que todo estuviese en calma.
—¿Siempre estaré escoltada? —preguntó mirando a Ranger.
Ranger arrugó el entrecejo cuando ella lo miró por una décima de segundo. Riley deslizó la mirada de Ranger a Knox, quien enarcó levemente la ceja izquierda cuando ella miró a Ranger.
—No tengo enemigos, nena. No soy un mafioso, pero te quiero a salvo —dijo ronco—. No perderé tu cuerpo por imprudencias.
Riley desvió la mirada de Knox a Ranger. El hombre la miraba, pero cuando notó que Knox giró un centímetro el rostro hacia él, cambió su mirada a la ventanilla. Riley sonrió por dentro. Ese hombre tenía algo que la incendiaba. No sabía si era la dureza con la que la miraba, o cuando evitaba hacerlo. Lo vio endurecerse en el ascensor, así como desviar la mirada a su cuerpo desnudo cuando se quitó la lencería ante el sacerdote. Ranger la excitaba, y eso no podía negarse cuando apretó levemente los muslos antes de seguir con el contrato. Era una dama, no una mujerzuela.
Lo que realmente sucedía con Riley fueron todos esos años en los que se cohibió sentir, tocarse, explorar su sexualidad. Ser tan abierta y liberal con Knox, comenzaba a cambiar su forma de ver el mundo. Quitarse la ropa frente a diez hombres, era impensable una semana atrás, pero después de sentir la fría corriente del aire acondicionado en sus pezones, así como el toque de Maddox en público, quiso repetirlo. Amó sentirse deseada. La lujuria que corría por sus venas, fue algo que nunca antes experimentó. Y si Maddox hubiese elegido cogerla en frente de todos, lo habría disfrutado, todo por el morbo y el placer que le traía que la viesen.
Riley, con los muslos apretados y los pezones endurecidos ante la imagen de Maddox penetrándola ante los ojos de Ranger, continuó leyendo el contrato que comprendía cuatro hojas blancas.
—¿Aceptar todo lo que el amo quiera hacer? —preguntó ella elevando la mirada—. ¿Qué tan abierto es eso?
Knox tocó el borde de su copa y recostó la espalda en la butaca.
—Cuando digo todo, es todo. Sin rechistar.
Riley regresó al contrato. Estipulaba que todas las sumisas tenían permiso entre ellas. Si querían cogerse, era permitido, y eso involucraba a Riley. También estipulaba que una vez que Riley eligiera a su primer hombre, Knox debía estar presente para su primer encuentro s****l, así como debía comentarle cuando quería estar con él. Estipulaba las pruebas de sangre, así como el absoluto uso del preservativo con extraños y la aplicación de la inyección para evitar embarazo. Knox era un hombre que aborrecía el condón, por lo que sus sumisas debían inyectarse.
En los renglones más adelante estipulaba el lugar donde viviría, que no tenía permitido hablar con su familia sino después de un año de matrimonio, y que era obligatorio que lo acompañase en cada reunión social al que era invitado o patrocinado. Lo que realmente impactó a Riley, fue la cláusula que estipulaba el ingreso a una cuenta bancaria a su nombre que Maddox había abierto el día anterior para que tuviese su propio dinero.
—¿Acceso al fideicomiso de Knox Maddox? —preguntó Riley.
Knox era un hombre déspota, ególatra y narcisista, pero en su asquerosidad de personalidad infrahumana, se escondía un hombre que velaría por su esposa. Su padre siempre le inculcó que putas eran muchas, pero esposas eran pocas. Maddox no podía ser igual con ella. Riley era su esposa, y por ende, la persona a la que le mostraría que el dinero compraba el puto mundo.
—No todo es malo, nena —dijo llevando la copa a su boca—. También conozco las leyes que no son impuestas por mí.
A Riley le sorprendió que tuviese una pizca de decencia para tratarla como una dama, y no como una de sus putas, sin embargo, después de todas las cláusulas monetarias y de los fetiches que debía cumplir, se redactó lo que sucedería con el incumplimiento.
—Cualquier violación a este contrato es la muerte inmediata.
Riley relajó el entrecejo y solo lo miró. Esa cláusula era una sentencia de muerte. En palabras textuales, a Knox no le gustaba que sus sumisas quedasen caminando por allí después de conocer varios de sus secretos e incluso de estar en su cama más de una vez. Lo que era de Maddox, sería del puto Maddox hasta la muerte.
—No me gusta dejar cabos sueltos. Prefiero las limpiezas antes que la basura apeste —dijo Knox—. Es cuestión de ética.
—No creí que alguien como tú tendría ética —susurró ella.
Las palabras solo volaron de los labios de Riley. Se maldijo internamente por dejar salir lo que pensaba. Le quedó claro que Maddox era un hombre de cuidado, y que no le gustaba que las mujeres hablasen sin su permiso. Lo que hizo fue un error, pero como Maddox estaba de buen humor, solo la castigaría leve.
—Con cualquiera de las otras sumisas, te habría abofeteado hasta que el hilo de sangre cayera de tu mentón —dijo Knox apretando su puño y manteniéndole la mirada—. Odio que me cuestionen y me desobedezcan, pero eres tan hermosa, que odiaría arruinar tu rostro, así que te pediré que te coloques de pie.
Riley elevó el rostro que mantuvo bajo a medida que él hablaba. Cuando sus ojos se encontraron, Riley tragó grueso y se colocó de pie. El avión se mantenía tranquilo, el vuelo era cerca, así que su castigo no sería tan extenso como le habría gustado. Knox también se colocó de pie y ante ella, ese hombre era como un puto edificio.
—Camina —dijo—. Al fondo encontrarás una habitación.
Riley no asintió, ni pestañeó, ni dijo nada. Hizo lo que su amo demandó. Estaba levemente asustada por el comienzo de ese matrimonio. Sí era como ella lo imaginó. Riley caminó entre los asientos de los verdugos de Ranger y se tensó cuando cruzó junto a Ranger. El hombre miró su trasero rosado y la forma fina de su columna y cadera. Riley era una mujer delgada, con rasgos estilizados y un cabello extenso que alcanzaba el borde de su cintura. El cabello le cubría la espalda, pero el perfecto trasero que Ranger miró, fue tan provocativo, que su pene se endureció.
Riley abrió la puerta y Knox la cerró al colocarse detrás de ella. Riley sentía el cálido aliento de Knox en su cuello cuando le quitó el cabello de la espalda y lo colocó sobre su hombro izquierdo. Las manos de Knox fueron al trasero de Riley y ella soltó un suspiro ante el toque caliente de su amo. Sus manos eran grandes, sus dedos robustos y su aliento tan cálido, que su clítoris palpitó cuando él lamió su lóbulo y tiró de él con los dientes. Los dedos de Knox descendieron entre su trasero y alcanzó la entrada de su sexo. Riley apretó los dedos de los pies y echó la cabeza hacia atrás cuando Knox apretó su cuello con la mano libre. Knox no introdujo el dedo, solo jugó con ella hasta sentir como la humedad crecía y dos de sus dedos se resbalaban con facilidad.
Knox deslizó los dedos por su abertura, solo introduciendo la punta para que la lubricación no faltase. Al quitar la mano de su cuello, deslizó la palma abierta por su pecho hasta sus pezones. Riley movía instintivamente el trasero sobre la mano de Knox. Ella no sabía lo que hacía. Su cuerpo solo respondía al temblor y los nervios que corrían por sus extremidades con el toque de Knox. Knox miró los labios separados de Riley y los ojos cerrados. Su cuello tenía la marca de sus manos y sus pezones estaban endurecidos. Riley sentía como Knox exploraba su cuerpo virginal, a medida que ella pedía en gemidos que no se detuviera.
Knox arrastró sus labios carnosos por la mejilla de Riley y su barba de días raspó la piel de la chica. Era tan suave, tan dócil, que Riley sintió la dureza del pene de Knox en su trasero desnudo. Riley pensó que el momento de perder su virginidad llegaría pronto, y ese juego previo de Knox no hacía más que hacerla desear que la penetrara con tanta fuerza, que sus piernas temblaran. Riley lo quería todo, no solo la jodida punta del dedo.
—¿Ya me cogerás? —preguntó ella en un gemido.
Maddox volvió a alcanzar el cuello de Riley y lamió su mejilla con fuerza hasta llegar a su oreja. Con los dedos taladrando alrededor de su entrada, Riley sentía como su clítoris se hinchaba.
—Cierra la puta boca, nena —gruñó Knox—. Tu amo hablará.
Knox deslizó los dedos de su abertura de regreso entre su trasero hasta el coxis. Riley mantenía los ojos cerrados, con cada sensación recorriéndola igual que corrientes eléctricas.
—De espaldas a la cama —demandó Knox al empujarla por la espalda y que su cuerpo rebotara en la cama.
Maddox abrió sus piernas, elevó un poco su trasero y miró lo que sus dedos hicieron. Su clítoris brotaba de entre sus labios carnosos y la humedad resplandecía entre sus muslos. Riley se estremeció y apretó la sábana cuando Knox presionó su clítoris. Knox no necesitó salivar en ella. Riley lloraba excitación.
—Me fascina que tiembles cuando te toco —dijo al apretar su clítoris entre dos de sus dedos—. Me hace sentir poderoso.
Knox sacó de su bolsillo uno de los huevos que adoraba usar, y tras tirar del cabello de Riley para que elevara su torso, le ordenó abrir la boca para introducirlo en su boca. Riley sintió el plástico duro en su boca y Knox le ordenó humedecerlo. Riley deslizó la lengua por el huevo antes de que Maddox lo extrajera y volviera a enviar su torso a la cama. Maddox elevó el trasero de Riley para que su entrada estuviese ante sus ojos y usando su fuerza, introdujo el huevo de un tirón. Riley chilló cuando el huevo la rompió. Era pequeño comparado con el pene de Knox, pero la intrusión de forma agresiva, separó su piel y su vientre se estremeció. Riley cerró los ojos y apretó sus dientes.
Knox introdujo más el huevo y Riley tembló. Sus piernas se sentían de gelatina y su interior ardió. Knox frunció tan solo un segundo el entrecejo ante el dolor que le produjo a Riley. En ese instante supo lo que ella era, y sonrió levemente porque no solo le mintió, sino que resistió como la puta sumisa que sería. Maddox no la encuestó, ni se molestó por ello. Frotó su clítoris con fuerza para que se humedeciera aún más y el dolor cesara, antes de soltarla y extraer el control de su bolsillo para encenderlo.
Riley sintió la vibración constante que activó hasta sus pezones. Era una sensación extraña, era como el golpe de un rayo. Todo su interior vibraba por el huevo, y Riley solo quería moverse como si fuese un pene que la penetrase. Knox mantuvo su cuerpo apretado a la cama. Le impidió moverse y gracias a que el elegante huevo de Knox era acanalado, la forma en la que lograba que Riley gimiera solo con las vibraciones, mojó muchísimo sus muslos. Knox deslizó el dedo por el clítoris de Riley y palmeó su trasero.
—De pie —ordenó.
Riley no sabía si lograría caminar con la vibración entre sus muslos. Se sentía extraño tener algo dentro de ella, que aunque no era incómodo, se sentía diferente e increíblemente excitante. Knox la vio intentar colocarse de pie y batallar para que la vibración la dejara mantenerse en pie. Knox lo apagó solo para verla respirar aliviada, pero ansiosa porque la vibración continuara.
—Lo tendrás allí dentro hasta que aterricemos —dijo Knox.
Riley lo vio mantenerse a una distancia de ella. Riley, con la humedad chapoteando entre sus muslos, se encontró deseando que el hombre que era su esposo, la besara. Nadie jamás la había besado, y se sentía extraño que en la boda él no lo hiciera.
—¿No me besarás? —preguntó Riley con deseo.
Knox apretó la cintura de Riley y sus pechos impactaron.
—Los únicos labios que quiero besar, están entre tus muslos —dijo rozando sus labios con los suyos—. Silencio, nena. Cada vez que hables, aumentaré la velocidad hasta que me supliques coger.
Knox bajó la mirada a los labios deseosos de Riley y sonrió.
—Feliz luna de miel, nena.