Mateo me lleva a casa, espero que mis padres estén allí, pero cuando llegamos, su auto no estaba. Saltando de la camioneta, les envío un mensaje mental, esperando que no estén lejos o estén volviendo. —¿Dónde están, papás? —Comprando comida, ¿qué pasa, Calabacita? —pregunta papá. —Estoy en casa, vine a recoger algunas cosas, pero ustedes no están aquí. —Debes habernos perdido justamente cuando acabamos de salir; la ventana del baño está abierta. Deberías habernos dicho, habríamos esperado. —Está bien, entonces entraré a la fuerza —me río ante la idea. —De acuerdo, Calabacita —Me retuerzo por el apodo. —Papá, realmente no deberías dejar de llamarme Calabacita. —Pero ese es tu nombre. —No es mi nombre, papá. Mi nombre es Katya —le digo. —Pero para mí, siempre serás mi pequeña Calab