CAPÍTULO SIETE Darius estaba apoyado contra las barras de hierro, con las muñecas encadenadas a los tobillos con una larga y pesada cadena, con el cuerpo cubierto de heridas y rasguños y sentía como si pesara media tonelada. Mientras avanzaba, en el carruaje que daba botes en el irregular camino, él miraba hacia fuera y observaba el cielo desierto entre las barras, sintiéndose desolado. Su carruaje atravesaba un paisaje interminable y desértico, no había más que desolación hasta donde la vista alcanzaba. Parecía que el mundo había acabado. Su carruaje era sombrío, pero por las barras se colaban rayos de sol y él sentía que el agobiante calor del desierto se levantaba en oleadas, haciéndole sudar incluso a la sombra y aumentando su malestar. Pero a Darius no le importaba. Todo su cuerpo,