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Una Justa de Caballeros (Libro #16 El Anillo del Hechicero)

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“EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros aguerridos e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, engaño y traición. Lo entretendrá durante horas y satisfará a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género fantástico”.

-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre La Senda de los Héroes)

“(Una) entretenida fantsía épica”.

-Kirkus Reviews (sobre La Senda de los Héroes)

“Los inicios de algo extrordinario están aquí”.

-San Franciso Book Review (sobre La Senda de los Héroes)

En UNA JUSTA DE CABALLEROS, Thorgrin y sus hermanos siguen la pista de Guwayne en el mar, siguiéndolo hasta la Isla de la Luz. Pero cuando llegan a la devastada isla y al moribundo Ragon, puede que sea demasiado tarde.

A Darius lo llevan a la capital del Imperio, al circo más grande de todos. Lo entrena un misterioso hombre que está decidido a hacer de él un guerrero y a ayudarlo a sobrevivir a lo imposible. Pero el circo de la capital no es como nada que él haya visto y sus tremendos rivales pueden ser demasiado intensos para que incluso él los conquiste.

Gwendolyn entra en el corazón de las dinámicas de familia de la corte real de la Cresta, cuando el Rey y la Reina le piden un favor. En una misión para sacar a la luz secretos que pueden cambiar el mismo futuro de la Cresta y salvar a Thorgrin y a Guwayne, Gwen se sorprende por lo que descubre cuando indaga más profundamente.

Los vínculos entre Erec y Alistair se hacen más profundos cuando navegan río arriba, hacia el corazón del Imperio, decididos a encontrar Volusia y salvar a Gwendolyn –mientras Godfrey y su equipo siembran el caos dentro de Volusia, decididos a vengar a sus amigos. Y la misma Volusia aprende lo que significa gobernar el Imperio, cuando ve que su frágil capital está asediada por todos lados.

Con su sofisticada construcción del mundo y caracterización, UNA JUSTA DE CABALLEROS es un relato épico de amigos y amantes, de rivales y pretendientes, de caballeros y dragones, de intrigas y maquinaciones políticas, de crecimiento, de corazones rotos, de engaño, ambición y traición. Es un relato de honor y valentía, de sino y destino, de hechicería. Es una fantasía que nos trae un mundo que nunca olvidaremos y que agradará a todas las edades y géneros.

“Una animada fantasía …Es solo el comienzo de lo que promete se runa serie épica para adultos jóvenes”.

-Midwest Book Review (sobre La Senda de los Héroes)

“Una lectura rápida y fácil… tendrás que leer lo que pasa a continuación y no querrás dejarlo”.

-FantasyOnline.net (sobre La Senda de los Héroes)

“Llena de acción… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante”.

-Publishers Weekly (sobre La Senda de los Héroes)

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CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO UNO Thorgrin estaba en la proa del elegante barco, agarrado a la barandilla, con el pelo hacia atrás por el viento mientras miraba fijamente al horizonte con un presentimiento cada vez más profundo. Su barco, que habían tomado de los piratas, navegaba tan rápido como el viento podía llevarlo, Elden, O’Connor, Matus, Reece, Indra y Selese manejaban las velas, Angel estaba a su lado y Thor, por más ganas que tuviera, sabía que no podía ir más rápido. Sin embargo, él deseaba que así fuera. Después de todo este tiempo, finalmente sabía con seguridad que Guwayne estaba allí delante, justo después del horizonte, en la Isla de la Luz. Y con la misma certeza, sentía que Guwayne estaba en peligro. Thor no comprendía cómo podía ser así. Al fin y al cabo, cuando los había dejado, Guwayne estaba a salvo en la Isla de la Luz, bajo la protección de Ragon, un hechicero tan poderoso como su hermano. Argon era el hechicero más poderoso que Thorgrin había conocido jamás –incluso había protegido el Anillo entero- y Thor no sabía cómo Guwayne podía sufrir algún daño mientras estuviera bajo la protección de Ragon. A no ser que hubiera algún poder por allí del que Thorgrin nunca hubiera oído hablar, el poder de un oscuro hechicero que podía igualar incluso al de Ragon. ¿Podría ser que existiera algún reino, alguna fuerza oscura, algún hechicero malvado del que él no supiera nada? Pero, ¿por qué iban a por su hijo? Thor pensaba en el día en que se había ido de la Isla de la Luz a toda prisa, bajo el hechizo de su sueño, tan resuelto a marchar de aquel sitio al romper el alba. Echando la vista hacia atrás, Thor se dio cuenta de que alguna fuerza oscura lo había engañado intentando atraerlo lejos de su hijo. Solo gracias a Lycoples, que todavía estaba volando en círculos por su barco, chillando, desapareciendo en el horizonte y volviendo de nuevo, había vuelto a la Isla y estaba finalmente en la dirección correcta. Thor se dio cuenta de que las señales habían estado delante suyo todo el tiempo. ¿Cómo las había ignorado? ¿Qué oscura fuerza lo había llevado por el mal camino, para empezar? Thor recordaba el precio que había tenido que pagar: los demonios liberados del infierno, la maldición del señor oscuro según la cual cada uno significaría una maldición en su cabeza. Sabía que le esperaban más maldiciones, más pruebas y tenía la certeza de que esta era una de ellas. Se preguntaba qué otras pruebas le esperaban. ¿Recuperaría alguna vez a su hijo? “No te preocupes”, dijo una dulce voz. Thor se dio la vuelta y vio a Angel tirándole de la camisa. “Todo irá bien”, añadió con una sonrisa. Thor le sonrió y le puso una mano sobre la cabeza, apaciguado por su presencia, como siempre. Había llegado a querer a Angel tanto como lo haría con una hija, la hija que nunca tuvo. Le tranquilizaba su presencia. “Y si no es así”, añadió con una sonrisa, ¡yo cuidaré de ellos!” Levantó con orgullo el pequeño arco que O’Connor le había tallado y le enseñó a Thor cómo sabía echar hacia atrás la flecha. Thor sonreía divertido, mientras ella levantaba el arco hacia su pecho, colocaba temblorosa una pequeña flecha de madera en ella y empezaba a echar la cuerda hacia atrás. Soltó el arco y su pequeña flecha de madera salió volando, temblorosa, por encima de la borda y hacia el océano. “¿¡Maté algún pez!?” preguntó emocionada mientras corría hacia la barandilla y echaba contenta un vistazo. Thor estaba allí, mirando hacia las espumosas aguas del mar y no estaba seguro. Pero igualmente sonrió. “Estoy segura de que lo hiciste”, dijo para reconfortarla. “Quizás incluso un tiburón”. Thor escuchó un chillido a lo lejos y se puso de nuevo en guardia. Todo su cuerpo se paralizó mientras agarraba la empuñadura de su espada y miraba hacia el agua, examinando el horizonte. Las gruesas nubes grises lentamente desaparecieron y, al hacerlo, dejaron al descubierto un horizonte que hizo que el corazón de Thor se desplomara: en la distancia, unas negras columnas de humo se levantaban hacia el cielo. Al despejarse más nubes, Thor vio que salían de una isla lejana -no una simple isla, sino una isla con empinados acantilados, que se alzaban hacia el cielo, con una amplia explanada en la cima. Una isla que no podía confundir con otra. La Isla de la Luz. Thor sintió un dolor en el pecho al ver el cielo n***o lleno de malvadas criaturas, parecidas a las gárgolas gárgolas, rodeando lo que quedaba de la isla, como buitres, sus gritos llenando el aire. Había un ejército de ellos y, bajo ellos, la isla entera estaba en llamas. No quedaba ni un solo rincón intacto. “¡MÁS RÁPIDO!” gritó Thor contra el viento, sabiendo que era inútil. No se había sentido más desamparado en su vida. Pero no podía hacer nada más. Observaba las llamas, el humo, los monstruos que se marchaban, escuchaba a Lycoples chillando por allá arriba y supo que era demasiado tarde. Nada podía haber sobrevivido. Todo lo que quedaba en la isla –Ragon, Guwayne, absolutamente todo –seguramente, sin duda alguna, estaría muerto. “¡NO!” gritó Thorgrin, maldiciendo a los cielos, la espuma del mar le golpeaba en la cara mientras lo llevaba, demasiado tarde, hacia la isla de la muerte.

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