CAPÍTULO TRECE Darius despertó de forma brusca, al golpearse la cabeza con las barras de hierro del carruaje cuando este llegó a un punto muerto. Apenas le dio tiempo de entender lo que estaba pasando cuando se oyeron las llaves en la cerradura, la puerta de hierro se abrió y varias manos ásperas lo agarraron por el pecho y lo estiraron hacia la dura luz del día. Al caer, fue a parar al duro suelo, levantando el polvo a su alrededor, entrecerrando los ojos por el sol mientras levantaba sus manos en alto. Con los tobillos y las muñecas encadenadas, no podía resistirse aunque quisiera. El capataz del Imperio lo sabía y, aún así, puso su bota en el cuello de Darius, disfrutando del daño que le hacía. Darius apenas podía respiarar, sentía como si le hubieran destrozado la tráquea. Más mano