CAPÍTULO TRES

1014 Words
CAPÍTULO TRES A Luanda le temblaban las manos mientras caminaba paso a paso a través del amplio cruce fronterizo del Cañón. Con cada paso que daba sentía que su vida llegaba a su fin, sentía que abandonaba un mundo y entraba en otro. Pero a unos pasos de alcanzar el otro lado, sintió como si estos fueran sus últimos pasos en la tierra. Parado a pocos metros de distancia estaba Rómulo y, detrás de él, sus millones de soldados del Imperio. Dando vueltas en círculo por lo alto con un chirrido sobrenatural, volaban montones de dragones, las criaturas más feroces que Luanda había visto, azotando sus alas contra el muro invisible que era el Escudo. Luanda sabía que con solo dar unos cuantos pasos más, con salir del Anillo, el Escudo se desactivaría para siempre. Luanda observaba el destino que estaba esperando ante ella, la muerte segura a la que se enfrentaba a manos de Rómulo y sus hombres salvajes. Pero esta vez, ya no le importaba. Todo lo que amaba ya se lo habían quitado. Su marido, Bronson, el hombre al que más amaba en el mundo, había sido asesinado y todo había sido culpa de Gwendolyn. Ella culpaba a Gwendolyn de todo. Ahora, finalmente, era el momento de la venganza. Luanda se detuvo a unos treinta centímetros de distancia de Rómulo, mirándose ambos a los ojos, mirándose fijamente el uno al otro sobre la línea invisible. Era un hombre grotesco, dos veces más ancho que cualquier hombre, puro músculo; había tanto músculo en sus hombros que su cuello desaparecía. Su rostro era todo mandíbula, con unos grandes ojos negros, como canicas, y su cabeza era demasiado grande para su cuerpo. Él la miraba como un dragón mira a su presa, y ella no tenía ninguna duda de que la haría pedazos. Se miraron fijamente el uno al otro en el grueso silencio, y a él se le dibujó una sonrisa cruel, junto con una mirada de sorpresa. —Nunca pensé que volvería a verte —dijo él. Su voz era profunda y gutural, hacía eco en este horrible lugar. Luanda cerró los ojos y trató de hacer que Rómulo desapareciera. Trató de hacer que su vida desapareciera. Pero cuando abrió los ojos, él todavía estaba allí. —Mi hermana me ha traicionado —respondió en voz baja—. Y ahora es el momento de que yo la traicione. Luanda cerró los ojos y dio un paso final fuera del puente, al otro extremo del Cañón. Al hacerlo, se oyó un estruendoso ruido seseante detrás de ella; se levantó un remolino de niebla en el aire desde el fondo del Cañón, como una gran ola que se elevaba y de repente volvía a caer otra vez. Hubo un sonido, como si se agrietara la tierra, y Luanda supo con certeza que el Escudo se había desactivado. Que ahora no quedaba nada entre el ejército de Rómulo y el Anillo. Y que el Escudo se había roto para siempre. Rómulo la miró, mientras Luanda se quedaba valientemente de pie a treinta centímetros de distancia, frente a él, inquebrantable, mirándolo de manera desafiante. Sintió miedo pero no lo demostró. Ella no quería darle esa satisfacción a Rómulo. Ella quería que él la matara mientras lo miraba a la cara. Al menos eso le daría algo. Solo quería que él acabara con esto. En cambio, la sonrisa de Rómulo se hizo más amplia y continuó mirándola directamente, en vez de mirar al puente como ella esperaba que lo hiciera. —Ya tienes lo que quieres —dijo ella, desconcertada—. El Escudo está desactivado. El Anillo es tuyo. ¿No vas a matarme ahora? Él negó con la cabeza. —No eres lo que esperaba —dijo él finalmente, analizándola—. Podría dejarte vivir. Quizás incluso te podría hacer mi esposa. Luanda sintió arcadas de solo pensarlo; esta no era la reacción que quería. Ella se inclinó hacia atrás y le escupió en la cara, con la esperanza de que eso hiciera que la matara. Rómulo levantó el brazo y le pegó en la cara con el dorso de la mano, y Luanda se preparó para el golpe que estaba por venir, esperando que la golpeara como antes, que le rompiera la mandíbula —que hiciera cualquier cosa menos ser amable con ella. En cambio, él dio un paso al frente, le cogió el pelo por detrás, la atrajo hacia él y la besó con fuerza. Ella sintió sus labios, grotescos, agrietados, llenos de músculos, como una serpiente, mientras él la apretaba hacia él con más y más fuerza, tanta, que ella apenas podía respirar. Finalmente, él se alejó y, al hacerlo, le dio una bofetada y la golpeó con tanta fuerza que la piel le dolió. Ella lo miró horrorizada, llena de asco, sin entenderlo. —Encadenadla y mantenedla cerca de mí —ordenó. Apenas había terminado de pronunciar las palabras, cuando sus hombres dieron un paso adelante y le ataron los brazos detrás de la espalda. Los ojos de Rómulo se abrieron como platos con deleite, mientras daba un paso adelante frente a sus hombres y, preparándose, dio el primer paso hacia el puente. No había un Escudo que lo detuviera. Ahí estaba sano y salvo. Rómulo sonrió ampliamente, luego se echó a reír, extendiendo ampliamente sus brazos musculosos mientras echaba hacia atrás la cabeza. Rio con fuerza, triunfante; el sonido se hizo eco a lo largo del Cañón. —Es mío —dijo él con gran estruendo—. ¡Todo mío! Su voz se hizo eco, una y otra vez. —Hombres —añadió él—. ¡Invadid! Sus tropas de pronto corrieron alejándose de él, soltando un gran grito de ovación que se encontró en lo alto con el ruido de los dragones que agitaban sus alas y volaban elevándose por encima del Cañón. Entraron en el remolino de niebla, chirriando, con un gran ruido que se elevó hasta los cielos, que hizo saber al mundo que el Anillo nunca volvería a ser el mismo otra vez.
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