CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO UNO
Reece estaba parado, la daga que tenía en la mano estaba atravesada en el pecho de Tirus, congelado en un momento de conmoción Su mundo entero giraba en cámara lenta, todo era borroso. Acababa de matar a su peor enemigo, el hombre responsable de la muerte de Selese. Por ello, Reece sentía una enorme sensación de satisfacción, de venganza. Finalmente, un gran mal se había resuelto.
Pero al mismo tiempo, Reece se sentía insensible al mundo, tenía la extraña sensación de prepararse para recibir a la muerte, para el deceso que seguramente seguiría. La habitación estaba llena de los hombres de Tirus, quienes estaban allí parados, también paralizados por la conmoción, presenciando todos el evento. Reece se preparó para la muerte. Sin embargo, no se arrepentía. Se sentía agradecido por haber tenido la oportunidad de matar a este hombre, quien se atrevió a pensar que Reece le ofrecería una disculpa.
Reece sabía que la muerte era inevitable; estaba minoría en esta habitación, y las únicas personas en esta gran sala que estaban a su lado eran Matus y Srog. Srog, herido, estaba atado con cuerdas, preso, y Matus estaba al lado de él, bajo la atenta mirada de los soldados. Serían de poca ayuda contra este ejército de hombres de las Islas Superiores leales a Tirus.
Pero antes de que muriera, Reece quería completar su venganza y matar a tantos hombres de estas Islas Superiores como pudiera.
Tirus cayó a los pies de Reece, muerto, y Reece no vaciló: extrajo su daga e inmediatamente se dio la vuelta y cortó la garganta del general de Tirus, que estaba junto a él; con el mismo movimiento, Reece dio un giro rápido y apuñaló a otro general en el corazón.
Cuando todos los que estaban atónitos en la sala comenzaron a reaccionar, Reece se movió rápidamente. Sacó dos espadas de las fundas de los dos hombres moribundos y fue a a****r al grupo de soldados que estaban frente a él. Mató a cuatro antes de que tuvieran oportunidad de reaccionar.
Cientos de guerreros finalmente entraron en acción, echándose sobre Reece de todos los lados posibles. Reece reunió toda su formación en la Legión, todas las veces que lo habían obligado a luchar contra grupos de hombres y, cuando lo cercaron, levantó su espada con ambas manos. Él no se sentía abrumado por la armadura, como los otros hombres, o por un cinturón lleno de armas, o por un escudo; era más ligero y más rápido que todos ellos y estaba furioso y arrinconado y luchando por su vida.
Reece luchaba valientemente, más rápido que todos ellos, recordando esos tiempos en que había peleado contra Thor, el más grande guerrero con el que había luchado en la vida, recordando cuántas de sus habilidades había mejorado. Derribó hombre tras hombre, blandiendo su espada contra muchos otros, las chispas volaban mientras luchaba en todas direcciones. Giró y giró hasta que le pesaron los brazos, derribando a varios hombres antes de que pudieran parpadear.
Pero llegaron más y más hombres. Eran demasiados. Por cada seis que caían, una docena más aparecía, y la muchedumbre creció mientras se unían y lo presionaban desde todos lados. Reece respiraba con dificultad cuando sintió el corte de una espada en el brazo y gritó, le salía sangre del bíceps. Giró y apuñaló al hombre en las costillas, pero el daño ya estaba hecho. Ahora estaba herido, y todavía más hombres aparecieron de todos lados. Sabía que había llegado su momento.
Se dio cuenta, agradecido, de que por lo menos, podría morir en un acto de valor.
—¡REECE!
De repente se oyó un grito en el aire, era una voz que Reece reconoció inmediatamente.
Era una voz de mujer.
El cuerpo de Reece se paralizó cuando se dio cuenta de quién era esa voz. Era la voz de la única mujer que quedaba en el mundo que podría llamar su atención, incluso en medio de esta gran batalla, aun en el momento en que estaba muriendo:
Stara.
Reece miró hacia arriba y la vio en lo alto de las gradas de madera que estaban alineadas a los costados del salón. Ella estaba muy por encima de la multitud, con su expresión feroz, se le marcaban las venas de la garganta mientras le gritaba. Él vio que ella sostenía un arco y una flecha, y observaba cómo apuntaba a lo alto, a un objeto en la habitación.
Reece siguió la mirada de ella y se dio cuenta a qué estaba apuntando: a una cuerda gruesa, de quince metros de largo, anclando una inmensa araña de metal de nueve metros de diámetro, que colgaba en un gancho de hierro hacia el suelo de piedra. La lámpara era tan gruesa como el tronco de un árbol y sostenía varios cientos de velas llameantes.
Reece lo entendió: Stara quería tirar la cuerda. Si lograba atinarle, haría caer la araña estrepitosamente —y aplastaría a la mitad de los hombres en ese salón. Y cuando Reece miró hacia arriba, se dio cuenta de que él estaba justo debajo de la araña.
Ella le estaba advirtiendo que se moviera.
El corazón de Reece se aceleró lleno de pánico cuando dio una vuelta, bajó su espada y fue a la carga hacia el grupo de atacantes, apresurándose a salir antes de que la araña cayera. Dio patadas, codazos y cabezazos a los soldados para quitarlos del camino mientras atravesaba el grupo. Reece recordó de su niñez la gran tiradora que era Stara —superando siempre a los chicos— y sabía que su tiro sería perfecto. Aunque corría dando la espalda a los hombres que lo perseguían, confiaba en ella, pues sabía que atinaría.
Un momento después, Reece oyó el sonido de una flecha surcando el aire, una gran cuerda que se rompía, luego un enorme pedazo de hierro liberándose, cayendo en picado a través del aire, a toda velocidad. Se oyó un ruido tremendo, todo el salón tembló, la vibración hizo caer a Reece. Reece sintió viento en su espalda, el candelabro estuvo a punto de caerle a unos pocos centímetros cuando cayó en la piedra sobre sus manos y rodillas.
Reece oyó los gritos de los hombres, miró sobre su hombro y vio el daño que Stara había ocasionado: montones de hombres estaban en el suelo, aplastados por el candelabro, había sangre por todos lados, gritaban sujetos a sus muertes. Ella le había salvado la vida.
Reece logró ponerse de pie, buscó a Stara, y vio que ahora ella estaba en peligro. Varios hombres se acercaban a ella, y mientras apuntaba con su arco y flecha, sabía que solo tenía algunos tiros para lanzar.
Ella giró y miró nerviosamente a la puerta, pensando evidentemente que podrían escapar por ahí. Pero cuando Reece siguió su mirada, su corazón se detuvo cuando vio a varios de los hombres de Tirus corriendo hacia delante para bloquearla, cerrando las dos enormes puertas dobles con una gruesa viga de madera.
Estaban atrapados, todas las salidas estaban bloqueadas. Reece sabía que morirían ahí.
Reece vio a Stara mirando alrededor del salón, frenética, hasta que su mirada se posó en las gradas de madera que estaban en la pared posterior.
Ella hizo un gesto a Reece mientras corría hacia allí, y él no tenía ni idea de qué era lo que tenía en mente. No veía una salida. Pero ella conocía este castillo mejor que él, y tal vez tenía una ruta de escape en mente que él no veía.
Reece se dio la vuelta y corrió, luchando por abrirse camino entre los hombres, mientras estos empezaban a reagruparse y a atacarlo. Mientras corría entre la multitud luchó lo menos posible; trataba de no participar demasiado, más bien trataba de cortar camino a través de los hombres y abrirse paso para ir a la esquina que estaba al otro lado de la habitación.
Mientras corría, Reece vio a Srog y a Matus, decidido a ayudarlos también, y se sorprendió gratamente al ver que Matus les había quitado las espadas a sus captores y los había apuñalado a ambos; vio cómo Matus cortaba rápidamente las cuerdas de Srog, lo liberaba y este tomaba una espada y mataba a varios soldados que se acercaron.
—¡Matus! —gritó Reece.
Matus se volvió y lo miró, vio a Stara en la pared que estaba al otro lado y vio hacia dónde estaba corriendo Reece. Matus tiró de Srog, se dieron la vuelta y también corrieron hacia él; ahora todos iban hacia la misma dirección.
Mientras Reece luchaba por abrirse paso por la habitación, esta comenzó a abrirse. No había tantos soldados aquí, en esta esquina al otro lado del salón, lejos de la esquina opuesta, de la salida cerrada con barrotes donde todos los soldados convergían. Reece esperaba que Stara supiera lo que estaba haciendo.
Stara corrió hacia las gradas de madera, subía más y más filas saltando, dando patadas a los hombres en la cara cuando se acercaban para cogerla. Mientras Reece la observaba, tratando de alcanzarla, no sabía exactamente hacia dónde iba o cuál sería su plan.
Reece llegó a la esquina del otro lado y saltó hacia las gradas, hacia la primera fila de madera, después a la siguiente, luego a la otra, saltando más y más alto hasta que estuvo a tres metros por encima de la multitud, en la banca más lejana y más alta de la pared. Se reunió con Stara, y se encontraron en la pared del otro lado con Matus y Srog. Tenían una buena ventaja sobre los otros soldados, excepto por uno: este corrió hacia Stara desde atrás, y Reece se lanzó hacia delante y lo apuñaló en el corazón, antes de que él sacara una daga para lanzarla a la espalda de Stara.
Stara levantó su arco y se dio la vuelta hacia dos soldados que se lanzaban hacia la espalda expuesta de Reece, con las espadas desenvainadas, y los derribó a los dos.
Los cuatro se quedaron quietos, con las espaldas contra la pared en el otro extremo del salón, en las gradas más altas, y Reece vio un centenar de hombres que corrían a través del salón y se acercaban hacia ellos. Ahora estaban atrapados en esta esquina, sin tener ningún lugar a dónde ir.
Reece no entendía por qué Stara los había llevado a todos allí. No viendo posibilidades de escapar, estaba seguro de que pronto todos estarían muertos.
—¿Cuál es tu plan? —le gritó a ella mientras estaban uno al lado del otro, luchando contra los hombres—. ¡No hay escapatoria!
—Mira hacia arriba —respondió ella.
Reece estiró el cuello y vio por encima de ellos otra araña de hierro, con una cuerda larga hasta el suelo, justo al lado de él.
Reece frunció el ceño, confundido.
—No entiendo —dijo él.
—La cuerda —dijo ella—. Agarradla. Todos vosotros. Y sujetaos con todas vuestras fuerzas.
Hicieron lo que ella indicó, todos agarraron la cuerda con ambas manos y se sujetaron fuertemente. De repente, Reece se dio cuenta de lo que Stara iba a hacer.
—¿Estás segura de que esta es una buena idea? —gritó él.
Pero ya era demasiado tarde.
Mientras un montón de soldados se acercaba a ellos, Stara cogió la espada de Reece, saltó a sus brazos y cortó la cuerda que estaba junto a ellos, la que sostenía el candelabro.
Reece sintió que su estómago se desplomaba cuando los cuatro, repentinamente, agarraron la cuerda, se sujetaron unos a otros y salieron disparados en el aire a una velocidad vertiginosa, sujetándose con todas sus fuerzas, mientras la araña de hierro caía en picado. Aplastó a los hombres que estaban debajo de ellos e impulsó a los cuatro hacia arriba, mientras se balanceaban en la cuerda.
La cuerda finalmente se detuvo, y los cuatro se quedaron ahí colgando, moviéndose en el aire, a unos quince metros arriba en el salón.
Reece miró hacia abajo, sudando, casi perdiendo la sujeción.
—¡Allí! —gritó Stara.
Reece se dio la vuelta y vio al enorme vitral que estaba ante ellos, y se dio cuenta de cuál era el plan de ella. La gruesa cuerda le cortaba las manos a Reece, y empezó a deslizarse debido al sudor. No sabía cuánto tiempo podía aguantar.
—¡Estoy perdiendo mi sujeción! —Srog gritó, haciendo todo lo que podía para sujetarse, a pesar de sus lesiones.
—¡Necesitamos balancearnos! —gritó Stara—. ¡Necesitamos impulsarnos! ¡Dad una patada a la pared!
Reece la siguió: se inclinó hacia delante con su bota contra la pared y juntos se empujaron con la pared y la cuerda se movió cada vez más y más violentamente. Se impulsaron una y otra vez hasta que con una patada final, se balancearon hacia atrás, como un péndulo y luego todos, gritando, se prepararon mientras se balanceaban hacia el enorme vitral.
El vitral estalló y cayó en pedazos alrededor de ellos, los cuatro se soltaron y cayeron en la amplia plataforma de piedra, en la base de la ventana.
Estando allí parado, quince metros por encima de la habitación, llegó una ráfaga de aire, Reece miró hacia abajo y en un lado veía el interior del salón con cientos de soldados mirando hacia ellos, preguntándose cómo seguirlos; en el otro lado veía fuera de la fortaleza. Afuera llovía a cántaros, el viento azotaba, la lluvia era cegadora, y había una caída de unos nueve metros, sin duda era suficiente para romperse una pierna. Pero Reece vio que, por lo menos, había varios arbustos altos abajo, y también que el suelo estaba mojado y blando por el lodo. Sería una caída larga y dura; pero quizás esto lo amortiguaría bastante.
De repente, Reece gritó cuando sintió el metal perforando su carne. Bajó la mirada, se agarró el brazo y se dio cuenta de que una flecha acababa de rozarle, sacándole sangre. Era una herida leve, pero le dolía.
Reece se dio la vuelta, miró sobre su hombro y vio a montones de los hombres de Tirus con sus arcos apuntándole y disparando, las flechas volaban cerca de ellos ahora desde todas direcciones.
Reece sabía que no había tiempo. Vio a Stara junto a él y a Matus y Srog por el otro lado, todos ellos con los ojos bien abiertos por el miedo ante la caída que estaba frente a ellos. Él agarró la mano de Stara, sabiendo que era ahora o nunca.
Sin decir palabra, sabiendo todos lo que debía hacerse, saltaron juntos. Gritaron mientras descendían por el aire en la lluvia cegadora y el viento, agitando brazos y piernas mientras caían y Reece no pudo evitar preguntarse si había saltado de una muerte segura a otra.