Un idiota muy molesto

1175 Words
Fácilmente se olvidó del asunto de Alex y todo el alboroto que había causado el joven durante las clases, porque Elena tenía esa habilidad para olvidarse de las cosas con menos importancia, y se postró frente a su escritorio con un cuaderno abierto, con un libro de geografía económica al lado, y con un lápiz en la mano. Era momento de comenzar sus deberes. Había algo que martillaba su mente, algo que no la dejaba concentrarse con el análisis del texto. Algo que comenzaba a darle dolor de cabeza. Gritando con desesperación, Elena soltó el lápiz y se masajeó las sienes, mientras intentaba averiguar el causante de tal tormento. Música. Había música ruidosa decorando el silencio de su habitación. Inmediatamente pensó en sus vecinos. "Oh, esos vecinos bastardos". Se asomó por el balcón dirigiendo su vista al del vecino, encontrándose ciertamente que había una fiesta, específicamente en esa habitación. Podía escuchar la música a todo volumen, haciendo que las ventanas vibraran, y también podía distinguir voces de adolescentes desenfrenados que montaban sus fiestas a mitad de semana. — ¡Oye! — gritó Elena en un vano intento de ser escuchada. — ¡Oye! — buscó algo con lo que podría llamar la atención, y no tuvo de otra más que lanzar un frasco de plástico que golpeara contra el vidrio. Segundos después, su intento tuvo éxito. Salió el mismo muchacho rubio que se había encontrado en ocasiones anteriores. Vestía una camisa blanca de mangas largas, que en ese momento estaba manchada de posible comida y del licor que tomaba, al mismo tiempo en que estaba desabotonada. — Oh, chiquilla. — Baja el volumen. — ¿Qué? — fingió no escucharla. — ¡Baja el volumen! — ¿Ah? — ¡Baja el maldito volumen o termina tu estúpida fiesta! Es un miércoles a las ocho de la noche, ¿quién demonios hace una fiesta un día de semana? Aparte, tienes todo un bendito apartamento pero, ¿sólo se te ocurre hacerla en tu habitación? Que casualmente, queda al lado de la mía. Entonces, el rubio sonrió. — ¿Al lado de la tuya? — preguntó con picardía. — ¡Sí! ¡Y no me dejas estudiar — vociferó ella! — Soy Vincent — ignoró por completo el enfado de la muchacha. — ¿Y tú? — ¡Baja el volumen! — se dio vuelta y cerró con brusquedad el vidrio de su balcón. No le importaba cómo se llamaba el chico, lo único que le veía con importancia en esa noche era la tranquilidad, sin embargo parecía que no la iba a tener, así que vencida por el tormento tomó sus cosas y se dirigió hasta la sala, donde aún escuchaba la música de mal gusto, pero era más tranquilo que escuchar: “¡Todas las chicas desnúdense!” Y así, siguió la fiesta hasta la madrugada. Elena sólo podía pensar en su malhumor, en cómo daba vueltas y vueltas sobre su cama sin poder dormir. Toc. Toc. Escuchó un ruido en su vidrio, y con el típico susto que podría tener cualquiera a las dos de la mañana, se levantó con cuidado de la cama. Prendió las luces, y miró detenidamente el balcón, había alguien. Un ladrón, sí. Es un ladrón. Ese estúpido joven debió traerlo. — ¿Estás ahí? — preguntaron desde el otro lado. — ¿Eres un ladrón? — Tuvo la educación al menos de saber quién era. — Soy yo, Vincent. Corrió apresuradamente a abrir la ventana, porque después de todo, estaban desde el quinto piso y aunque los balcones no quedaban muy alejados del otro. Elena no podía imaginarse cómo el chico había tocado el vidrio. — ¡¿No tienes cordura?! — preguntó exaltada, cuando detalló que el chico tenía un pie sobre la orilla de su balcón, y el otro sobre el de Elena, apoyándose en la pared que los separaba. — Supuse que no dejabas de pensar en mí, por lo que vine a visitarte. — ¡Lárgate! — espetó ella con sequedad. — Qué grosera. Me llamas ladrón, ¿y ahora me echas así como así? — hizo una pausa, para sonreír juguetonamente. — Bueno, puedes llamarme como el ladrón que robará tu corazón. — Qué cliché, patético — bufó Elena. — ¿Cliché? ¿Lo dice la chica que lee poesía clásica? ¿Patético? ¿Lo dice la chica que se dejó besar? Había olvidado el asunto del beso, como era de costumbre en ella olvidar los detalles insignificantes; pero Vincent inmediatamente reveló lo que había sucedido, por lo que una furia se apoderó de Elena. — Vete ya. — ¿Qué? No me digas que fue tu primer beso — rió Vincent. — Déjame dormir. — ¿Te gustó? Porque a mí sí. Pero la conversación no duraría por mucho, mientras Elena intentaba sacar el pie del chico que tocaba su territorio, haciendo perder el equilibrio de Vincent y obligándolo a saltar nuevamente a su alcoba. Y nuevamente cerró la ventana, dejando con aquella sonrisita a su vecino. … Ese día era distinto a los demás, porque su instituto prefería darle mayor importancia a los eventos deportivos que a los de arte o ferias de libros, según así lo pensaba Elena. Por lo que, tratando de encontrar un espacio alejado de la multitud de estudiantes entusiasmados gritando y cantando, Ela se encontró con Alex, quien realmente la estaba buscando. — E-Elena — saludó él con cierta timidez. Estaba en su atuendo deportivo, puesto que iba a jugar futbol contra la escuela que los visitaba para ser sus oponentes. — Hoy somos novios, ¿no? — ¿H-hoy? — enrojeció. — Nunca dijimos el día, que recuerde. — ¡Cierto! ¡Lo siento! — entró en pánico, porque no quería hacerla sentir incómoda. — Entonces… — hubo silencio entre los dos, y soltaron unas cuantas risas nerviosas. "No puedo decir que nunca saldremos, porque seguirá fastidiándome, además ya acepté tal propuesta, sería deshonrado de mi parte retractarme", se mordió un labio, pensativa. — ¡Alex! ¡Ya están llegando! — anunció algún compañero del equipo. — Me tengo que ir — quiso acercarse para brindarle un abrazo de despedida, pero por la mirada de Elena, podía suponer que ella no quería nada de contacto físico. — ¿Me verás jugar? "Ya que no me dejan quedarme en el salón, ¿qué otra opción me queda?" Sólo asintió con la cabeza, para satisfacer la pregunta de Alex. Con aquello, se separaron en el camino. Él se reunió con sus compañeros de equipo, y Elena buscó asiento disponible en las últimas gradas para estar alejada de las chicas escandalosas que sin duda, estarían gritando por lo espectacular que se veía Alex jugando. Entonces, los jugadores de la otra escuela comenzaron a llegar al patio, observando con curiosidad al lugar donde jugarían, hasta que el capitán del equipo visitante se acercó al capitán del instituto, y se saludaron con fraternidad. Y desde la lejanía donde estaba sentada Elena, pudo distinguir cómo Vincent estrechaba la mano con Alex.
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