Beso inesperado

959 Words
Ya estaba cerca de su casa, y a mitad del recorrido se había detenido de correr. No podía pensar en más nada que no fuera de su estúpida huida, de cómo había quedado frente a su amor platónico. "Ya es muy tarde", pensó, agarrando con fuerza su mochila. ¿Por qué se había marchado de esa manera? Porque había entrado en pánico. La sencilla idea de que estaría después de clases compartiendo horas junto a Jessie, hacía explotar su corazón. Por supuesto que ese era su mayor deseo, pero no sabía cómo lidiarlo. ¿Qué pasaría si tan sólo hacía el ridículo frente a él? Y estaba segura que ese día había sido el comienzo. Había llegado por fin a su apartamento, y sacando las llaves de su mochila mojada, escuchó el alboroto que provenía del apartamento de al lado. Malditos vecinos. Unos días apenas recién mudados y no dejaban de hacer escándalos. —Elena — llamó su madre cuando la vio totalmente mojada, dejando a su paso huellas húmedas sobre el suelo. — Anda a bañarte antes de que agarres un resfriado. — Sé lo que tengo qué hacer — contestó ésta, dejando la mochila sobre el primer sofá que se encontrara, e ignorando los reclamos de su madre, se dirigió directamente a la ducha. “Aquel julio ya lejano Lento el bote iba avanzando Indolente al sol dorado.” Recordaba fragmentos de algún poema que había leído mientras apoyaba la cabeza sobre la pared, sintiendo cómo el agua caía sobre su espalda y las gotas recorrían hasta las piernas. —Soy una idiota. ¿Cuántas oportunidades tenemos nosotras de estar así con nuestro príncipe? ¡Y yo lo arruiné todo! De seguro nos vemos mañana y se reirá en mi cara, o me dirá “qué grosera” y su mirada de odio infinito me destrozará el alma. Suspiró con cansancio, y dándole vuelta a la llave, las gotas dejaron de caer, y ya lista para salir de la ducha, mientras se secaba con la toalla, escuchó desde afuera del baño la petición de su madre: — Se ha acabado el jugo y también compra algo de queso y jamón. "Ni siquiera acepté", pensó, refunfuñona. ¿Por qué su mamá le pedía salir de su casa si todavía llovía con fuerza? Pero al parecer, nada haría cambiar de parecer a la mujer, por lo que esa noche, Elena se montó sobre su bicicleta y con el impermeable encima comenzó a andar al abasto más cercano, que por suerte, no quedaba tan lejos. Aparcó la bicicleta en su lugar correspondiente, y sin molestarse en quitarse el impermeable, entró al abasto que todavía estaba abierto. Entonces se dirigió a la nevera donde tenían el jugo y terminó por recorrer los pasillos, buscando donde estaba ubicada la charcutería. Después de que tenía todo en sus brazos, un estante en específico llamó su atención. —¿Debería comprarme unas barras de chocolate y decirle a mi mamá que el jugo subió de precio? — Sonrió. — Me parece buena idea. Y picaramente, extendió su mano para agarrar las últimas dos barras que quedaban de su marca favorita de chocolate, pero se encontró con una mano ajena, que tenía el mismo propósito. Al levantar la mirada de aquél desgraciado que quería llevarse lo suyo, Elena detalló a un muchacho rubio. — ¡Ah! ¡Eres tú! — y al reconocer su rostro, de inmediato entró en pánico. — ¿Yo? Ah… — entonces sonrió. — Eres la del balcón. — y terminó por inspeccionar su cuerpo. — Qué fea. — ¡O-oye! Qué grosero — chilló ella, aunque en realidad no le importaba mucho lo que opinara su vecino entrometido, porque después de todo, podía echarle la culpa al impermeable azul que la cubría hasta las rodillas, dándole ese toque de repartidora de pizza o algo así. — Son míos — e inmediatamente regresó a lo más importante, el chocolate. — Lo siento chiquilla, pero yo lo vi primero. — ¿Cómo una persona tan grosera no puede cederle unos chocolates a una dama? — reclamó ella. El chico no pudo evitar reírse, y quizás exageró al prorrumpir en risas, pero sinceramente, su vecina era todo un personaje. — ¿Sabes algo? — se le acercó al oído para susurrarle — Esas chicas de ahí — señaló hacia la entrada donde unas muchachas se escondían detrás de los estantes de harina. — Me están acosando. — Había escuchado el acoso de pervertidos, pero no de pervertidas — dijo Elena. — Bueno, suerte con eso — se apresuró a tomar lo que deseaba, para terminar de una vez con aquella ridícula discusión. — Y necesito tu ayuda — concluyó el rubio, sujetando con firmeza las muñecas de la chica y en un acto atrevido, rodeó la cintura de ésta con el brazo disponible, apretándola contra su cuerpo y alcanzando sus labios. "¿Por qué este chico grosero me está besando?" Toda aquella apresurada situación, fue detenida al momento en que el rubio sintió cómo Elena le mordía el labio inferior con fuerzas, para así zafarse de él. — Auch — exclamó el muchacho con alguna sonrisita — Violento, no me lo esperaba de una chiquilla. — apoyó su dedo índice sobre el labio afectado, sintiendo las pequeñas gotas de sangre que brotaban de éste. — Nos vemos después, en nuestro balcón. Se dio la vuelta, abandonando los chocolates y con ellos a Elena, mientras se dirigía hacia la salida del abasto, donde esperaban sorprendidas las dos muchachas escondidas. Pero no eran ningunas acosadoras, porque con familiaridad, el rubio las rodeó con sus brazos y caminaron juntos hasta desaparecer del lugar. — Loco mentiroso. — dijo ella con incredulidad, resoplando de mal humor.
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