Señorita Stone.

1049 Words
Narra Faith: Hay días en lo que nada parece querer colaborar, en el que todas las cosas se ponen cuesta arriba y por cosas de la vida, ese día tenía que ser hoy, que es cuando más necesito de la buena suerte. Mi alarma no ha sonado, así que me he despertado cuarenta y cinco minutos tarde. Salto de la cama para arreglarme a toda prisa, en un vano intento de llegar a tiempo a la oficina, sabiendo que no hay manera de enmendar el daño hecho. Lo único a mi favor es que escogí mi atuendo el día ayer, lo que garantiza que por lo menos estará bien vestida para la reunión. Me he bañado a toda prisa, en un santiamén me pongo el traje de falda y chaqueta grises ceñidos y dejo mi melena pelirroja suelta, que caiga ondulada junto a mi rostro. Me doy un último vistazo en el espejo, conforme con el resultado. Una blusa azul celeste debajo de la chaqueta complementa el atuendo, junto a mis tacones negros que estilizan mi figura. Tomo mi bolso y mis llaves, creyendo que ya estoy lista para irme, viendo que solo llevo media hora de retraso. Salgo de mi apartamento sin despedirme de mi padre y, una vez en el estacionamiento, me subo a mi auto para darme cuenta de que no arranca. —¡Mierda! —exclamo frustrada, intentando una y otra vez que encienda, sin éxito. Miro el reloj en el tablero, ya casi las diez. Justo hoy que necesitaba llegar a tiempo todas las cosas están en mi contra. Sin más, me bajo del auto y salgo de mi edifico en busca de un taxi. Soy organizadora de eventos y trabajo para una de las mejores empresas de la ciudad: Philips and More. Generalmente mi horario es flexible, sin embargo, el día de hoy van a hacer la distribución de los eventos de los próximos dos meses, y mi deseo era recibir el contrato de la fiesta de fin de año de la empresa de cosméticos Adams. Estamos en octubre a penas, pero un evento como ese necesita tiempo para planearse, y siendo honesta, es lo que necesito para poder saldar las deudas que tengo: incluido el tratamiento de mi padre. Con el corazón en la boca y un aguacero torrencial mojando todo el derredor, salgo sin paraguas en busca de un taxista, y por suerte, la señora Ryan, mi vecina del piso de abajo, acaba de llegar del supermercado, así que me robo el suyo tan pronto se baja. —Lléveme al edificio Philips, por favor —le grito al taxista. Este me obedece y conduce como un loco por la ciudad, tratando de despacharme cuanto antes. En el camino aprovecho para contactar a mi amiga Teresa, quien me dice que la reunión ya he empezado. Tras diez minutos, mojada como un pollo, casi una hora y media tarde y más mortificada que nunca, llego a la oficina. Me lanzo al elevador apurada y presiono el botón de mi piso que está en el décimo cuarto nivel. Me recuesto de la pared del fondo para recuperar el aliento de la carrera dada desde la esquina hasta la entrada, porque, para colmo de males, hoy también hubo un atasco y tuve que quedarme a una cuadra del edificio. Como la mayoría de los empleados ya ha entrado a trabajar desde hace más de una hora, el elevador va vacío, así que aprovecho para peinarme y maquillarme como puedo, tratando de lucir lo más decente posible. Una mano enorme detiene el ascensor justo antes de que la puerta se cierre. Suelto un improperio en voz alta, pensando que nadie puede tener tan mala suerte como yo. Estoy destinada a no llegar a tiempo. —Buenos días —saluda el guapo sujeto que se sube conmigo, su voz varonil es lo primero que percibo. —Ni tan buenos —murmuro, terminando de ponerme el labial rojo. —Disculpe, señorita. ¿Qué ha dicho? Aparto la mirada del pequeño espejo que tengo enfrente y me detengo a mirarlo, para ruborizarme al instante. Guapo es quedarse corto, el tipo parece sacado de una revista de Dolce and Gabanna. Alto, fuerte, de los ojos más azules que he visto en toda mi vida y eso, más su barba y cabello oscuros, me despiertan una cadena de emociones que nunca había sentido. Va envuelto en un exquisito traje gris oscuro hecho a la medida y todo en él emana poder y riqueza. Sus ojos me miran con curiosidad y yo quiero que la tierra me trague. Guardo el labial y el espejo en mi bolso y lo miro, azorada. —No he dicho nada, señor. Disculpe. —¿Está segura? Me parece que no ha tenido una buena mañana —comenta, mirándome de arriba abajo, con curiosidad. —¿Usted qué cree? —pregunto, ahora molesta porque ha querido hacerle el sabelotodo conmigo. Levanta las manos en señal de derrota y una sonrisa que me retuerce las entrañas, me deja sin habla. —Aquí tiene —me ofrece un pañuelo, y lo miro confundida —tiene la cara mojada, estoy es para que se seque —aclara. Dudo un instante, pero finalmente acepto el pañuelo. —Gracias, lamento haber sido grosera. —Descuide, todos hemos tenido un mal día. —Yo llevo toda una semana —comento y él se echa a reír. Me seco como puedo, avergonzada de que justo hoy tenía que estar como una loca. —¿A qué piso va? —pregunto, para desviar el tema. —Al piso catorce—añade con una sonrisa pícara. —Genial —susurro, mirándome mis pies, para colmo va al mismo lugar que voy yo. Quisiera preguntarle qué lo trae por aquí, dado que en los dos años que llevo en esta empresa, conozco a la mayoría de los empleados y es obvio que él no es uno de ellos, sin embargo, no me atrevo. Cuando el din del elevador anuncia nuestra llegada, le devuelvo su pañuelo. —No, no, por favor, quédeselo. —Vale, gracias. ¿A dónde se dirige? —no puedo evitar centrar mi mirada en sus ojos azules. —Busco a la señorita Faith Stone, me han dicho que es una excelente organizadora de bodas.
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