El regreso a Inglaterra fue cualquier cosa, menos agradable. Dominic estaba poseído por un deseo de protección que me llevó a sentirme como una damisela en peligro. Me impregnó de algo que creí olvidado: esperanza. Él se encargó de localizar un avión que nos llevó esa misma noche a la mansión, donde prometió protegerme hasta de las pesadillas que me atormentaban. Y aunque no tenía idea de cómo organizó todo con tanta rapidez, me sentís segura a su lado, en sus brazos y junto a él en la cama. La mansión continuaba igual que dos semanas atrás; los rociadores automáticos estaban encendidos, los guardias vigilaban el perímetro, los caballos relinchaban en el establo, la mesa de té seguía intacta en el mismo lugar, las flores de mi madre se movían por el viento que azotaba los alrededores y l