El sol alcanzó la cúspide del cielo. Mi cuerpo seguía inerte en el sofá de la habitación, con la mirada perdida y el alma en pena. Me rehusada a abandonar la habitación. Era mi zona de confort, aun cuando la ansiedad por saber qué ocurrió en mi antigua vida era tan fuerte que me condujo a recurrir a las más bajas personas que pude encontrar en un momento de desespero. Recordaba que tocaron la puerta para limpieza y pedir la orden del desayuno, pero ignoré todo por millonésima vez. Para mí, el resto del mundo era una neblina que se colaba en las madrugadas y erizaba el cabello. Las personas eran una mísera parte de mi vida, aun cuando era una mujer que pertenecía a un linaje de sangre azul de generaciones pasadas. En ese instante me importaba poco mi estatus social, mi corona y mi reinado