Capítulo 8: Incomodidad

1123 Words
Incómodo, así estaba siendo el viaje para Aspen desde que se enteró de que Melinda sabía que era su pareja. Estaba enojado, no había bebido el brebaje que bloqueaba todo eso. Se supone que él no debía encontrar a su pareja porque estaba bebiendo el brebaje, se supone que él no debía unirse a nadie porque no estaba listo para eso. Recordar que lo capturaron lo enfurecía más, gracias a eso dejó de beberlo y ella apareció como si la Diosa la hubiera enviado para joderlo de todas las maneras. Para Melinda las cosas tampoco eran fáciles, no entendía el odio que él tenía contra ella y tampoco era divertido encontrar una pareja poco tiempo después de una gran traición como la que cometieron Seiko y Coral. ¿Por qué la Diosa le dio otra pareja tan pronto? ¿Por qué ese despiadado hombre que la odia de todas las maneras? Estaba aburrida de ese odio que se profesaron los dos sin pensar en la naturaleza de ambos. ―¿Quieres una foto o qué? ―Melinda lo miró con irritación. ―No, mirando no se mata a nadie. ―Se burló de él haciéndolo gruñir. ―¿Crees que por saber que eres mi pareja algo cambiará? ―Escupió con desdén. ―Algo malo habrás hecho para que la Diosa te castigara conmigo. ―Rodó los ojos, ahí quien verdaderamente estaba siendo castigada es ella. ―Me voy a recolectar frutas para darle a los niños cuando salgan del agua. ―Sin darle una última mirada se alejó de él, no soporta tenerlo cerca porque al contrario que él, su loba insiste en entregarse a ese malévolo hombre. Aspen la miró alejarse, logró encontrarle una ropa adecuada y que no enseñara nada de su cuerpo. Melinda se negó a usarla, pero él la obligó y ella no tuvo más opción que aceptarlo, él rompió el sencillo vestido blanco. ―Niños, ¿Quieren jugar? ―Aspen ladeó la sonrisa. ―El área está despejada, así que pueden ocultarse entre los árboles e internarse al bosque, pero no vayan muy lejos. ―Al ver las flores sonrió para sus adentros. ―Lleven estas flores con ustedes y no salgan hasta que yo los llame. ―Los niños emocionados salieron del lago y tomaron las flores para después correr lejos. ―Hay una aldea cerca, pueden visitarla, pero no roben nada. ―No sabe si lo escucharon, pero quiso creer que sí. Al estar solo, Aspen se desnudó, ocultó la ropa con las flores para borrar el olor y se metió al agua para esperar pacientemente a que esa desesperante mujer volviera. Para él es difícil tenerla cerca y no reclamarla, es agonizante percibir su aroma y no poseerla como lo desea, pero no quería ser él quien diera el paso, quiere que sea ella y de esa manera poder actuar con indiferencia porque ella es quien lo buscó. ―¿Niños? ―Melinda se encontró sola al volver con las frutas que recolectó. ―¿Aspen? ―Miró a su alrededor pasando saliva con dificultad. ―¿Dónde están? ¡No es gracioso! ―Los nervios la invadieron. ¿Acaso él la había dejado ahí sola? ¿Por qué se iría sin más sabiendo que ella es su destinada? ¿Acaso quiere que la maten para no morir al rechazarla? Las lágrimas amenazaron con saltar de sus ojos, pero aquel calor en su espalda la puso rígida. ―Para caerte mal te pones muy triste al pensar que te dejo. ―Aspen se pegó en su totalidad a ella, hundiendo su erección en la parte baja de su espalda. ―Dime, diminuta loba, ¿Deseabas que no me hubiera ido? ―Melinda pasó saliva con dificultad, aquello que siente en su espalda baja es realmente perturbador. ―Sabía que no te habías ido. ―Dijo con voz temblorosa. ―¿Crees que no sé a lo que juegas? ―Ella se giró y para su desgracia tenía la mirada baja. ―¡Dioses! ―Se volvió a girar de inmediato, ese hombre tiene un animal entre las piernas. ―¡¿Qué haces desnudo?! ―Chilló sintiendo el calor en su cuerpo. ―No te hagas la inocente, lobita. ―Le susurró al oído alterando todo en Melinda. ―Sabes que es lo que deseas, ¿Por qué no lo tomas? ―Ella que sintió como se hunde más en su espalda baja, se estremeció por completo. ―Aspen, basta. ―Susurró con voz temblorosa. ―Ni siquiera me quieres como tu pareja, ¿Por qué querría yo entregarme a ti? ―Eso lo fastidió como nunca antes. ―Ya, como si yo quiera algo de ti. ―Se alejó de ella sin importar lo desesperado de su lobo. ―Estoy acostumbrado a mujeres experimentadas, no a cositas insulsas como tú. ―¡Eres un imbécil! ―Melinda empezó a aventarle las frutas, Aspen intentaba esquivarlas, pero ella no dejaba de lanzarle una y otra vez. Tras varios golpes la miró atónito, ¿De a dónde había sacado tantas frutas? Él no se percató de que ella tenía una bolsa entera. ―¡Ya basta! ―La abrazó con fuerza tras el coco que le dio en la frente. ―¡Eres una violenta! ―Espetó mirándola con desconcierto. ―¡Y tú eres un idiota! ―Gritó ella envuelta en rabia. ―Desde hoy, nos llevaremos bien solo porque no podemos estar separados. ―Lo empujó con fuerza hasta apartarlo de ella. ―Ni tú me quieres como tu pareja ni yo te quiero a ti como tal, así pues, soportemos nuestra compañía hasta que podamos solucionarlo y cada uno pueda tomar su camino. ―Aspen estaba realmente asombrado por su reacción, tanto que no pudo decir nada y solo la siguió con la mirada. ―Melinda… ―¡¿Qué?! ―Gritó dándose la vuelta. ―Es por el otro lado. ―Melinda más cabreada que segundos antes, tomó la dirección correcta y siguió su camino. Tensas e incómodas, así estaban las cosas mientras viajaban. Aspen no le dirigió la palabra y se limitaba a mirarla a escondidas y ella simplemente pasaba por completo de él a pesar de que eso le dolía. ¿Por qué la Diosa no la pudo dejar sin pareja? ¿Por qué siempre le tocan los imbéciles? Eran preguntas que no tenían respuestas. ―Alfa. ―Las personas acercándose la descolocó, ¿Alguien ama a ese hombre? ―Bienvenido, qué gusto verlo. ―Aspen asintió con seriedad a todos los saludos. ―¡Alfa! ―Más de diez niños se acercaron a Aspen y lo abrazaron lleno de felicidad. ―¡Has llegado y con tu luna!
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