Sin duda no se arrepentía de haber rechazado a su infiel enamorado, pero la idea de que la metieran en algún lugar que ella no conocía la tenía bastante nerviosa.
Melinda fue enviada a un hospital psiquiátrico y encerrada como si fuera una demente la cual es capaz de lastimar a todos los que la rodean.
Al mirar a su alrededor se dio cuenta de que todos eran hombres lobos. Tan pronto como entró los gritos casi reventaron sus tímpanos, eso fue demasiado aterrador para ella. No solo chillaban pidiendo ayuda, los gritos eran desgarradores y dolorosos y no paraban, cada vez intensificaba más.
—Por favor, yo no estoy loca, no he hecho nada malo. —Intentó explicar a los hombres que la llevan por los brazos a rastras. —Deben escucharme, no estoy mal de la cabeza, por favor, están cometiendo un error. Deben dejarme salir de aquí. —El ímpetu con el que intentaba explicar lo que estaba pasando fue ignorada.
—Sé buena y se te será tratada bien. —Uno de los hombres la calló con su voz gruesa. —No seas un dolor de cabeza como la mayoría de estas personas aquí, por tu bien contrólate. —Melinda quiso protestar, pero el tirón la hizo solamente quejarse.
—No estoy enferma, se los juro. —Intento defenderse una vez más antes de que la encerraran en una habitación.
—Aquí nadie piensa que tengan una enfermedad mental. —Melinda al verse encerrada en esa habitación blanca, empezó a golpear la puerta y a llamar a cualquiera.
—No pueden dejarme aquí, por favor. Ya basta, sáquenme. —Sus gritos tardaron algunos minutos, pero rápidamente se dio cuenta de que con eso no lograría nada.
Los días pasaron y como Melinda tenía una condición relativamente estable, no estaba completamente encerrada, se le dio la oportunidad de salir a relajarse en los espacios públicos todos los días.
Como todos los días, se sentó en el patio mirando a la nada pensando y buscando la manera de escapar de ese lugar, de ese infierno en el que Seiko la había metido. Todo parecía en vano, los guardias son estrictos iguales al personal de enfermería.
Estaban rodeados por altas torres y redes de hierro, es justo como una de las peores prisiones que puede existir para los lobos.
—Otro día más aquí. —Flor una paciente que se había hecho amiga de Melinda se sentó a su lado. —No lo sé, pero no pareces tan loca como todos aquí. —Melinda sonrió con diversión.
—Al parecer no soy la menos loca aquí. —Suspiró, la mujer tenía una condición que olvidaba todo lo que pasaba al día siguiente así que cada día es como si la conociera de nuevo. —No puedo creer que no he encontrado una manera de salir de aquí, ¿En serio nadie ha podido escapar nunca? —Flor negó un par de veces, cosa que a Melinda se le hizo divertido, pues la mujer nunca recuerda nada.
—No he escuchado de nadie que pueda escaparse, pero sí sé algo. —Poniéndose en pie tiró de Melinda y caminaron un poco más. —Hay una habitación a la que se está rotundamente prohibido acercarse. —Flor señaló la enorme puerta de hierro negra.
Melinda pudo ver al personal entrando ahí con medicamentos y alimentos. Ya lo había notado antes, eso es todos los días y quien estuviera ahí encerrado no salía ni siquiera al patio.
—El diablo. —Susurró un hombre detrás de ellas. —Ahí está el diablo. —Melinda miró al hombre confundida.
—¿Por qué le dicen así? —Quiso saber al escuchar a más personas llamarlo el diablo.
—Es cruel y despiadado, él se lleva tu alma y tus vísceras. Es un ser oscuro. —Flor parecía muy seria al decirle esas cosas. —No hay que acercarse. —Tiró de ella con temor en sus ojos.
Melinda no dejó de pensar en aquella puerta negra, desde que estaba ahí escuchaba historias de aquel que se ocultaba tras esa puerta, pero dejando sus pensamientos de lado resopló al escuchar su nombre en el altavoz.
—Melinda, tienes que estar en enfermería en cinco minutos. —El solo pensar en ir a ese sitio la estremeció, la medicaban sin necesidad y eso la ponía mal, la dejaba soñolienta y perdida.
Otra semana más había pasado en ese infierno, Melinda se había hecho amiga de varios pacientes, las enfermeras, doctores y personal de seguridad todos parecían ser inaccesibles, pero aun así no se rendía y trataba de buscar alguna oportunidad o una manera para escapar.
—Creí que hoy solo me tocaba limpiar a mí. —Melinda dejó de barrer y miró a Flor.
—Me han castigado. —Bufó la mujer de mal humor. —No me gusta medicarme y ellos me obligan, no es mi culpa que yo les escupa las píldoras a la cara. —Melinda la comprendió. —Deberíamos terminar rápido para quitarnos de este lado.
—De acuerdo. —Melinda miró a su lado a la enorme puerta negra. No había ruido como en las demás habitaciones, todo cerca de ese lugar era escalofriantemente tranquilo.
Una vez Melinda terminó de limpiar junto a Flor se fueron al patio para hablar de cosas banales. Al observar el movimiento del personal Melinda los siguió con la mirada y pasó justo lo que todos los días, una enfermera entraba a la habitación del diablo.
—Melinda, en enfermería en cinco minutos. —Al escuchar el llamado por altavoces resopló, ya estaba harta de estar medicándose.
—Buena suerte en tu infierno. —Bromeó Flor en medio de una carcajada mientras mira divertida a Melinda alejarse.
—Siéntate, ya te traigo las pastillas. —Melinda siguió a la mujer allá donde iba, eran más de siete pastillas que le daban tres veces al día y ella no podía más con eso. —Aquí tienes el agua y las pastillas, quiero que te la tomes una a una y me muestres la boca y también la lengua. —Melinda tomó el botellín de agua y la primera pastilla, miró a la mujer que estaba bastante cerca y sin pensarlo le dio un golpe en la cara que la noqueó.
Sintió temor al inicio, pero ver el uniforme de la mujer le dio una idea así que no desaprovechó el tiempo. Arrastró el cuerpo de la enfermera hasta un cuartito y ahí se quitó el uniforme de paciente y se puso el de la enfermera.
Cuando estuvo a punto de salir se tocó el rostro, todos ahí la conocían, pero su mirada recayó en la mesa donde yacían varias mascarillas, así que sin pensárselo se puso una mascarilla y además se echó perfume de la mujer para que su olor también fuera ocultado.
—Aquí estás. —Melinda se congeló en su lugar al ver a otra enfermera entrar. —Te estaba buscando.