Entre la espada y la pared

1232 Words
Rosarito estaba a punto de tocar la puerta de la habitación de Elizabeth, sin embargo, antes de hacerlo se detuvo, ya que no tenía valor de entrar y decirle que ya había llegado la hora de salir de allí y enfrentarse a la cruel realidad que le esperaba. Respiró profundo y tocó la puerta dos veces, escuchando la voz débil y triste de Elizabeth. — ¡Adelante! — Rosarito entró y enseguida se cruzó con esos ojos azules intensos, los cuales se veían muy hinchados por todo lo que Elizabeth había llorado en toda la noche. — Buenos días, Señorita Elizabeth, lamento mucho ser portadora de esta noticia, pero Don Camilo me pidió que la llevara al comedor a desayunar con él. — ¡Yo no quiero desayunar! — respondió con voz fuerte y muy alterada. Rosarito se sorprendió, ya que ella jamás le había alzado la voz, siempre se había caracterizado como una joven de carácter apacible y muy callada. — Lo siento señorita Elizabeth, sé como se siente, pero yo solo recibo órdenes de Don Camilo; y usted sabe como se pone cuando le llevan la contraria. — Discúlpame Rosarito, no debí responderte así, solo que no quiero salir de mi habitación. Rosarito puso una expresión de tristeza al ver a Elizabeth tan cabizbaja y deprimida, luego se acercó a ella, la tomó por ambas manos y le dijo con los ojos llenos de lágrimas: — No tiene que pedirme disculpas, entiendo perfectamente como se siente, pero por favor señorita Elizabeth, no haga esperar a don Camilo, sabe que si no le obedece se va a poner peor. Por favor, hágalo por mí. — ¿Qué puede ser peor que entregarme a un hombre que ni siquiera sé quién es? — le dijo Elizabeth. — Me da mucho dolor verla así, me parte el corazón no poder hacer nada por usted señorita, pero vaya al comedor y hable con su tío, tal vez pueda convencerlo de que desista de esa idea tan descabellada. Elizabeth miró a Rosarito y accedió a lo que ella le estaba pidiendo, dejó que ella la ayudara a vestirse y la sentara en la silla de ruedas; luego la llevó al comedor donde la estaba esperando Camilo muy ansioso. — Hasta que por fin te dignas a venir a desayunar. Sabes perfectamente que ayer te dije que debías estar lista muy temprano, no tarda en llegar mi socio a conocerte, así que ve quitando esa cara de tragedia que aquí nadie se ha muerto. Al contrario, tu vida va a cambiar y vas a pertenecer a una de las familias más influyentes del país. — Tío Camilo, por favor, no me hagas esto, tiene que haber otra alternativa que no sea casarme a la fuerza con ese señor que jamás he visto. — ¡Ya basta! Eso no está en discusión, ya te dije que si no lo haces, vas a quedar en la calle pidiendo limosnas con tu sillita de ruedas. ¿Eso es lo que quieres? — Gritó Camilo, mientras le daba un golpe a la mesa del comedor. Elizabeth lo miró fijamente a los ojos, mientras le corrían las lágrimas por su hermoso rostro, ella nunca le había levantado la voz a su tío, sin embargo, en ese momento le contestó llena de dolor: — Prefiero pedir limosnas, antes de casarme con ese hombre que ni siquiera conozco. Camilo estaba perdiendo la poca paciencia que tenía, y en ese momento le dijo mirándola a la cara muy de cerca: — Eres una malagradecida, no valoras todo lo que he hecho por ti desde que tus padres fallecieron. Pero te advierto, que si no te casas con Ángel Gabriel Mendizábal, voy a echar a la calle a tu amada Rosarito y tú vas a ser la culpable de que esa pobre vieja quede sin techo y sin trabajo. Elizabeth quedó petrificada, ella no había pensado en su fiel Rosarito, estaba consciente de que era una mujer de avanzada edad y que no tenía a más nadie que pudiera ayudarla. Por supuesto Camilo, tocó su talón de Aquiles, sabía perfectamente que Elizabeth no sería capaz de desamparar a la única persona que realmente la quería y que había estado con ella en los peores momentos de su vida. Rosarito por su parte, estaba horrorizada escuchando las amenazas de Camilo, sin embargo, el miedo que le tenía no le permitió decir una sola palabra. Justo en ese momento, se escuchó el timbre de la puerta, ese sonido tan cotidiano, en ese momento se había convertido para Elizabeth, en el sonido más aterrador de toda su vida. Camilo enseguida miró a Rosarito, la cual estaba parada enfrente de él muy temblorosa, luego le dijo: — ¿Pero qué haces allí parada como estatua? ¿Acaso no escuchaste que están llamando al timbre de la puerta? ¿Qué esperas para ir a abrir? — Sí don Camilo, enseguida voy. —Rosarito salió corriendo del comedor, mientras Camilo se acercó a Elizabeth y le dijo en voz muy baja, pero firme: — Si sabes lo que te conviene, vas a aceptar casarte con mi socio, o de lo contrario, tú y la vieja decrépita de Rosarito, van a dormir en la calle a partir de esta noche. ¿Me entendiste? Elizabeth solo bajó la mirada sin decirle nada, estaba entre la espada y la pared. Solo le quedaba encomendarse a Dios y esperar que ocurriera un milagro que impidiera esa locura que pretendía hacer su tío. Al cabo de unos minutos, regresó al comedor Rosarito, más nerviosa aún de lo que estaba antes de abrir la puerta, luego le dijo a Camilo titubeando: — Don Camilo, en la sala lo busca…. — ella no pudo seguir hablando, luego miró inmediatamente a Elizabeth, la cual estaba pálida y con una expresión que denotaba el terror que sentía con lo que pudiera decir Rosarito, sentía que no le salían las palabras, hasta que Camilo ansioso e impaciente, le dijo: — ¡Pero habla ya mujer! ¿Llegó Ángel Gabriel? — Rosarito tragó grueso y con la mirada baja evitando a toda costa ver a Elizabeth a los ojos, le respondió: — Sí Don Camilo, es el señor Mendizábal, lo está esperando en la sala. — ¿Pero y qué haces allí parada? Ve y dile que ya voy a la sala y ofrécele un café o lo que quiera tomar. ¡Pero anda mujer corre y no te quedes como momia de Egipto! — Sí Don Camilo, ya voy, ya voy. Camilo tenía una sonrisa de satisfacción, ya que estaba a punto de hacer el mejor negocio de su vida, el mismo que le iba a devolver la buena vida que había tenido en todos estos años gracias al dinero de Elizabeth. — Muy bien, querida sobrina ha llegado el momento que tanto había esperado, el futuro de todos está en tus manos, recuerda que tú decides si prefieres dormir a partir de esta noche en la calle con tu fiel Rosarito, o si por el contrario, decides tener una vida de lujos y confort. Elizabeth no decía una sola palabra, sentía que nada de lo que dijera en ese momento serviría de algo, estaba entre la espada y la pared, pero de lo que sí estaba segura, era de no permitir que Rosarito y ella quedaran en la calle. (…)
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