Pov. Anna
La primera vez que todo se complicó estaba en una plaza de Italia, justo en el centro de la ciudad. Mis amigos charlaban entre ellos.
Estaba con un paquete de papas en la mano, mis labios se habían curvado en una sonrisa mientras escuchaba lo que hablaban.
— Tienes que besarlo Anna, no puedes no hacerlo —sacudí la cabeza.
— No, no lo haré, somos amigos, sería raro —los ojos Patricio dieron conmigo.
— O podría gustarnos.
— No tenemos esa confianza piccolo.
Las risas llegaron de todos menos de él. Sus ojos marrones me observan con tanto detenimiento que estoy segura que intentaba ver mi alma.
— ¿Qué ocurre? —lo miró sin comprender.
— ¿Estás bien? Te ves pálida.
— Claro, no…
Nunca supe si fue su pregunta la que desató aquello o simplemente marcó el comienzo de todo. Es que apenas terminó de preguntar y empecé a contestar la vista se me nubló y todo se vino abajo.
Mejor dicho, yo lo hice.
Luego de eso hice una lista de deseos. Cosas que necesitaba cumplir para un futuro, algo que me dejara con algún rumbo.
Las metas mantienen la mente ocupada. Yo necesitaba tenerlas. Solo aplazaba lo que podía ser la vida misma, aquello que todos pensábamos.
Hice la lista y fue fácil.
1- Conocer Malta.
2- Recibirme.
3- Hacer un acto de bien.
— ¡Anna, vamos a llegar tarde al vuelo!
Observe mis maletas, habíamos tenido un breve viaje a Italia para ver a mis sobrinos, tíos y hermano. Solo era un pequeño viaje.
— ¡Voy! —le respondí a mi madre para cerrar la valija.
— Si te quedas, vas a casa de Edel —hice una mueca.
— ¿Por qué no con Reed? —grité.
— Se van de viaje —puse los ojos en blanco —y no seas ingrata, te he llevado en mi vientre.
Comencé a bajar las escaleras con el equipaje en la mano, mis ojos fueron a mis hermanos que me miraban divertidos. Esteban me sonrió.
— No es tan malo —dijo mi hermano menor tan tranquilo como siempre.
— No me molesta estar en Seattle, me molesta su anarquía —dije tranquila.
— ¿Anarquía? —papá habló y los miré.
— Sí y deja de gritar mamá —me fulmino.
— Tal vez deba torturarla un poco.
— Hazlo, nos ahorramos los estudios y el desenlace.
Todos se quedaron callados, ninguno habló y sabía que parte de eso se debía a que mi chiste no les había agradado. Pero era bueno.
— Muy graciosa —Reed me observó molesto.
— Me esmero constantemente.
El peor enemigo de una persona es su propia cabeza, cuando tu cabeza se rinde o algo en ella no va bien, las cosas se pueden venir abajo tan fácil, que era asombroso el desenlace que podías llegar obtener de eso.
Absolutamente todo se jodía, pero solo ocurría sí dejabas que tus pensamientos fluyeran tanto como para traer un tornado. No todos están preparados para asumir algunas cosas y sabía que mi familia era —en muchos aspectos —ajenos a la realidad.
Eso era mucho mejor a que formaran parte de ella.
Intentaba por todos los medios qué es dos no se dieran cuenta de mi realidad. Porque necesitaba ser fuerte por ellos.
Tomé aire y lo solté despacio antes de mirar a mis hermanos para luego desviar la vista a mis padres, solo repetía el proceso una y otra vez.
¿En qué momento todo esto se jodió tanto?
Desde cuándo tengo que seguir a mis padres a todos lados por el simple hecho de que no me puedo quedar sola. Quisiera decir que me gusta hacerlo y no tiene que ver con pasar tiempo con mi familia, no era eso.
El problema recae en que me gusta hacerlo solamente cuando yo quiero.
¿A quién le gusta que lo obliguen?
— ¿Qué es lo que no dices? —mamá me observó algo molesta.
Tenía una vida marcada, concisa, con situaciones que me ayudaban: pasatiempos, consultas, ejercicio, alcohol, comida chatarra.
Todo eso se había ido.
Ahora había adelantado estudios en la universidad para recibirme antes, puse horas en ello y al final tuve que trasladarme a Seattle porque mis padres se encontraban justo en este momento trabajando con el FBI y eso no era malo.
Estar con Aarón y los demás era grandioso, pero quería también hacer mi vida.
Porque avance, me esforcé el doble y pasé horas sentada en una silla estudiando, para recibir un poco de paz mental y cumplir mis sueño.
No era pretenciosa, no quería serlo, pero necesitaba mi espacio, porque diablos, sí iba a morir al menos quería tener experiencias de vida.
Disfrutar más del sexo.
Algo que no podía hacer con papá oso alrededor, aun cuando mamá dijera lo contrario, Giovanni nunca aceptaría que su hija esté por ahí revolcándose en una cama con algún sujeto.
Experimente un tiempo con un profesor que teníamos de combate. Fue buen sexo, lo disfrute, no quería morirme virgen, pero no fue explosivo.
Dejarlo fue fácil.
— Solo venía a decir que no podemos seguir esto —sus ojos me observaron.
— ¿Qué? ¿Por qué? —vamos, no fue inolvidable.
— Me voy de la ciudad, cambió de planes.
— Puedes quedarte, te cuidaría, podemos hablar con tus padres.
— Papá te matará, deberías saberlo —tomé aire.
— Porque nunca me dejaste hablar con él.
No lo deje y no lo haría, no era importante.
Así fue como terminé trasladándome a la universidad de Seattle. Mis ganas de hacerlo y las probabilidades de no poder cumplir mi lista fueron las que ahora hacen que me encuentre tirando de mi valija mientras nos bajamos del avión privado de los Hamilton y vamos directo a la casa que tenemos aquí.
— Que lindo es pisar un país sin ser arrestados —mi madre bromeó y volví a balbucear.
— Mamá ¿Puedes decirle que deje de refunfuñar? —Max me apuntó con su dedo —o la envenenare mientras duerme.
Mis ojos fueron a mi hermano que me sonrió un segundo antes de sacar su dedo del medio en mi dirección. Acaba de decir que me mataría.
Mi hermano mayor, que apenas bañaba solo, porque su inteligencia no era mucha, me estaba amenazando de muerte.
— Tú a mi ¿Envenenarme?
— Sí —simplificó.
— Antes de que te muevas tendrás un cuchillo en el brazo.
— No —papá nos miró —, nadie envenenará ni le hará nada a nadie —no dije de… —tampoco pueden dispararse ninguna extremidad.
— No es justo —me queje.
— Podría ser un accidente —Esteban subió sus hombros.
— ¿Cómo el que tendrás tú? —lo miré mal.
— No tengo como justificar que alguien de su edad llegue con una herida de bala —me recordó —, tampoco como se lastimo Max, aunque sea más grande.
— Podríamos decir que estaba practicando tiro y el muy idiota se disparó en la pierna —sonreí —, la gente te creería, solo le miras la cara y te das cuenta de que lo es —señale a Max, le tenía más cariño a Esteban.
Papá comenzó a reírse con mis palabras. Seguramente porque estaba asimilando mis cambios de humor y que la pelea no iba a terminar tan fácil como él quería.
— ¿Yo? ¿Te has visto? —Max siguió —, la palabra estúpida va en tu frente.
— Mocoso, no puedes ni atarte los cordones —lo apunte —, soy Max, nunca madure, no se lavarme —hable como idiota —. Sabes qué, me quedare con uno de tus dedos para hacer un colgante.
— ¿Segura que puedes? —me frené.
— Bueno, ya basta los dos —mamá se quejó —, no quiero escucharlos pelear el resto de camino.
— ¿Cuándo iremos a casa de tío Aarón? —Esteban nos interrumpió —, quiero ver a los chicos.
— Oh sí, Dennis me dijo que me prepararía algunos postres —aplaudo siguiendo las palabras de mi hermano y mis padres se vuelven a reír.
La única razón por la que no les estresa mis comentarios de la comida es porque Hannah es médica y Denis sigue al pie de la letra mi dieta.
Ellas no ponían en riesgo mi vida y si algo pasaba la doctora Parks se ponía en acción.
— Tengo que ir al hospital en dos días, avisar de mi próximo viaje —pensé —, me despedirán.
— No lo harán, saben que tienes que ir.
Estaba a unas materias de recibirme, pero además había hecho algunos cursos extras sobre adicciones, trastornos alimenticios y abordajes terapéuticos de patologías.
Mi carrera no solo me servía conmigo, también para tratar la adicción de Ludmila, mi hermana tenía un problema con el alcohol.
Mi otra mitad.
Ella ahora se mantenía estable para mí, aunque siendo honesta, no me sentía cómoda con esto, porque era como sí lo usase para tener más año de vida.
Comprometía su salud para tener una vida. No era algo que viese justo, aun cuando ella dijera que lo hacía porque quería.
No podía evitar pensar en todas las posibilidades que le estaba quitando.
— Si sabes que te ves culpable y triste —Esteban habló a mi lado y tomé aire.
— No es así.
— Lo es.
— Solo extraño a Lu —me miró.
— Anna, el hecho que ella quiera salvar tu vida no te hace egoísta.
Ella tendría que esperar para ser madre, para formar su familia aun cuando yo sabía que era lo que quería. Dejaba cosas de lado por mí, pero nadie me dejaba pensar mucho en eso.
Tenía que estar bien para el trasplante. Aun cuando las probabilidades de vida eran pocas.
— Anna ¿Qué tanto piensas? —mamá sacudió la mano frente a mi rostro y los ojos de papá se clavan en mí.
— Solo tengo un poco de sueño —mi hermano no dijo nada —, además creo que no tendría que desempacar tanto, tengo que ir a Nueva York a hacerme los estudios ¿No?
Mi padre hizo una mueca y volvió a tomar el teléfono para llamar a mi hermana, por un momento quise golpearme en la frente.
Acaba de recordar que Ludmila no le había atendido a mi madre y papá la notó nerviosa. Ahora ella estaba insistiendo que había hablado con ella y estaba bien, sin embargo, todos la habíamos visto bastante nerviosa con respecto a las llamadas.
— Los dejaré en casa y viajaré a Nueva York, quizás ni siquiera sea necesario que viajes allá —oh no, era mi escape —, al menos hasta estar seguros de que tu hermana no va a estar acá.
— Y yo te dije no tienes que preocuparte por eso —mamá lo interrumpe —, me llamó, está bien, todo está bien.
Que mal le mentía.
— El hecho de que me mientas en la cara, aun cuando lo haces pésimo dice que algo no está bien —respondió él —y lo que sea que estés tratando de ocultar se acaba ahora —mi madre abrió la boca ofendida.
Nadie podía decirle a Samantha que era mala mintiendo eso no era así. En verdad no lo era, con nadie, pero mi padre tenía como una especie de super poder.
— Disculpa, primero y principal yo no estoy mintiendo.
Bueno sí lo estaba haciendo y pésimo. Yo lo sabía, mis hermanos lo sabían, probablemente Aarón se decepcionaría si la viera ahora.
Solo de ver cómo mi madre, la mujer que mataba a sangre fría, no podía mentirle a papá con respecto a una de sus hija, indicaba que mi hermana estaba en problemas.
Esperaba que no fuese por un hombre, llevé la mano a mi pecho, sí, era eso y eso quería decir que, oh…
— Lo estás haciendo y pésimo —dijo y mamá más se ofendió —, déjame decirte que no entiendo por qué —negó —, se supone que eres una asesina y ahora apareces un delincuente de segunda mano, siendo interrogado.
— No te lo permito Giovanni, porque pondré una bala entre tus cejas —lo apuntó.
Una señora pasó y los miró con los ojos bien abiertos. Quería decirle que no le dispararía, solo se había ofendido por lo de delincuente de segunda mano, pero eso nos dejaría peor.
— Estamos ensayando para una obra —hablé alto y los miré —. Creo que tenemos una situación señores Mark, porque alguien mató a su abuelo para quedarse con la herencia y no sirve que se echen la culpa entre ustedes.
Mire a mi hermano y este me observa divertido. Subí mis cejas esperando que siguiera la línea y él solo me observó en silencio un momento.
— Yo estaba en la calle, pidiendo comida y ella paso tranquila, tarareaba una canción —apuntó a mamá.
Muy gracioso Max, usando sus inicios. Solo que ahora no era un tierno niño.
— ¿Había alguien más en la escena? —habló tranquila.
— Mi hermano —señalo a Esteban.
Quería reírme, en verdad lo quería hacer, pero no podía.
— FBI señores —Aarón sacó su placa —, tendrán que acompañarme.
Toda la gente giró para mirarnos y los labios de mi tío se inclinaron a un lado.
— ¡Tío! —Esteban se acercó para chocar los cinco —, tienes que salvarme, no paran de hacer escenas.