Empieza el juego

1065 Words
Diana fue a la sala de estar junto al bar de la mansión, tomó una copa de coñac, bebiéndosela de un solo trago. Se negaba a aceptar que un jovencito de hermosa mirada y sutilmente encantador la ablandara de un modo incontrolable.   Tomó su bolso de mano con el deseo de ir a buscar a uno de sus antiguos amantes y con ese desquitar el enorme antojo que le provocó tener a Fred frente a ella. No estaba acostumbrada a inhibirse en un capricho, por lo que prefirió buscar otro tipo de compañía a fuera antes de verse frágil y necesitada ante él. Estaba por irse sin ánimo de volver toda la noche, pero se quedó paralizada al verlo parado ante la puerta que daba hacia el lado trasero de la casa, tenía sus manos en sus bolsillos, ya se había aflojado la corbata y no tenía el saco. Ella lo observó fijamente, perdiéndose en sus ojos castaños. —Señora Graham…  ¿Le apetece jugar un rato conmigo? Ella tragó saliva al verlo tan decidido, esa pregunta la desconcertó por completo. —¿Jugar? —Sí, eso le gusta a usted. Jugar con la pasión y la mente de un hombre al usar su deseo. Ya entendí bien que estoy dentro, aunque yo piense que no. Si usted no me quiere y me utiliza de algún modo, supongo que ambos salimos ganando si nos mentimos descaradamente. Caminó hacia ella, y con una de sus manos acarició una de sus mejillas. Ella sintió su cuerpo reclamando la necesidad de sentir sus manos mimando toda su piel. —Recuerde, nos quedó un trago pendiente. Le acepto un vodca. Nunca antes se sintió tan sorprendida ante las palabras de un hombre, o quizá ya no recordaba aquello por muchos años al imponer control. Sonrió mordiéndose los labios, luchó por guardarse cualquier signo que a él lo advirtiera de cuanto ya influía en ella.   —Es verdad, quedó pendiente—Susurró ella. Ambos no podían guardarse lo que sentían en cuanto se veían fijamente. Fue ella quien no se contuvo más y lo besó apasionadamente mandando cualquier pensamiento de huir al carajo. Él la apretó con fuerza contra sí, ella percibió perfectamente cierta dureza en cuerpo al estar tan pegada a su cintura, le acarició con ambas manos la espalda hasta tocar sus glúteos. Él cerró los ojos, disfrutando el apretón. —Tendrá que embriagarme después de lo que va a pasar. No quiero recordar que me gusta tanto una mujer que no tiene corazón. Fue él quien la recorrió con sus manos acariciando la piel de sus piernas para subirle la corta falda. Ella se estremeció al sentir sus manos fuertes tocándola y con solo eso tan simple inundarla de un placer tremendo. Los besos se desataron con fiereza, saboreándose sin temor desde sus labios urgidos hasta sus lenguas enredándose. Sintió después de corresponderse en apasionados besos, sus labios tocarla en el cuello y posteriormente arrancarle el vestido, haciéndola ir y venir en olas de placer. Sentía quemarse sin piedad en una pasión descontrolada, enviciándola a sus fuerzas, a su manera de hacerla suya, un momento sin arrepentimientos sólo él y ella, uniendo sus deseos.  Él apreció su cuerpo preparado para recibirlo, él mismo se desvistió para ella. Ella no pudo solamente apreciarlo tan perfectamente dispuesto, esa parte la provocó salvajemente se sentía obsesionada por brindarse a sí misma el goce de saborearlo una vez más. Tan suave, tan resbaladizo y agradable. Lo torturó un rato disfrutando sus respiraciones entrecortadas, en cuanto se sintió lista para dejarlo, él la tomó con fuerza, montándola sobre sí, a diferencia de la vez anterior, él se mostró menos romántico y más salvaje al tomarla. Perdió la cuenta de cuantas veces ella subió al cielo y bajó para apreciar el cuerpo que la hacía elevarse, uno perfecto a su gusto. Usaron los sillones, el suelo y hasta la mesa de centro del lugar. Mientras Fred seguía tan fuerte como un encino, dándole más que satisfacción a cada parte de su ser, inundándola por todos sus sentidos de éxtasis puro. —Fred, no te detengas, dame todo lo que tengas para mí. La tenía contra la pared moviéndose a un ritmo suave pero profundo, estaba dentro de ella brindándole un goce sin poderse describir. Ella mantenía sus finas manos entrelazando su cabello ondulado, apreciándolo con los ojos abiertos. Se enamoró descontroladamente de cada gesto, de cada respiración, cada mirada suya.  Una mano de él sostenía su cintura y la otra estaba contra la pared ejerciendo equilibrio. En momentos él lograba besarla por el cuello, mientras ella mantenía ambas piernas sobre su cintura, los quejidos de ella inundaban la sala y se estremecía una y otra vez sin poderlo evitar. Todo resultaba perfecto, quizá lo que sus más afanadas fantasías le mostraban en sueños. —¿Quién juega con quién? —Expresó él moviéndose más suave. Ella sonrió al saber que no sólo era un tipo bueno en devolver placer sino avispado. —Simplemente sé que si esto te complace no me importa quien juegue con quien. Él esbozó una sonrisa, satisfecho por primera vez con lo que había dicho. —Sé que sus palabras pueden mentirme, pero sus actos y su manera de entregarse no. Ella se quedó fija en él asombrada, en el momento menos pensado él tomó todo el equilibrio soltándola de la cintura para sujetar ambos de sus brazos y colocarlos fijos contra la pared por encima de su cabeza. Sus movimientos se hicieron tan fuertes y fijos que ella tan solamente pudo dar un grito en cuanto sintió su cuerpo liberarse al dejarse llevar por el total placer de sentirlo soltar todo para ella, llenándola. Sintió desvanecerse en sus brazos aun en contra de su voluntad, él la sujetó cargándola y la dejó sobre el sillón. Deseó acomodarse a su lado y acobijarla con sus brazos, sin embargo, recordó que eso la disgustaría, la besó en la frente, tomó sus ropas y se alejó de ella. Ella quiso gritar casi aferrarse a su cuello, pero no tuvo el valor, sentía perder el control que antes ejercía en cualquier hombre y no le gustó para nada. Se sintió enmarañada y muy rara al verlo irse sin mencionar una palabra más, y al mismo tiempo supo que había sido lo mejor, ambos jugar a mentirse, sin compromisos ni sentimientos susceptibles. 
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