Fred volvió a su habitación, aún en trance. ¡Cuán fácil había sido ceder! Aquello lo enloquecía. Sabía que esa mujer lo había atrapado, arrastrado sin piedad para pervertirlo y perderlo como nunca antes conoció tal pecado. Se sentía confundido y complacido, algo como ir de espaldas contra un abismo sin fondo, flotando ante lo bien que puede aflorar el más sublime goce brotando irónicamente en un pecado u oscuro delito, pero no por eso que la caída tarde o temprano sería menos precisa y dolorosa. Un día aterrizaría, pero mientras tanto el estar en el aire no le parecía tan maléfico. “¿Qué rayos haces Fred?” Pensó en voz alta yendo a la cama con una media sonrisa. Cualquier expectativa por fuerte que fuera no podía ser más afanosa que el instinto natural del hombre al ser atraído irresis