Egan entró al salón de juegos, y vio a la mujer ahí sentada rodeada de hombres, entre ellos su amigo Jacques estaba a su lado, como si jugaran de parejas. —Creo, señora Montenegro, que su buena racha acabó, querido zorro de agua, creo que debes pedir algo de dinero a una bella dama a quien le prometas una noche, veinte mil euros es mucho para ti, Jacques, porque nadie puede ganarle a una flor corrida de diamantes —el hombre bajó las cartas, mientras todos rieron con algarabía Egan se acercó, abrió y cerró los ojos con rabia, si ella perdió, él debía pagar, era otro golpe a su ego. —¡Oh, no! Que buen juego, señor Belmonte, pero… no gana —dijo Grecia con una gran sonrisa, luego bajó las cartas—. Flor imperial, touché. Jacques se echó a reír. —¡En tu cara Belmonte! Perdiste, danos el din