Capítulo 5: Eres mi mujer

1612 Words
Grecia miró a ese hombre con ojos feroces, sintió tanta rabia, que impulsiva, pisó con fuerza el pie derecho de Egan, el hombre dio un salto, y lanzó un quejido de dolor, tan gracioso, que a ella le recordó a una rana. Grecia rio, soltó su mano, observó a la gente. —¡Oh, lo siento! Mi marido tiene dos pies izquierdos. La gente se echó a reír, encontrando el evento gracioso, excepto por Egan quien la miró con rabia, disimuló bien, hasta sonreír, y evitar más habladurías. Grecia estaba harta, decidió caminar, alejándose de todos, dejándolo de nuevo ahí, solo, abandonado. —¡Grecia! Egan fue tras ella Grecia no se detuvo, siguió de largo, aunque se dio cuenta de que era la primera vez que él la llamaba por su nombre. La fiesta avanzó, hasta terminar, Grecia no probó comida, tampoco tenía hambre, en realidad, estaba asustada, aunque fingía que no, ya que no sabía que destino le esperaba de ahora, en adelante. Fabian Montenegro se acercó a Grecia, se despidió, a pesar de que los Montenegro no le dieron una pizca de confianza, el señor Fabian le pareció un buen hombre. Le dio un abrazó, le recordó a su padre, a quien ella solía extrañar mucho. —Grecia, si necesitas cualquier cosa, avísame. Grecia estaba a punto de decirle que su hijo se había casado por su fortuna, no por amor, tuvo una duda, ¿Y si él estaba coludido con ellos? Grecia sintió que no podía confiar en nadie. Zafiro intervino al ver a Grecia titubear. —Ven conmigo, Grecia, el chofer ya te espera. Grecia fue con la mujer, ella tomó su brazo y lo apretó con fuerza, mirándola con ojos severos, mientras Grecia se quejó. —Si te atreves a decirle algo a mi marido sobre nuestra ruina o el matrimonio arreglado, juro que te arrepentirás, Grecia. Grecia comprendió que el señor Fabian era el único inocente en todo ese embrollo. —¿Y qué me hará si lo hago? —exclamó con ojos desafiantes. Los ojos verdes de esa mujer le miraron fijamente, con severidad, era como si la oscuridad estuviese en ellos. —Basta, Grecia, no juegues conmigo, sube al auto y ve a casa. Grecia miró alrededor, se sorprendió de no ver Egan Montenegro. —¿Y Egan? —Él irá pronto a casa, adelántate. Zafiro esbozó una sonrisa, y Grecia pareció comprender. —Pronto anularé este matrimonio o me divorciaré, no sueñe que recibirá nada de mi fortuna, usted y su hijo no gastarán el dinero que mi padre me heredó, mejor vaya buscando a un amante rico para usted, vendase al mejor postor, porque vender a su hijo bonito es el peor negocio de su vida, se lo juro —sentenció sonriente, Grecia subió al auto. Los ojos de la mujer se volvieron enormes, odió sus últimas palabras, mientras Mario Molina, cerca de ellas, lo escuchó todo. —Parece que la pequeña Palmeri resultó una auténtica perra. —¿La escuchaste? —exclamó —Sí. —Ahora ya es la esposa de mi hijo, pobre niña fea, se cree lista, pero conmigo no podrá, hay que averiguar sobre la herencia, el hermano dijo algo de que hay que esperar seis meses para que la obtenga, necesito asegurarme de que la reciba. Debe morir antes —sentenció la mujer, observando que el auto se alejaba de ellos. Grecia miró por la ventanilla, se alejaba de la fiesta de bodas, eso la hizo sentir mejor. «Por mí, mejor no volver a ver a Egan Montenegro, nunca más», pensó Al llegar, Grecia bajó del auto, observó, era una casa hermosa, con una fuente y un precioso jardín. Ella se sintió triste, quería volver al rancho, a su verdadero hogar, «Siento que no soy yo, siento que me he perdido a mí misma», pensó casi con ojos llorosos. Entró en la casa, cuando esa voz resonó y la sorprendió. —¿Cómo está mi diente de león? Los ojos de Grecia se abrieron enormes, esbozó una sonrisa y corrió hacia su nana, la mujer la recibió con los brazos abiertos. —¡Oh, nana! ¿Cuándo llegaste? —Renuncié a mi trabajo en el rancho y vine aquí, ni siquiera sé si puedo quedarme. —¡Claro que puedes! Nana, me casé —la voz de Grecia sonó decepcionada. Pía acunó su rostro, notó que estaba triste —¡Mi niña! ¿Acaso no encontraste a tu esposo encantador? Grecia pensó en sus palabras, solo podía recordar todo lo que pasó, se sintió desmoronada. —Tal vez, Egan sea un hombre guapo, pero para él yo soy fea. —¿Fea? ¿Él dijo eso? Es un tonto, tú eres hermosa por fuera, por dentro lo eres más, no dejes que nadie te haga sentir fea, cuando ellos son horribles por dentro. «Mi nana siempre tiene las palabras que me hacen feliz», pensó Grecia. —No importa, nanita. Si tú estás conmigo, lo puedo soportar. Nanita, pediré el divorcio, así podré ser libre. —¡No! Mi niña, acabas de casarte ante Dios, sería un pecado dejar tu matrimonio. —¡Ay, nanita, es peor estar casada por dinero! Y Egan Montenegro solo quiere mi dinero, debo anular el estúpido matrimonio, quiero ser libre de él. —Por favor, mi niña, espera, tengo miedo de tu hermano y que haga lo que dijo. Pía se tocó la cabeza, que dolía. Grecia recordó que ella era hipertensa, se preocupó por enfermarla, decidió no angustiarla. —No te angusties, mejor vamos a dormir, mañana todo será mejor —dijo Grecia guiñando un ojo, Pía sonrió, asintió. Grecia decidió ir a cambiarse el vestido de novia, lo guardó en su maleta, se puso un largo camisón, iría a dormir con su nana, ambas creían que, ya que Egan Montenegro la encontraba fea y la despreciaba, no se presentaría en casa. Sin embargo, cuando Grecia iba a bajar la escalera, escuchó la voz de ese hombre. Su corazón se sobresaltó al escucharlo, las risas femeninas la inquietaron. Frunció el ceño, se asomó, los vio, Egan con una mujer, besándose con pasión, recargados en una pared. Grecia se quedó perpleja, sintió un dolor en su estómago, pensó en lo que se sentiría ser besada de esa forma tan pasional, algo latió en su interior. Una rabia la acosó, fue hasta la habitación, y encontró esa botella de vino, que alguien dejó, logró abrirla y bajó tan rápido como pudo. «Pues si son tan descarados para venir hasta aquí, que soporten», pensó. Ella bajó las escaleras, escondió la botella detrás. —¡Que bonito amor! La voz de Grecia logró separar a los amantes. Loreen parecía más consiente, Grecia notó que Egan estaba muy ebrio. —¿No tienen un poquito de vergüenza? —¡Cállate, patito feo, y lárgate a dormir! Lo que haremos aquí abajo, no es asunto tuyo, y no te cubras los oídos, escucha como gime una mujer hermosa cuando un hombre la toca, porque tú nunca gemirás así. Un rubor escarlata cubrió el rostro de Grecia, Loreen se echó a reír. —¡Eres un descarado, Egan! —dijo Loreen —¿Y ya le dijiste que solo lo finges, querida, porque no dura ni dos minutos? ¿O aún lo tienes engañado jadeando como gata en celo? Los ojos de Egan se abrieron enormes, Loreen rio nerviosa, se ruborizó. —No sé de lo que hablas —dijo Loreen —Tranquila, querida, te lo recordaré. Grecia abrió la botella, la vertió en su rostro y ropa. Loreen gritó atormentada, Grecia lanzó la botella a sus pies, dándoles un buen susto. —¡Largo de esta casa, mujerzuela! Por lo menos ten algo de la decencia que olvidaste de tus padres —gritó Grecia enardecida. La mujer se asustó, salió corriendo. Egan se quedó perplejo. Grecia se giró a mirarlo, sonreía, observó el gesto rabioso de ese hombre. —¡Vas a pagarlo, Grecia Catalina Palmeri! Ella se asustó, lo vio como una bestia a punto de atacar, corrió cuesta arriba, sin parar. Llegaron a la habitación, él empujó la puerta que ella intentaba cerrar, la miró con enojo. —¿Qué harás, borracho? ¿Me vas a pegar? Juro que mañana le diré a tu padre que me pegaste, le diré que estás en la ruina, que solo te casaste por mi dinero, ¡seguro que le darás muchísima vergüenza! Egan alzó la mano. Grecia se cubrió asustada, no quería recibir más golpes, pero la mano fuerte de Egan no la golpeó, se metió entre sus cabellos y su nuca, la empujó contra la cama, estaba encima de ella. Ese hombre era tan fuerte. Manoteaba, no tenía fuerza. —Arruinaste mi noche de placer, niña tonta, patito feo, ¿eso querías? —exclamó con la voz ronca, estaba muy ebrio, ella sintió su aliento cálido cerca de su rostro, olía a whisky, a madera húmeda, y a un día lluvioso—. Me dejaste sin mi noche de bodas, patito feo, ahora, tú me darás sexo. Ella lo empujó. Pero, el hombre más se acercaba a ella. —¡Borracho! Suéltame, orangután, dijiste que era fea. —Fea, pero eres una mujer, ¿no? Debajo de estas telas debe haber una mujer —Egan bajo un tirante, levantó la falda, y ella gritó. —¡Aléjate, eres asqueroso! —Sabes que no lo soy. Grecia miró sus ojos, encontró sus pupilas grandes y oscuras, supo que tenía razón, no era un hombre asqueroso, ahora lo odiaba más. —¡Eres mi mujer! —dijo él con tal voz que sonó como un bramido, la besó.
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