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Egan salió con rapidez y una empleada le indicó que vio a la chica en el jardín. Él fue hasta ahí para encontrar a Grecia caminando sobre el jardín con los pies descalzos. —¿Qué haces, loca? Vamos a desayunar, y ya nos vamos. Grecia le hizo una mueca de rabia. —Haz lo que quieras tú, pero a mí no me des órdenes, no soy tu sirvienta, burrito. Él la miró enfurecido —¿Qué pretendes? ¿Por qué te gusta hacerme enfadar? —Ay, es que eres más guapo cuando te enojas —dijo irónica. —¿En serio? —exclamó Egan sorprendido. —Idiota, ¡no! Me gusta fastidiarte, no lo entiendes, me caes mal, es por eso. Egan hizo un gesto de rabia. —Vámonos ya, Grecia. —No, mira ese nuevo sol, mira el cielo al fin azul, no es absurdo como ayer era casi el apocalipsis y ahora todo se limpió. Egan negó. —No