—¿De verdad piensas que te quiero matar? j***r, no, no soy esa clase de hombre, pero piensa lo que quieras.
Egan subió al auto y Grecia subió con él, ella se quedó callada, pensó en sus palabras, las dudas crecían, tampoco tenía una sola prueba.
Volvieron a casa, al llegar Zafiro estaba ahí, sola.
El rostro de desagrado de Grecia fue el mismo que el de Zafiro al verlos llegar juntos.
La mujer fue a abrazar a su hijo.
—¿Dónde estaban, querido? ¿Estás bien?
Grecia tenía una mirada severa contra la mujer.
—Todo está bien, madre, ¿Qué haces aquí?
La mujer los miró, tomó unos papeles, los lanzó contra la mesilla, y miró a Grecia.
—Fírmalos, mujer.
Ella arqueó las cejas con estupor.
—¿Qué es?
—Es un seguro de vida para los dos, deben firmarlo, en caso de cualquier situación o muerte
