Capítulo 2: ¡No golpearás a mi esposa!

1491 Words
Desde su salida de la iglesia, hasta subir al auto para llegar al salón, Grecia no habló ni una sola vez con su supuesto esposo. Estaba fastidiada, al llegar al salón, el novio desapareció de su vista cuando fue el último saludo a gente que ella no conocía, y que no creía volver a ver. Escuchó los murmullos de esas mujeres, que la veían y estaban lo suficiente cerca. —¡Pobre Egan! ¿Viste a su esposa? ¡Es tan fea! No es una mujer a su altura —dijo la mujer —Lo sé, mírala, tan delgada, sin curvas, su piel es pálida como si no hubiese visto la luz del sol en mil años, y esos cabellos rizados tan desalineados, parece sucia, ¡pobre Egan! —Quizá quiera una amante, bueno, sigo en su lista —dijo la mujer rubia y exuberante con una sonrisa pícara. El rostro de Grecia estaba enrojecido de rabia. «¡Me han ofendido en serio, y nunca nadie me dijo tantas tonterías antes! Debo darles una lección», pensó con rabia. Ella les dedicó una mirada asesina, que hizo que las chicas sintieran miedo de ser escuchadas. Antes de que se fueran, Grecia que vio al mesero, se acercó a él y le dio un empujón, tan fuerte como pudo, que lo hizo caer a un lado con la bandeja de bebidas, provocó que cayeran encima de las chicas. Lanzaron un chillido, que a ella le recordó al ruido de cerdos, esbozó una sonrisa satisfecha, pero se alejó antes de que supieran que era su culpa, no quería meterse en líos. De pronto, sintió una mano sobre su hombro, alzó la vista y era esa mujer, Zafiro Montenegro, su suegra, quien la tomó del brazo, la llevó consigo. —Niña, ¿Dónde has estado? Ven ahora mismo conmigo, debemos saludar personas, tomar fotos, pero ¡Mírate! No sabía que eras… así —espetó con franqueza Sus palabras golpearon el ego de Grecia. —¿Así cómo, señora? —exclamó con recelo. —Bueno… pudimos llamar a un buen maquillista, alguien que modificara tu imagen, no te ves cómo debe verse una novia, no eres muy agraciada. Los ojos de la mujer la miraron con desprecio, pero Grecia se cruzó de brazos, severa. La miró de arriba abajo, Zafiro tenía algunos cuarenta años, Grecia pensó que, en su juventud fue una reina de belleza, ahora no le parecía nada fea, aunque viendo su rostro, consideró que era tan estirado como si la aguja de bótox fuera su pan de cada día. —Soy fea, sí, pero fea natural, por lo menos —esbozó con una sonrisa burlona, provocó el enojo de la mujer. Pudo notarlo por la forma en que sus ojos centellaron. Sin embargo, la mujer que estaba enfurecida, no pudo decirle nada, ya que fue interrumpida por Román Palmeri. —Quiero hablar contigo, Zafiro, ahora mismo —sentenció con un tono de voz molesto. Zafiro tuvo que ceder a su petición, y llevó al hombre hasta un pasillo al fondo donde había una habitación. Grecia los observó irse, cuando vio que Egan fue tras ellos, se sintió curiosa, y aburrida al mismo tiempo. La chica deambuló por el lugar, hasta llegar a donde había comida. Entonces, un hombre se acercó a ella. —¿Así que tú eres la novia? —exclamó ese hombre con una voz juguetona, él tomó la mano de Grecia, la hizo girar, para admirarla, pero ella no gustó de su juego, él tipo parecía lo suficiente burlón para que ella se sintiera incómoda. —¿Disculpa? —exclamó molesta, El hombre esbozó una sonrisa, Grecia tuvo que admitir que era un hombre atractivo, si bien no lo era tanto como su esposo, su sonrisa era contagiosa, aunque no para ella. —Soy Jacques Silley, el mejor amigo de tu esposo. —Ah, pues que terribles amigos escoges —dijo con rencor oculto, y alzando las cejas. El hombre lanzó una carcajada, y bebió su copa. —Al menos tienes un buen humor, porque con esa pinta fea… —cuando las palabras salieron de su boca, Jacques sintió que había cometido un error, estaba por reír, pero se contuvo—. Lo siento, no quise ser grosero. Grecia hundió la mirada, iba a contestarle, cuando una mujer hermosa le arrebató al hombre de enfrente, y lo llevó a bailar. «He tenido suficiente, me largo de este maldito lugar», pensó Grecia, mientras caminaba hacia la dirección donde encontraría a quienes estaba considerando como sus verdugos. Cuando Grecia entró hasta ese salón, escuchó esas voces que discutían de forma acalorada. La voz de su hermano estaba dos tonos por encima, a punto de gritar. —¿Por qué me ocultaron que estaban en la ruina? ¿Se creyeron muy listos para ocultarme esto? Ya sé que este matrimonio es solo por dinero, ya se me hacía muy raro este interés matrimonial —el hombre estaba fuera de sì. Grecia retrocedió un paso, estaba detrás de una puerta no podían verla. Zafiro se puso de mil colores, negaba con fervor, se sentía avergonzada. —¡No te permito una ofensa como esta Román Palmeri! No te olvides de que el apellido de los Montenegro vale más que el tuyo, por si fuera poco, no te olvides que, a pesar de nuestra crisis financiera, seguimos siendo respetables, nuestra economía mejorará —dijo Zafiro con firmeza. —¿Cuándo? ¿Cuándo mi hermana tenga que invertir dinero en la naviera Montenegro? —Grecia Palmeri ahora es una Montenegro —sentenció Zafiro. —¡Ya basta, Román! Tu hermana es fea, no es una mujer con la que me casaría, y si no te gusta esto, anulemos el maldito matrimonio, créeme que tengo suficiente con estar casado con una mujer fea, para encima ser pobre —espetó Egan con una voz tan firme y fuerte como la de Román, haciendo que el hombre palideciera, se quedó callado, pensando en sus palabras, creyó que era cierto, después de todo, él se casaría con Sarah Biaff en solo un mes, todo lo que le importaba ahora, era deshacerse de su hermana menor. Las lágrimas rodaron por las mejillas de Grecia, sin que lo pudiera detener, esas palabras la hirieron. «Me quedo sin aire, siento un dolor que no entiendo, quisiera no sentir nada, ¿Por qué me importa que ese hombre estúpido me diga fea o no me quiera? ¿Por qué? “¡vamos, Grecia, reponte! ¿Qué te importa que un tonto no te ame? “, me duele, no puedo evitar sentirme humillada, ¡lo odio!», pensó con gran decepción, la voz de su hermano consiguió devolverla a la realidad. —Tienes razón, no encontraré un mejor esposo que tú para Grecia, además, sé que, si no fuera por su dinero, nadie se fijaría en ella, les daré el dinero para que la naviera pueda salir a flote, pero a cambio, quiero el cuarenta por ciento de las acciones a nombre de Grecia. —¡¿Cuarenta?! —exclamó Zafiro indignada, no era lo que estaba en sus planes. Grecia sintió un puño en su estómago, le dolió sentir el desprecio de su hermano, nunca fue tan malquerida, pensó en su papá, «si él estuviera aquí, me salvaría de esto, pero mi padre está muerto, mi madre también, ahora no tengo a nadie que me defienda», pensó con amargura, limpió sus lágrimas. Cegada por la rabia, decidió entrar y enfrentarlos. Todos la miran impactados. —¿Has estado escuchando todo como una pequeña chismosa? —exclamó Zafiro —Mejor cierre la boca —dijo Grecia, dejando con perplejidad a Zafiro y a su hijo—; y tú, Román, ¿Cómo puedes hacerme esto? ¡Has escuchado como me humillan y solo me entregas a ellos como si fuera un caballo, una res que entregas al mejor postor! ¿Quién te crees que soy? —¡Cállate, Grecia! —espetó Román —¡No me callaré! Me has obligado a un burdo matrimonio que no quiero, además, solo me quieren por la herencia de papá, y tú lo permites, ¿Qué clase de humano eres? Te lo diré, eres despreciable, si papá estuviese vivo sentiría asco de ti. Todos quedan boquiabiertos, Egan no pudo quitar la mirada de esa chica. «¿Quién es esta chiquilla? Vaya que tiene carácter», pensó Román la miró con rabia, las palabras que dijo fueron un insulto en su interior que no estaba dispuesto a perdonarle, estaba tan enfurecido, que alzó la mano, y le dio tal bofetada que hizo que la pequeña chica cayera a un lado, en el suelo. Estaba fuera de sí, Román estaba dispuesto a volver a golpear a Grecia, ella le miró con terror, jamás lo esperó. Pero, sintió como alguien tomó su mano con fuerza. —¡No golpearás a ninguna mujer delante de mí, nunca más, menos a mi esposa!
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